Escribe Lic. Denise Ain
Quienes hemos sido madre, padre o tutor de algún chico de edad escolar, seguramente habremos compartido la experiencia de escuchar a algún maestro o director decir cada inicio de año: “Apostamos a despertar en vuestros hijos la creatividad, el interés por las ciencias, el sentido crítico y el pensamiento autónomo, en el marco de una educación basada en valores, pues solo eso los hará ciudadanos libres.” (aplausos).
Si no lo escucharon con estas palabras, habrá sido con una coma más, o menos, pero me animo a decir, que de menera sincrónica o asincrónica (como decimos desde marzo del 2020) todos hemos participado de la misma bienvenida, aplaudimos en gesto de respeto, porque el discurso fue correcto (y cuanto más sintético, más correcto).
Al fin de cuentas, ¿qué otra cosa puede decir alguien sensato y bien intencionado, responsable de la educación formal de nuestros hijos?
Sin embargo, como frente a un truco de magia que falla, el desencanto, el desasosiego y cierta cuota de zozobra se nos revela rápidamente, cuando por el mes de mayo, vemos a nuestras criaturas salir radiantes, emocionadas, sin que sus pies les alcancen a tocar el suelo, ansiosas por darnos en mano el hermoso collar de mostachudos pintados, todos iguales, que para el día del padre cambiará a marcalibros o portalápices (también todos iguales).
Por supuesto que el collar, el marcalibros y el portalápices nos conmueven profundamente, pero no en el sentido que intentamos transmitirle a nuestros hijos, sino justamente en el sentido inverso: cuando constatamos que efectivamente, algo del proceso de enseñanza – aprendizaje, algo del discurso de bienvenida, algo de la pretendida creatividad, ya comenzó a fallar.
En ese instante, los hilos de la magia quedaron a la vista, a plena luz del día, multiplicados por la cantidad de alumnos, pero lo extraño, es que nadie absolutamente atina a esconderlos, o al menos disimularlos.
Quizá la distancia temporal entre el discurso y el collar, para muchos, y en especial a la interna de los propios centros educativos (que además de enseñar con frecuencia deben alimentar, ocuparse de atender temas de violencia, y hasta sacar piojos para evitar contagios), colabora en que la disociación entre lo que se dijo y lo que efectivamente se hizo o se logró, se haya diluido, y, por ende, no haga ruido, no genere incomodidad alguna, y ni siquiera se perciba.
Son muchas las preguntas que podemos hacernos a partir de esa brecha entre el discurso y la realidad: ¿Por qué desde hace décadas es tan difícil sortearla? ¿Por qué se toma nota de esa brecha al fin del ciclo básico o de bachillerato, y no cuando recién se está gestando? ¿Qué debió funcionar diferente, para que el discurso, la intención y la realidad fueran por un mismo carril?
Las preguntas son infinitas, porque la educación en sí es extremadamente compleja, y porque el sistema educativo como marco, también lo es.
Sin embargo, voy a hacer foco en una única pregunta: ¿Por qué ninguno de los presentes en el discurso de bienvenida (ni padres, ni docentes) salimos de allí ofuscados, queriendo hacer piquetes en la puerta de la escuela, o buscando proponer algo distinto para los alumnos? ¿Por qué, si en último término, de lo que nos hablaban era de las famosas “competencias”, que la Reforma Educativa define claramente, menciona con nombre y apellido, y aspira a instalar como eje del sistema educativo a lo largo de sus diferentes tramos o ciclos, y sí genera resistencia en algunos sectores?
Una primera respuesta quizá, puede encontrarse en la idea (absolutamente errónea), de que una currícula basada en competencias sustituye las materias habituales, o se vacía de contenidos académicos.
Lejos de ello, cuando hablamos de estimular el desarrollo de competencias, de lo que se habla, no es ni más ni menos que de apuntar a que las personas sen “competentes”, en el sentido de estar capacitados para una actividad determinada.
El Marco Curricular Nacional – Documento Preliminar en Proceso de Elaboración y Consulta 2022 señala concretamente: “…un modelo curricular basado en competencias (…) constituye una alternativa adecuada por la conexión de los aprendizajes entre sí y con la vida real, a partir del foco en los aprendizajes y desarrollo del estudiante pensándolo como “ser en el mundo”.
Y agrega: “Ser competente significa actuar integrando conocimientos, habilidades y actitudes para responder a situaciones complejas de la vida, acorde a cada situación en un entramado dinámico de esos recursos (ya sean propios o construidos con otros) seleccionados, combinados y movilizados pertinentemente y desde parámetros éticos.”
Dicho esto: ¿Alguien puede pensar que la educación debe tener un cometido distinto o más elevado que el de propender a desarrollar competencias habilitantes para la vida?
Concretamente, el marco curricular que la Reforma Educativa impulsa, define diez competencias generales organizadas en dos grandes dominios: Pensamiento y Comunicación, y Relacionamiento y Acción respectivamente.
El primer dominio, abarca cuatro competencias: Pensamiento Creativo, Pensamiento Crítico, Pensamiento Científico y Pensamiento Computacional, que se complementan entre sí, y con una quinta competencia, que es la Competencia Metacognitiva, y que supone pensar acerca de los propios procesos de pensamiento que contribuyen a potenciar los aprendizajes.
El segundo, abarca las competencias Comunicación, Relacionamiento con otros, Intrapersonal, Iniciativa y Orientación a la acción y Ciudadanía local, global y digital.
Estos dominios y competencias, tienen una característica que puede parecer obvia, pero que traza una diferencia sustancial con la realidad educativa actual: se las aborda de manera integral.
En ese sentido, y para continuar con el ejemplo de la Creatividad, ya no se espera que ésta encuentre en la clase de plástica, arte o dibujo un ámbito en el que desplegarse, sino que atraviese toda la currícula.
Ser creativos en un sentido amplio, no refiere al sentido estético, sino que lo excede absolutamente. Ser creativo es ser capaz de buscar soluciones originales a problemas de la vida cotidiana, a la hora de redactar, de plantearse hipótesis acerca de determinados hechos o a partir de determinados datos, de proyectar y programar escenarios futuros en cualquier ámbito del conocimiento e incluso de las relaciones sociales.
La Reforma no se plantea a mi juicio como un “borrón y cuenta nueva”, sino como una impostergable reformulación del qué enseñar, para qué enseñar, cómo y con qué, dando cuenta de que es imperativo adecuar las prácticas de enseñanza-aprendizaje a nuevos escenarios, a nuevas generaciones, con necesidades, exigencias y desafíos distintos de los que se presentaban décadas atrás, y cuyo desfasaje o lejanía, ya no es posible barrer bajo la alfombra.
Volviendo al discurso y al collar con los que di inicio a esta columna, nadie tiene a la fecha certeza de cuáles serán los resultados de la tan alentada reforma por unos, y tan resistida por otros, pero al menos, cuando llegue mayo, podremos tener como padres algún buen indicador, si reconocemos entre los regalos aquel de nuestro hijo, distinto de todos los otros, hecho para su mamá, y no para “las madres en su día”.