¡Bienvenidos al país más caro del mundo!

Con la tranquilidad de haber advertido hace exactamente un año de la dramática y grave apreciación del peso, y luego de haber reiterado la advertencia (con ningún éxito ni resultado, claro) la columna no se sorprendió del resultado de diciembre del índice Big Mac, un mecanismo rudimentario, aunque históricamente bastante preciso, que ofrece el periódico The Economist desde hace casi cuatro décadas, y que muestra a valor de paridad de producción – algo similar al purchasing power parity – el precio de una hamburguesa en el mundo, lo que muestra, sobre todo en países con sistemas cambiarios y comerciales de libre mercado, el nivel de subvaluación o sobrevaluación de la moneda local con relación al dólar.

Dólar adelantado o peso atrasado

No le resulta entonces para nada sorprendente que, al cierre de 2022, el peso uruguayo aparezca como sobrevaluado más del 25%, o, para decirlo en lenguaje plebeyo, el tipo de cambio esté atrasado 25%, segundo a media cabeza del Franco Suizo. Con lo que, por otro camino, se ha vuelto a verificar aquello de “la Suiza sudamericana”, lo que no necesariamente implica que se trate de un motivo de orgullo. Este indicador también puede ser aplicado a la comparación del costo general de vida, dada la variedad de componentes y de sistemas de distribución que convergen en la famosa hamburguesa. Si, además, se extrapolan los datos de enero, fuertemente influidos por el suicida ajuste automático por inflación aplicado a todo el sistema público y privado local, es fácil colegir que usted está viviendo en el país más caro del mundo, por encima de Suiza, nada menos. ¡Felicitaciones!

Desgraciadamente, las consecuencias de esta situación no son para nada felices. Este tipo de cambio, como ya se ha explicado, ahuyenta el empleo y la inversión, al hacer difícil la competencia internacional de cualquier producto cuanto más valor agregado tenga, lo que acarrea inevitablemente pérdida de puestos de trabajo, y pérdida de calidad en el PIB, a la vez que desalienta cualquier inversión al encarecer innecesariamente el precio de exportación de los bienes y servicios. Esta situación, que la columna ha equiparado al famoso Dutch Disease, (que ahora debería llamarse Mal neerlandés) que simplificadamente ocurre cuando hay una gran oferta de dólares que excede ampliamente la demanda, sea por una inversión externa muy elevada, como ocurrió en la ex Holanda, o por una exportación de commodities de bajos agregados muy elevada.  El efecto es una falsa apreciación de la moneda local, pero el país que sufre ese mal termina empobreciéndose. Por eso, entre otras cosas, la columna sostiene que – paradójicamente – copiar el proteccionismo mundial es empobrecedor, aun cuando no haya correspondencia de las contrapartes. Se trata de una teoría clásica, nunca refutada, y hartamente probada.

Se agrava cuando, para neutralizar el efecto inflacionario de gasto-déficit-emisión monetaria, se elevan las tasas de interés que paga el sistema bancario para absorber circulante, lo que termina bajando la demanda de la divisa extranjera artificialmente, o aumentando su oferta antes de lo necesario.

No se arregla por decreto

Por supuesto, nunca se puede resolver el problema controlando el tipo de cambio con cualquier recurso monetario u otro artilugio, porque inexorablemente el mecanismo estallará por diversas causales, empeorando la situación y, lo que es peor, privando a la economía de conocer el precio más importante de todos, que es el de su propia moneda, o el de las divisas de referencia extranjeras, como se guste. Pero la combinación de costos internos crecientes en pesos, como es el caso, con una apreciación de la moneda local, es empobrecedora y atenta contra el crecimiento, contra el bienestar y hasta contra el orden social, ya que el país tiende a convertirse en pastoril, con las limitaciones de todo tipo que eso produce, y las consecuencias que acarrea. La mejor solución, una vez más, es la apertura comercial, que no necesariamente tiene que pasar por un tratado recíproco, sino que es enriquecedora aun si fuere unilateral, aunque cueste comprender la paradoja.

Algunos colegas sostienen que el comercio exterior no es suficiente para compensar el desbalance, pero ello se puede deber a que no tienen en cuenta la ampliación que el mercado de importación puede tener, si se lo libera de los monopolios e intereses creados de empresas y empresarios públicos y privados, que colgados del estatismo hacen del permiso amiguista y corrupto, las restricciones impositivas, aduaneras y de todo otro tipo la esencia misma del negocio, cuando en realidad la actividad debería ser un pilar libre del crecimiento y del empleo. Que ese mercado sea aparentemente pequeño, es la consecuencia de no pensar en el beneficio del consumidor, sino en el de empresarios prebendarios y sindicatos, vieja rémora que el mussolinismo hizo creer que consistía en un modo de luchar contra el comunismo de otrora, y que la vetusta (de nacimiento) CEPAL inoculó en el corazón de los sometidos productores de commodities alimenticias. El IMESI es parte de esas limitaciones, aunque no parezca un recargo aduanero.

También hay quienes sostienen que hay otros sistemas de aumentar la demanda de dólares, cambiando la ecuación de lo que se permite y obliga a cierto tipo de empresas controladas. Además de no dejar de ser una acción estatal de control de algo que debería ser libre, la reciente disposición que permite a las AFAP comprar más acciones locales que la norma anterior, va en el sentido inverso a lo buscado, de modo que habría que tener cuidado con sugerir soluciones que no siempre se saben manejar, o no siempre se manejan en el sentido correcto.  Los intentos por domeñar la acción humana suelen ser bastante malos. El tipo de cambio suele ser también la mejor manera de medir casi al instante los efectos de las políticas que se aplican, incluyendo los errores.

Regalito para la oposición

Por supuesto que el gobierno dijo antes, y dice ahora, que se trata de una situación temporaria que tenderá a equilibrarse. No parece que se esté haciendo demasiado para lograr ese equilibrio, ni que exista el plafón y aunque sea el convencimiento mínimo para hacerlo. Por supuesto que política y gremialmente, la conjunción-coalición FA-Pit-Cnt jamás digerirá ningún tipo de apertura de ninguna naturaleza. El oligopolio es su esencia y su negocio. En realidad, comerciar abiertamente es otra manera de ser libre, y eso le es intolerable. Con lo cual, habría que estar dispuesto a contar con una feroz resistencia empresaria, sindical, institucional y política si se intentase algo así. Y aun suponiendo que se hubiera querido hacer y se supiera cómo, se han perdido con la pandemia dos años esenciales para cualquier cambio, y, al contrario, el modesto intento de la LUC terminó fortaleciendo y tonificando el músculo opositor aún en el rechazo al referéndum. Todo en línea con la falsa (sic) anuencia de Lula, que ha lapidado el tratado con China, aunque no se hayan dado cuenta todavía.

De modo que es difícil pensar en una solución al problema, salvo que mágicamente caigan los precios internacionales de la producción local, algo no imposible, pero difícil de justificar con los datos de hoy. Al contrario. El presente camino lleva a un panorama de desocupación e informalidad en sectores industriales y de servicios que no dejarán de tener desagradables efectos económicos y políticos y que será muy bien aprovechado por una oposición cuyo objetivo único es poner más impuestos, en especial al patrimonio personal, y continuar el monopolio del control del trabajo, que ha pasado a ser, en vez de una actividad productiva, un gasto estatal, un costo más para el ciudadano, una excusa más para fomentar el mayor de los monopolios: el reparto y control del bienestar y la felicidad de cada uno. Y lograr ya mismo la igualdad universal, obvio.