
En una mañana cualquiera, decenas de camiones esperan bajo el sol montevideano. Los conductores consultan sus relojes, hacen llamadas tensas, tal vez calculan cuánto dinero están perdiendo por hora y a los empresarios le generan una cadena de incumplimientos.
Dentro del Puerto de Montevideo, contenedores que transportan desde electrodomésticos hasta medicamentos permanecen inmóviles. No es 2015, cuando 4,500 contenedores quedaron paralizados por una semana. Podría ser cualquier año de la última década: 2018, 2021, o ayer mismo. La conflictividad se ha convertido en un elemento tan constante del paisaje portuario que ya casi no lo vemos.
Pero tras esta aparente normalidad se esconde la adicción al placer del poder (no hay cursos para esto) y una lucha permanente no para mejorar, sino que para tomar el poder de a poco con mucha constancia en forma de violencia activa o pasiva (mentiras, cinismo, negación, boicots).
¿Alguien mira hacia el país? Uruguay es el gran excluido cuando prefieren que gane un partido político a que los uruguayos vivan en condiciones de limpieza que afectan la salud y la psiquis. Por otro lado, dicen (viven en el discurso) estar preocupados por la salud mental cuando el contexto facilita la insania nuestra de cada día.
El tema puerto afecta a toda la economía nacional.
La neurociencia ha demostrado que la exposición prolongada a situaciones de incertidumbre genera alteraciones significativas en el cerebro humano. Cuando un empresario, transportista o importador no puede predecir si sus mercancías serán descargadas en el tiempo previsto (cuando además dio su palabra a su cliente), se desencadena una cascada bioquímica en su organismo:
- Activación crónica del eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA): La incertidumbre constante mantiene elevados los niveles de cortisol, la hormona del estrés, lo que eventualmente daña el hipocampo, región cerebral crucial para la toma de decisiones racionales.
- Hiperactividad de la amígdala: La región cerebral responsable de procesar el miedo permanece en estado de alerta, favoreciendo decisiones reactivas en lugar de estratégicas.
- Atrofia de la corteza prefrontal: La región que nos permite planificar a largo plazo y tomar decisiones complejas reduce su funcionalidad ante el estrés prolongado.
Este deterioro neurobiológico explica por qué, a pesar de las pérdidas económicas evidentes, el sistema persiste: los actores involucrados han desarrollado un «cerebro en modo supervivencia», incapaz de articular soluciones estructurales… y los sindicatos destructivos parecen saberlo mejor que nadie.
Vivir en el discurso vs. vivir en la realidad neurobiológica que genera “pública felicidad”.
«Defender los derechos de los trabajadores», «luchar contra la privatización», «proteger la soberanía» y «ganar la revolución» -lleno de revolucionarios detrás del escritorio es algo nuevo en el siglo XXI- son discursos que repetidos constantemente, crean patrones neuronales que se refuerzan con cada iteración y llegan al corazón de aquel que busca culpables fuera (el resentido). Sin embargo, José Gervasio Artigas se anticipó y les dejó un gran regalo entre otros como dice esta frase: “Nada debemos esperar sino de nosotros mismos”.
La neurociencia cognitiva ha demostrado que la repetición constante de narrativas activa circuitos de recompensa en el cerebro, liberando dopamina y creando una adicción neurológica al relato (Kevin Ochsner Columbia o Jay Van Bavel New York University), independientemente de sus resultados prácticos.
Mientras tanto, la realidad material —contenedores paralizados, exportaciones retrasadas, medicamentos que caducan— genera otro tipo de impacto neurobiológico en quienes la sufren: ansiedad anticipatoria, estado de alerta constante y, eventualmente, desesperanza aprendida y en la realidad ganas de cerrar todo y mudarse de país.
La violencia pasiva es un modo de convivir, también una estrategia y es una forma de ejercer poder y no es aleatoria, sino que es eficiente: maximiza el control mientras minimiza el costo personal.
Lo curioso es que no salen de ahí. No salen por qué no quieren, porque no saben hacerlo o porque no saben abordar problemas complejos o ¿hay un trasfondo que no podría ni ser nombrado? Se requiere coraje, responsabilidad y sabiduría si queremos poner a Uruguay en la agenda para todos los pocos que somos (nuestro mayor problema).
El puerto como nodo de confianza deteriorado.
El puerto no es solo una infraestructura física sino un nodo de confianza del país con los demás actores de la escena internacional. Cuando esta confianza se deteriora sistemáticamente, los cerebros de quienes deben tomar decisiones económicas sufren alteraciones neurobiológicas que explican por qué el impacto económico de la conflictividad va mucho más allá de los días de paralización: ha recableado literalmente los cerebros de quienes toman decisiones sobre el futuro económico del país. Es lo que llamamos “el efecto de la gente dormida”.
El fenómeno del «habituarnos a lo intolerable»
La neurociencia ha documentado ampliamente cómo el cerebro humano se adapta a condiciones adversas crónicas mediante un proceso llamado «habituación neuronal». Las situaciones que inicialmente desencadenan respuestas de alarma eventualmente se normalizan a nivel neurobiológico.
Este fenómeno explica por qué las filas de camiones, los retrasos y la imprevisibilidad han pasado de ser crisis a ser consideradas «el costo de hacer negocios» en Uruguay.
Nuestros cerebros, buscando reducir el desgaste del estrés crónico, han atenuado las respuestas de alerta ante lo que debería ser inaceptable.
Para transformar se requiere entender. La tecnología procesa y la biología entiende.
Comprender esta dimensión nos permite ver que no estamos ante simples disputas laborales sino ante patrones cerebrales consolidados que requieren intervenciones específicas para ser modificados.
El verdadero «negocio de la conflictividad» opera a nivel neurobiológico: ciertos grupos han aprendido a ejercer poder generando estrés en otros a través del miedo, mientras el resto del sistema se ha adaptado neurológicamente a funcionar bajo condiciones de certidumbre tóxica y crónica.
Romper este patrón requiere más que negociaciones o legislación: demanda una comprensión profunda de cómo nuestros cerebros han sido moldeados por años de habituación a lo intolerable. Solo entonces podremos comenzar a construir un sistema portuario donde la previsibilidad y la eficiencia sean la norma neurobiológica, no la excepción.
Y debemos recordar siempre que lo peor que le puede pasar a un revolucionario es ganar la revolución ¿por qué? Porque se queda sin agenda y al quedarse sin agenda para mantener el poder puede llegar a hacer cualquier cosa. ¿Se entiende?