por Pablo Vierci
Como en la ópera, los hechos se precipitaron.
El temible Plan Atlanta de Sendic se asoció con el inquietante Foro de San Pablo, para crear el ahora famoso Plan X, que, por hechos fortuitos, ambiciones personales, o simple vedetismo, quedó al descubierto.
Falta información pero ya pueden tejerse las primeras especulaciones para dibujar el plan geopolítico ahora desenmascarado, donde Uruguay jugaba, con su bajo perfil y prestigio, un rol crucial.
Ahora se sabe que fue una meticulosa operación craneada desde hace años, o décadas.
El “patovica” del Piso 4 de Presidencia, con la colaboración de personal de inteligencia de varios países (el M15 inglés y la CIA estarían involucrados) habría construido una profusa carrera delictiva, de vieja data, con información escondida, para que pudiera filtrarse por si el Plan X fracasaba, exclusivamente para que sirviera como pantalla para ocultar la verdadera misión del espía que vino de un gimnasio: fabricar pasaportes rusos.
En el otro extrema, su socio, el “observador” municipal en la invasión a Ucrania, para avalar los referéndums de Putin en los territorios ocupados, el misterioso Sebastián Hagobian, que con la colaboración de agentes jubilados de la KGB (de la que Putin fue director, así como de la Stassi de la RDA), muy bien disfrazado detrás del ropaje de un distraído “turista ideológico de licencia”, (al estilo “Mr. Bean”), tenía ni más ni menos que la misión secreta de entregarle a Putin el pasaporte uruguayo por si la invasión a Ucrania fracasaba. La invasión sería el inicio del retorno de la URSS, que en esta versión ampliada incluiría países del eje nazi, con una blitzkrieg –guerra relámpago- a la mismísima París. El pasaporte figuraba con el nombre Vladimiro Alonso Perdomo, oriental, casado, de 69 años, nacido en San Javier, herrero de oficio y con domicilio en Rivera 3245, Montevideo (que misteriosamente coincide con el Zoológico de Villa Dolores).
Todo venía a pedir de boca hasta que el “observador” cometió un error, en un plan que requería de precisión milimétrica y no había margen para equivocaciones: no quiso que la relevante misión que llevaba a cabo pasara desapercibida, y que su nombre no figurara en la historia. Tal vez con alguna copa de más, contó a la prensa que estaba en la Ucrania invadida como “observador” y “representante de 67 partidos de 30 países”, además de pretender sumarse un porotito en el resurgimiento de la URSS, como lo dijo expresamente al blondo periodista ruso (“Rusia tiene historia como país soviético, formamos parte de una gran nación”). Como luego confesó una fuente que no quiso revelar su identidad, “todo se desbarrancó porque el ‘observador’ quería salir en la foto”.
Los servicios de inteligencia internacionales detrás de los dos planes abortaron la operación de inmediato, con urgentes viajes en jets oficiales de los servicios (que surcaron los cielos montevideanos en las dos noches posteriores), llamados por teléfono e incluso por WhatsApp y SMS.
Los dos espías, el “patovica” y el “observador”, sabían perfectamente, como casi todos los espías, que si eran descubiertos “estaban solos”: nadie reconocería sus roles, ni sus misiones, nadie corroboraría sus coartadas y nadie se haría responsable por ellos.
No bien “se sacó la foto” el “observador”, se desbarataron los planes, los servicios entregaron la información para no quedar involucrados, detuvieron al “patovica” en la propia residencia presidencial y todos se desmarcaron rápidamente del “observador”, empezando por el Frente Amplio, que el 26 de septiembre publicó un comunicado donde afirma que Hagobian “no se encuentra en Rusia en representación de la fuerza política” (evidentemente el comunicado ya estaba redactado de antemano y la “Rusia” a la que se refiere, cuando Hagobian estaba en Ucrania, ya incluía a los países anexados). De este modo el “observador” pasó de ser una promisoria estrella internacional a una suerte de paria universal, vagando por el cosmos, mientras el “patovica” pedía para mejorar sus condiciones carcelarias.
Los que no sabían nada de las maniobras están desconcertados. Nuestro presidente se siente traicionado, al igual que Ucrania. El primero quiere la cabeza del “patovica” y sus socios, y el segundo, que Uruguay aplique la ley contra el “observador”.
Putin se quedó sin pasaporte y Uruguay se quedó sin historias de espías, que empezando por la de de Vivián Trías, que cobraba con cigarrillos y botellas de whisky por traicionarnos, siempre fueron muy truchas.