«Este grito desgarrador es también la furia acumulada durante décadas contra los hombres, si no contra todos, contra todos aquellos que han hecho buen uso de la Revolución para ejercer toda su despreciable violencia machista, para abusar sin consecuencias, para conseguir por su sexo lo que, por inteligencia, méritos ni preparación, conseguirían nunca. Es por todo eso y por mucho más.»
«Los pueblos necesitan de las derrotas igual que las personas precisan de los sufrimientos y las desdichas que les obligan a concentrarse en el valor de la vida…» Alexander Solszenitzin «Archipiélago Gulag»
Un poco de contexto histórico
Cuando en diciembre de 2010 en un pequeño mercado de Sidi en Túnez, el joven Mohamed Bouazizi se inmoló frente a su pueblo víctima de la brutalidad de un régimen opresor hasta el absurdo, pocos podían pensar qué vendría después. Khadaffi desde su propio Olimpo habrá pensado ¿y a mí qué? Otro tanto habría dicho Mubarak. Sin embargo, ese ignoto tunecino desesperado, estaba siendo la mecha que desató un voraz incendio, que en pocos meses arrasó con buena parte de los edificios de poder del mundo islámico.
Doce años después, cuando en Irán a la Policía de la Moral -las temibles Gasht-e-Ershad o “Patrullas de Orientación”- se les muere Mahsa Amini de un inoportuno colapso cardíaco a sus jóvenes 22 años, tampoco podían saber que una semana después la milenaria Persia ardería con el fuego indignado de miles de Hiyabs, ese oprobioso símbolo de un régimen medieval que no lo es menos.
En apenas una semana, y a pesar de la violenta represión a cargo de las Guardias Revolucionarias y el Basich, organización paramilitar juvenil que suele actuar como brazo armado de la Revolución frente a la población civil, la revuelta se había extendido a no menos de 15 ciudades -algunas tan simbólicas como la milenaria Qom donde se inició la revolución jomeinista- y que, según cifras de HRW superan las 50 muertes y que Amnesty International sitúa en más de 36 personas, sobre todo jóvenes mujeres.
Transcribo: «en el Gobierno Islámico todas las personas tendrán total libertad para tener cualquier tipo de opinión«. ¿De quién es la frase? Del mismísimo Ayatollah Ruhollah Khomeini, pronunciada el 10.11.78 desde su confortable exilio parisino, meses antes que volviera a Irán a recoger los restos de la conflagración que se llevó al Sha Reza Pahlevi.
En un tan rápido como cruento proceso, Khomeini y sus secuaces se hicieron de todo el poder, instalando lo que sería la primera Teocracia islámica del Siglo XX y donde toda la Ley quedaría supeditada a la Sharia, la Ley Islámica, y sus grupos de tareas compuestos de jóvenes fanáticos con carta blanca para hacer cumplir sus preceptos sin excepciones.
Edificando el Reino de la Sharia
La primera víctima, como es lógico, fue la mujer iraní. Si bien nacida y criada en una sociedad fuertemente patriarcal, el veranillo occidentalizador del Sha les había hecho creer que podrían aspirar a vivir vidas normales a imagen y semejanza de lo que por entonces se veía en Europa. Abruptamente en algún caso, en sucesivas etapas otros, las mujeres fueron perdiendo derechos, uno tras otro. Derecho a vestir, a viajar y a salir a la calle sin la compañía de un hombre, al derecho al trabajo o por lo menos su fuerte condicionamiento, así como a la custodia de sus propios hijos. El derecho a no ser víctima de violencia por parte de cualquier hombre, empezando por los de su familia, de castigarla por cualquier cosa que se pareciera a una conducta indecorosa a los ojos de Allah el Misericordioso.
Todo este bárbaro retroceso a la primera Edad Media no se produjo de la noche a la mañana. Pero como en todo cambio donde hay perdedores, también hay ganadores, los hombres que lo fueron en grado sumo. Desde entonces, buena parte de ellos se encargaron de mostrarse a quién más piadoso y respetuoso del Sagrado Corán, aplicando en cuerpo ajeno la furia del Misericordiosísimo por las horribles faltas de las mujeres tentadas por Satán.
De los horrores de ese régimen perverso y anacrónico, aparte de las imágenes de las frecuentes lapidaciones de mujeres “infieles” y de varones homosexuales colgando sus cuellos de las infaltables grúas, quedan los testimonios escritos.
