Uno de los debates en Uruguay se centra en si hay o no hay grieta. Una grieta como Argentina, o como puede haber en Europa, a favor o en contra de los inmigrantes, a favor o en contra de los etarras, a favor o en contra de los franquistas.
En Uruguay no hay ningún tipo de grieta. Es otra cosa, de otra naturaleza, de otra categoría. Lo que hay son “delirantes”, en todos los ámbitos, en todos los temas, y los “tolerantes”, la inmensa mayoría. Incluso muchas veces los “delirantes” representan apenas un estado de ánimo: es un “tolerante” que se pasa de rosca y se torna “delirante” por un rato, como si fuera una indigestión. Tomó mucho vino de caja.
Hay “delirantes” más ortodoxos, con menos plasticidad para volver a la tranquilidad. Los terraplanistas y los antivacunas son ejemplos extremos. También en política: hay unos pocos “delirantes” que añoran a la dictadura militar, por ejemplo, y del otro lado, con un tipo de delirio más “políticamente correcto”, están los del Partido Comunista que añoran a la URSS, las atrocidades de Stalin, la Stassi de la RDA, o algunos del MPP, que añoran al MLN-Tupamaros del Che Guevara y Fidel Castro, a la Cárcel del Pueblo, a la tatucera de Spartacus, o quieren volver a tomar Pando.
No hay más distancia que esa. Lo otro es una fantasía, un divertimento que sirve para gritar, para calentarse un rato, para tener tema en el grupo de WhatsApp y exasperarse, “¡es inconcebible!”, o deprimirse, “está todo perdido”. Pero mañana ya no estará tan “perdido”, ni será tan “inconcebible”.
El dilema es si vale la pena discutir con los “delirantes”. Los “tolerantes” tienen la ventaja de que pueden entrar y salir del debate con los “delirantes”, cosa que para estos es mucho más complicado, porque generalmente los “tolerantes” tienen otras aficiones. Al no ser fanáticos ni mucho menos dogmáticos, tienen muchas cosas para hacer, para pensar, para disfrutar. Incluso el ocio lo saben aprovechar sin necesidad de pelear. El “delirante” necesita de la pelea como el adicto de la “merca”. La dicotomía “buenos y malos”, donde ellos siempre representan a la moral, los tiene mareados.
Los “tolerantes” pueden entrar en el juego de los “delirantes” pero deben aprender a salir. No pueden quedarse a vivir allí porque el eterno debate con los “delirantes” es muy tóxico, uno puede terminar empachado y sin siquiera haberlo disfrutado, porque el intercambio de ideas puede ser estimulante, pero si es contra una roca, empieza con frustración y termina con desesperación.
La tolerancia y la intolerancia es la división de aguas de Uruguay, pero no es una grieta porque hay muy pocos intolerantes a tiempo completo. Y con los delirantes “full time” hay que tener paciencia y un poco de compasión. Ellos ven un universo binario y daltónico, le faltan colores al arco iris, entre otras cosas no hay grises. Visualizan un universo diferente, que ya no existe ni en la imaginación. La URSS desapareció, la dictadura terminó, Cuba es una tiranía y Putin está loco o se hace.
En Uruguay los “tolerantes” pueden convivir fácilmente con los delirantes “part time”, que aparecen como las alergias que produce el polvillo de los árboles en la primavera: cuando se acercan las elecciones, en las vísperas de un referéndum, o cuando ocurre una buena noticia para el país, si no es el gobierno que votaron, como la disminución del desempleo, de la pobreza, o el crecimiento del PBI. Todas estas buenas noticias sacan a los “delirantes” de las casillas, y de sus casas, y los llevan a gritar a las calles, pero es simplemente para no sentirse tan solos.