“…por efecto acumulativo una mentira repetida mil veces, termina convirtiéndose en verdad. Una de ellas, y sólo una muestra, es el “relato” relacionado con lo que hoy se conoce como “asistencia social”…como si hubiera sido inventado en las dos últimas décadas por parte de los descubridores de la sensibilidad social…”
“A veces sucede así en la vida: cuando son los caballos los que han trabajado, es el cochero el que recibe la propina” (Daphne Du Maurier)
Hoy, polenta con tuco. Un plato sabroso y nutritivo, ideal para el invierno junto a mi nieta, que con diez años tiene más futuro que pasado y de este poco sabe. Terreno fértil para plantar una semilla: la del aprecio por lo que se tiene, sobre todo si no siempre se ha tenido.
Para quienes provenimos de las fangosas tierras de la pobreza sin atenuantes, nunca se está luego lo suficientemente lejos de ella. Recordarlo se constituye en profesión de Fe.
El introito viene a cuento porque le digo que ese plato me retrotrae 50 años, a mi adolescencia, cuando antes de ir al Liceo almorzaba en el Comedor Municipal de la calle Meléndez de Treinta y Tres. Bien hecho y servido en una bandeja con pan, sopa y una crema, mediante el pago de un tique muy módico. Debía serlo, porque le convenía a la economía de mi madre, doméstica multitarea de sol a sol. Allí almorzaban estudiantes, jubilados, obreros y toda clase de gente. Más o menos la misma que muy cerca de allí, en la vieja Subsistencias, hacía sus surtidos de lo básico cada vez que había con qué, porque todo se pagaba. Poco, pero se pagaba. Que a veces pagaba yo mismo, con dinero de la Beca -destinada a estudiantes destacados- que durante dos o tres años me otorgó Asignaciones Familiares. Que también se cobraba, poco y cada dos meses, pero se cobraba. Y si andabas bien con las notas, todavía podías tener suerte y tener un lugar para una semana en alguna de las Colonias de Vacaciones . Esas sí, gratis.
¿A qué viene todo esto?
A que, por efecto acumulativo una mentira repetida mil veces, termina convirtiéndose en verdad. Una de ellas, y sólo una muestra, es el “relato” relacionado con lo que hoy se conoce como “asistencia social” y que no es otra cosa que asistencialismo puro y duro, como si hubiera sido inventado en las dos últimas décadas por parte de los descubridores de la “sensibilidad social” tan cara a los populistas de todo tiempo y pelaje.
Toca a quienes vivimos aquellas épocas -difíciles, por cierto- de vedas y racionamientos, de colas para aceite de sorgo y harina negra, pero donde en general, la gente prefería una pobreza digna a una dádiva ofensiva, el rescate de la verdadera memoria. La que nos recuerda que en este país, cualquiera fuera el gobierno, la cuestión social siempre fue atendida. Mal o bien, quizás insuficiente, sin quizás con fines electorales -que el que esté libre, tire la primera piedra- pero la había. Lo mismo la vivienda con MEVIR e INVE.
Pasa con la seguridad social, la salud, vivienda, los derechos humanos y en última instancia, con la historia de las últimas cinco o más décadas. La paciente construcción de un relato, que requiere la destrucción de valores básicos del pasado, ignorándolos a veces, demonizándolos en otras. Como con la meritocracia, por ejemplo. Se decretó írrita y nula para siempre la posibilidad de movilidad social alguna. Se proscribió el “M´hijo el Dotor” y se decretó que desde siempre, los pobres fueron y serían pobres, como los ricos lo habían sido desde el Virreinato hasta nuestros días. Que si delinquir no está bien, tampoco está mal (o por lo menos, no tan mal) si hay una causa social que lo explique. Que no hay pobreza digna y que lo digno es que no haya riqueza. El “estiércol de Satanás” como diría Bergoglio.
Entre pasado y futuro
Reescribe el pasado y serás dueño del futuro. Esto y no otra cosa es la esencia de la guerra cultural que la izquierda marxista y leninista, le declaró a las sociedades abiertas, burguesas y decadentes y en las que han avanzado a marcha camión sin que sus víctimas, culposas y dispersas, atinen a nada.
Para los que estamos de salida, es ahora o nunca, el momento de plantar bandera y decirles que lo de “la verdad es la mentira” es mentira, que la «guerra no es la paz» y que el divide y reinarás solamente puede beneficiar al encargado de dividir.
Hacerle frente al relato, entonces, es un deber moral y ético, que va de la mano con recuperar los valores perdidos, piedra de toque de cualquier intento de recuperar una República plena. Volveremos sobre ello.