De los muchos relatos que han conseguido conmoverme y despertar toda la rabia que los hombres llevamos dentro, el que tal vez más se adhirió a mi piel y mi alma es una novela “A la sombra del árbol violeta” de Sahar Delijani, una mujer nacida en la tenebrosa cárcel de Evin, en Teherán en el año 1983, apogeo del Terror al más puro estilo stalinista. En esa cárcel fue torturado y muerto su padre. En esa misma cárcel, siguió el mismo camino su madre.
Durante el régimen del Sha, Irán vivía en la pobreza y con las libertades fuertemente restringidas. Tras 43 años de sangrienta dictadura, millones de desplazados y muertos, encarcelados y torturados, hoy día los iraníes hijos de la Revolución viven sin la más mínima libertad y sumidos en la pobreza. Maravillosa síntesis.
La «Revolución de los Velos»
Llegados aquí y puestos en un imprescindible y somero contexto histórico, trataremos de entender qué está sucediendo allí ahora mismo, con esto que algunos ya llaman “la Revolución de los velos”.
Tal vez lo primero sea verlo en la perspectiva de esas cuatro décadas, pero sobre todo desde 2010 en adelante, como lo que es: parte de un proceso con final abierto.
Desde entonces han sucedido muchas cosas en Irán, a pesar de la feroz represión y a los ríos de petróleo y dinero que los Mulás ha hecho correr por el mundo sembrando el terror y comprando lealtades.
Por empezar, los problemas económicos y sociales no han parado de crecer y multiplicarse. Hoy día la economía iraní cabalga sobre una inflación que supera el 50%, más de un 30% de sus 80 millones de habitantes están por debajo de la línea de pobreza y las desigualdades no paran de crecer, en especial a partir de los efectos de la Pandemia.
Ya en 2019 unas multitudinarias revueltas estallaron a raíz del aumento del precio de la gasolina, justo encima de la cuarta mayor reserva de petróleo del mundo. Esas protestas donde los más afectados era la gente más humilde, se saldaron con la muerte de más de 1500 manifestantes a manos del Régimen. El descontento fue acallado, pero nunca apagado.
El entorno opositor
Conviene aquí tener en cuenta que, a pesar de que las mayores protestas, las que puedan merecer alguna atención de la prensa occidental, suelen ser espontáneas, hay allí una oposición organizada, entre otras en torno al llamado Consejo Nacional de Resistencia de Irán presidido por la activista y líder civil Maryam Rajavi. Dicha organización ha estado, de manera permanente, estableciendo una red mundial de apoyo a su lucha en todos los Foros posibles, pero también al interior de Irán donde cada vez más la población se atreve a informarse.
Esa oposición cuenta además con la llamada Organización Muyahidines del Pueblo de Irán que cuenta con más de cinco mil resistentes por todo Irán.
Con Mahsa Amini, los cambios que aparecen
Vayamos ahora a la nueva mecha: Mahsa Amini, y el incendio que no cesa.
Cabe decir que, aunque guarde similitudes con otras revueltas anteriores -como la citada de 2019- hay cambios significativos, y quizás no tan evidentes, que conviene tener en cuenta. Veamos algunos de ellos.
Esta es una protesta espontánea, encendida por la rabia que produce la muerte injusta y violenta de una joven mujer, sin razón alguna como no sea la brutalidad de un régimen que cebó a sus cancerberos por demasiado tiempo y con excesiva saña. Es por el absurdo y anacrónico Hiyab, el famoso velo, pero no es sólo por el velo.
También es porque esas mujeres no soportan más, que cualquier hombre, por el mero hecho de serlo, crea tener del derecho a humillarlas y golpearlas aún en plena calle.
Y es porque se hartaron, ellas por su cuenta, pero en nombre de sus madres y abuelas, también de sus hijas, que sean tratadas como mercadería de segunda, como una no persona.
Este grito desgarrador es también la furia acumulada durante décadas contra los hombres, si no contra todos, contra todos aquellos que han hecho buen uso de la Revolución para ejercer toda su despreciable violencia machista, para abusar sin consecuencias, para conseguir por su sexo lo que, por inteligencia, méritos ni preparación, conseguirían nunca.
Es por todo eso y por mucho más.
