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Contraviento

Anclados, los uruguayos

2 septiembre, 2022

…Siempre anclados en el pasado, reciente el pasado porque nunca dejamos que deje de ser reciente. La memoria se resiente, si no volvemos a diario a él. Tan llenos de pasado estamos, que carecemos de futuro, viviendo en el presente eterno donde ese hipotético futuro jamás será mejor…

 

«El presente es esa porción de la eternidad que lo separa del reino de la esperanza» Ambrose Bierce

El padre del futuro

Cuando el Uruguay independiente recién amagaba quitarse los pañales, primer lustro de la década de 1830, nos visitaba un joven e ignoto inglés “naturalista” de nombre Charles Darwin, quien viajaba a bordo del buque “Eagle” en una expedición que marcaría la Historia.

Durante diez semanas, pernoctando en la esquina de Sarandí y Florida de la pueblerina San Fernando de Maldonado, donde hoy se puede almorzar rodeado de historia, Darwin construía su formidable libro de viaje que, dos décadas y media después, daría lugar a la publicación más revolucionaria desde el Nuevo Testamento a esa fecha: “El origen de las especies”.

Ese hombre, que hurgaba en el pasado de la vida para explicar su presente e imaginar el futuro, no podía imaginar en cambio cuánto significaría su legado, al punto tal de ser aplicado (y desvirtuado) en el llamado “darwinismo social” que daría lugar y soporte a algunos de los más terribles experimentos sociales y políticos del aciago siglo XX, el nazismo entre ellos.

En relación con pasado, presente y futuro, en términos muy esquemáticos, el darwinismo daba un portazo al legado cristiano y católico de dieciocho siglos a la espera del apocalipsis. La vida terrena no era más que un tránsito y por tanto el futuro estaba en manos de Dios. Darwin proponía, en cambio, que el hombre se había mostrado como el más apto para adaptarse a un futuro que estaba en sus manos.

El progreso humano y su trampa

El progreso tecnológico sólo podía ir acompañado del progreso humano. Ello pudo de ser así hasta la llegada a las puertas del infierno que nos reservaba el pistoletazo en Sarajevo, la Gran Guerra, la Hydra de la Revolución Rusa, el antisemitismo, el imperialismo y su colofón con el fascismo, el nazismo y el bolchevismo como carniceros del futuro.

En su obra “Cronos: Occidente en lucha con el tiempo”, citado por BBC en una entrevista al autor, el historiador francés François Hartog aborda lo que ha sido el centro de su obra, la “temporalidad y la historia” y cómo a partir de la Segunda Guerra mundial “el futuro contemporáneo entró en crisis” y de qué forma “la falta de proyección en distintas épocas ha atado la humanidad a la creencia de que lo único que existe es el presente”.

En una muy lúcida observación, Hartog apunta que, tras la invasión rusa a Ucrania que Occidente no esperaba, se creyó que aquello duraría una semana, a lo sumo un mes, porque lo que él denomina el “presentismo fruto de la crisis del futuro” cree que todo se soluciona al modo de las series de TV, en unos pocos capítulos.

Sin embargo, lo que allí sucedía, y sucede ahora mismo, es una guerra entre el pasado y el futuro. Entre una Rusia a la que el putinismo eurasianista pretende vender una vuelta a un pasado glorioso y virginal -porque es incapaz de ofrecerle un futuro en el que los rusos no creen-, exterminando la degeneración occidental representada por el “neofascismo” ucraniano. Ucrania en cambio, con apenas tres décadas de independencia, festejaba su futuro europeo a la vez que intentaba dejar atrás el Holodomor y su precio en sangre en el Maidán.

En el Uruguay, presente, al pasado, ni futuro

Dicho esto, que pretende ser contexto de nuestra propia realidad, permítanme volver al monoambiente uruguayo enclavado en este “banlieue” sudamericano en que nos toca vivir.

Un breve repaso por la prensa, escrita y digital, una media hora de noticiero televisivo (una dosis mayor es altamente perjudicial para la salud mental) y una pasada por las inefables “redes sociales” nos dan una idea de dónde estamos al respecto de ese tiempo “omnipresente, inevitable e ineludible”. Se los ahorro.

En el pasado, estamos. Siempre anclados en el pasado, reciente el pasado porque nunca dejamos que deje de ser reciente. La memoria se resiente, si no volvemos a diario a él. Tan llenos de pasado estamos, que carecemos de futuro, viviendo en el presente eterno donde ese hipotético futuro jamás será mejor. Veamos por qué.

¿Fue, como en Europa, con la Segunda Guerra mundial, donde los uruguayos dejamos de creer en el futuro?

Y sí, en buena medida, aunque no únicamente. La de los 50 es la década del estancamiento y posterior declive, de un modelo que ya entonces ofrecía más pasado que futuro. Se ha dicho que este, el futuro, es como llamamos a la ilusión de que nuestros hijos vivirán mejor que nosotros, porque nosotros lo hicimos respecto de nuestros padres. Los cimientos de la “meritocracia” crujían amenazando derrumbe, hasta que la llegada de la década de los 60, trajo una nueva “ilusión de futuro”, de la mano de lo que luego sería la “militocracia”, suerte esta de recompensa social a la fidelidad y entrega sin condiciones a un sistema de ideas totalizantes, que sería devuelta con una nueva sociedad para el “hombre nuevo”.

En aquel presente de los 60 crujieron el pasado y también el futuro, laudándose con un cuartelazo que dio por tierra con ambos. Calladitos y a la fila.

Tras el puro presente que significó la década militar, en lugar de reinaugurar un tiempo nuevo, los viejos sobrevivientes del naufragio optaron por la restauración, o sea, la vuelta al pasado. Triste futuro. Hubo de pasar dos décadas de administrar un puro presente, atravesar una crisis tan grande como la caída de los Torres Gemelas, para que, desde el pasado, emergiera una renovada promesa de esplendoroso futuro. A por él, entonces.

Quince años duró la ilusión y al final la montaña parió una rata, gorda, sucia y aburguesada. Década y media para poner al Estado a producir porros recreativos y hacer legal el casamiento gay. ¡Wow!

Mientras tanto, sin pudor ni perdón, a fuerza de velitas al socialismo, se lastraron hasta las joyas de la abuela, y la abuela también. Peor herencia que dilapidar años y recursos, resultó comprobar la gran estafa que significaba volver al principio.

Tras la estafa, una nueva apuesta, tímida pero apuesta al fin, a un cambio con ornatos de futuro. En el país del empate, tal cosa resulta chocante, hasta de mal gusto, así que la ahora oposición, destetada del Estado, parasitaria y quejumbrosa, se dedicó a demoler los arrestos reformistas. No lo consiguieron (aún), pero siguen intentándolo (todavía) hasta lograrlo. Y eso que lo que queda es, apenas, un par de reformas, más de ajustes impostergables (jubilaciones) que tímidas apuestas a un futuro tardío (educación).

Más pasado, puro presente y no me jodas con el futuro. A falta de él, el pasado vuelve a ser botín de guerra y lo único tangible es el perenne presente.

Aquí estamos ahora: anclados, con el ojo puesto en el retrovisor y con el botecito que nos llevaría al futuro haciendo agua, con unos tratando de emparchar y los otros serrando el fondo.

Así las cosas, es posible que la esperanza en el futuro se acabe antes que el agua.