Libertad, responsabilidad, ciudadanía. Un tríptico sobre el que debe asentarse la convivencia en una sociedad de derecho, donde el contrato social vinculante genere confianza en que ni el Estado ni las otras personas podrán avasallar al ciudadano por la fuerza, el poder, el dinero o las influencias.
Una vez más Contraviento. Y nuevamente participando, tratando de construir ciudadanía. Las más de las veces hablaré de política en este espacio. Y por ello vale resumir en esta primera entrega cuál es el corpus de mis principios rectores.
Primero la libertad. Libertad física y sicológica para regir mi persona, mi vida, mis afectos, mis posesiones, expresiones, transacciones e ideas. Concomitantemente, limitación social de esa libertad de forma que mis derechos no lesionen activa o pasivamente los derechos de los demás. El individuo aislado es completamente libre. En sociedad, debe limitarse en atención a los otros, por convicción o imposición. Consecuentemente soy social-liberal, distinto del social-demócrata que llega casi a lo mismo partiendo del socialismo, donde la libertad individual es secundaria.
Segundo, el estado de derecho. La interacción de personas libres, socialmente limitadas, requiere instrumentos que regulen el entramado de limitaciones. Eso es el derecho, el conjunto de reglas convenidas libremente por los individuos, a partir de definiciones básicas contenidas en una ley madre (Constitución). El estado de derecho, como instrumento que regula la interacción social debe ser, además, dinámico, con la posibilidad de cambios en función de la evolución de las sociedades. Y la maquinaria que hace que esa interacción libre regulada por el derecho dentro de un territorio funcione, es el Estado con separación de poderes. Ni mucho ni poco Estado, eficaz y eficiente, por eso no soy libertario ni estatista. No importa el color del gato, sino que cace ratones.
Tercero, el republicanismo democrático. Los dueños de esa organización política, los que definen cuáles principios se incorporan, se mantienen o se cambian en el estado de derecho, son los ciudadanos. Ellos, con voto secreto, libre, universal y no calificado, son quienes eligen periódicamente, sin limitaciones ni cortapisas, al gobierno que administra ese Estado, respetando mayorías circunstanciales y evitando suprimir, arrollar o desprecia las minorías.
Cuarto, la política. La forma en que se discuten y dirimen posiciones y opiniones respecto al funcionamiento de la sociedad no debe ser la violencia, la opresión y la cancelación, sino el discurso, la retórica, la dialéctica, las ideas y la negociación. Y eso es la política, para lo cual es imprescindible la existencia de una prensa libre y plural, con discusión y sin arrogancia. Y hoy también ese gran campo, muchas veces estridente y crispado, de las redes sociales.
Quinto, y final, la razón y el convencimiento. La educación es el pilar central que permite el desarrollo ciudadano, alejado de los extremos simplificadores y dicotómicos. El mesianismo y el conflicto invertebrado y cerril, enfrentado mediante personas educadas, que no son simplemente personas sabedoras, sino individuos que basan sus conclusiones en datos concatenados y depurados, no en rumores, sus emociones atemperadas por la razón, sus decisiones guiadas por la ciencia, su comportamiento social centrado en recibir y dar a los conciudadanos el beneficio del respeto y la tolerancia, sin importar sexo, color de piel, religión, fealdad o belleza, juventud o vejez, riqueza o posición social.
Contraviento.uy, contra viento y marea, contra totalitarios y canceladores, contra el pensamiento “woke” y las políticas identitarias que segmentan la ciudanía, contra el populismo y a favor del raciocinio y la tolerancia, así espero que sea este mi espacio. Y me gustaría tener una gran interacción con ustedes, que espero sean mis lectores de aquí en más.