Es porque a pesar de todos los pesares, esta revuelta tiene el centro en los grupos de población más liberales, laicos, mejor educados de clase media y alta, profesionales las más de ellas, reformistas e informadas, que han decidido no contentarse con la “condescendencia feminista occidental” que se sientan a la mesa para el banquete de los derechos a granel del que disfrutan en sus sociedades, y les dejan para ellas los desperdicios de conformarse porque allí, en tierras de Allah, la barbarie no se llama patriarcado, es una “cuestión cultural” en las que ellas, y sus deconstruidos hombres, no se meten porque ello sería una nueva forma de colonialismo.
Son, en definitiva, valientes mujeres hartas de hipocresía que han entendido que nada pueden esperar como no sea de ellas mismas.
En palabras del sociólogo sueco iraní Mehrded Darvishpour citado por France 24, “asistimos al nacimiento de un mega movimiento, donde las rebeldes parecen haber perdido el miedo, y de eso no hay vuelta atrás”.
Las constantes ironías de la Historia
Después de la brutal sangría poblacional que significó la horrenda guerra con Irak, de la constante emigración de disidentes y las mortalidades producto de las paupérrimas condiciones de vida de amplios sectores de la población, Irán hoy cuenta con unos 80 millones de habitantes. De ellos, y no es un dato menor, más de un 50% tienen 50 o menos años, con uno de los porcentajes de jóvenes más grandes del mundo. Vale decir, gente que no ha conocido otra cosa que turbantes y barbas señalándoles cómo vivir su vida y su fe.
Buena parte de ellas, son las que están en las calles hoy, protestando. Esto no deja de ser una paradoja, una más de las que nos reserva la historia a cada paso. Suele atribuirse a Khomeini, en pleno enfrentamiento con Occidente, el Gran Satán, haber dicho algo así como que “la destrucción de Occidente, el Islam lo iba a conseguir con el vientre de sus mujeres”. Aludía a lo que es una realidad: en Francia o Alemania, puesta una familia europea y otra de origen islámico, en dos generaciones la primera se habrá extinguido y la segunda se habrá multiplicado por doce o dieciséis.
Lo que no podía imaginar el bárbaro barbado del turbante era que décadas después, esa fertilidad de sus mujeres iba a producir estas magníficas jóvenes que le están incendiando las calles.
El final de esta historia, como todos, está abierto. Aunque al final, no hay régimen que no caiga ni libertad que no llegue.
Sobre silencios y complicidades
Para finalizar un apunte sobre Occidente, sus silencios y complicidades, y por extensión y muy especialmente, la que me avergüenza particularmente, la del Uruguay.
Del oprobioso silencio no se salva nadie. Gobierno, medios de prensa, Colectivos y Partidos Políticos, todos demasiado ocupados con Ollas y Cajillas blandas. A lo sumo se indignarían si alguna de las muertes fuera de una o más palestinas a mano de los «genocidas» israelíes.
Como si todo esto no pasara en el país cuyo régimen es el mayor exportador de terrorismo del mundo, creador y patrocinador de Hezbollah, perpetrador de los dos atentados en Argentina aún impunes, el mismo que opera impunemente en la Triple Frontera y ha hecho cabeza de playa en Caracas y Managua. Como si ese país no fuera, además, una amenaza nuclear y capaz de subirte el precio del petróleo de la noche a la mañana.
Ese mismo régimen que derrama sangre de jóvenes mujeres por reclamar lo que aquí se da por hecho y derecho.
La hipocresía uruguaya
Tamaña hipocresía sólo se explica por algo que trae a colación Ayaan Hirsi Ali, en su último libro “Presa” (Editorial Debate)
Negra, somalí, víctima de ablación y abuso sexual, refugiada, self-made-women que hoy es catedrática y escritora de prestigio mundial, casada con su marido pero no con la corrección política, dice, acerca de que respecto de los derechos de las mujeres en países islámicos, Occidente todo, pero en especial sus combativos movimientos feministas de la tercera ola, parecen haberse quedado empantanados en la primera etapa del duelo definida por Kübler-Ross.
Es la de la negación y las mentiras que se cuentan a sí mismas y a los demás: la minimización (se trata de casos aislados), la distracción (sí, pero pasa en todo el mundo), la semántica (la de recurrir a eufemismos para evitar hablar concretamente del problema), las investigaciones falsas (un clásico, la encuesta incomprobable), la cancelación del que lo dice (mencionar un problema es estigmatizar y victimizar y por tanto reprochable) entre otros.
Esa actitud complaciente, culposa, es lo que vemos a diario. Nos indigna. Lo denunciamos y no callaremos.
Porque nacimos, en todo lo tocante con la libertad individual, para ir a Contra Viento. Sépanlo.