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Contraviento

La cultura infantil del wokismo

21 marzo, 2023

 Por Dardo Gasparré

 La corrupta política mundial se subordina a los caprichos, imposibles de sustentar, de una doctrina que se basa solamente en el delirio, los berrinches y el voluntarismo de millones de votantes que actúan y razonan como niños.

 

Alguna vez el gran pensador Ludwig von Mises zanjó para siempre la discusión inútil pasada y futura al explicar y demostrar que la Economía es una ciencia social que estudia la acción humana individual y colectiva y sus consecuencias.

 

Desarticuló con ese simple apotegma la absurda y siempre fracasada idea de que con ecuaciones, algoritmos y fórmulas se puede adivinar o predecir el comportamiento de los factores humanos y como tal el de la economía toda, tanto de sectores como de países.

Después su discípulo y continuador Friedrich Hayek le dio significado político al concepto, al sostener que tanto los regímenes de derecha o de izquierda que basaban sus sistemas en la planificación central (cada vez más en auge hoy) cuando hallaban que los seres humanos no respondían a sus fórmulas y predicciones, desembocaban en formatos dictatoriales para que la realidad se adaptara a lo que sus ecuaciones y sus planes preveían.

 

El voluntarismo es inflacionario y ruinoso

A lo largo de los años los gobernantes y los pueblos fueron olvidando deliberadamente esas verdades, desde Roosevelt a Stalin, y muchas veces la humanidad tuvo que sufrir las consecuencias de los iluminados que encontraban el sistema o la fórmula mágica para justificar cualquier despropósito. Ahora también.

 

El keynesianismo fue una versión liviana de ese voluntarismo y ese acto de soberbia que pretende inducir y predecir el comportamiento de los individuos; la Teoría Monetaria Moderna es una versión alevosa y aggiornada de ignorancia e impunidad, que ha traído al mundo al punto en que se encuentra.

 

Desde los controles de precios hasta la maraña inagotable de impuestos y leyes que rigen la vida del ciudadano de casi cualquier país, aun el aislamiento pandémico y otras barbaridades, son fruto de ese fenómeno.

 

La cantidad y profundidad de las burocracias, el número y los nombres irrisorios de los ministerios de todo el mundo, la incompetencia y lenidad con que se manejan los políticos universales, las excusas que se inventan y las mentiras que se dicen, parten todas de esa misma fuente original: todo ministerio es un ministerio de la felicidad.

 

El fenómeno agregado ahora y sin base científica alguna está simbolizado por el Gran Reseteo, la Agenda 2030, la lucha por la imposible igualdad, las reivindicaciones de sexo y género, la deconstrucción de la moral y la ética, la urgencia por salvar al mundo de amenazas dramáticas que van cambiando día a día. Y que se predicen día a día como el juicio final, la lucha suicida por reemplazar la generación de energía por otro sistema que nadie sabe cuándo se inventará ni cómo será, y que también cambia de definición a diario.

 

Un mundo de siglas cómicas y de ignorancia seria

 

Se agrega la vocación de tiranía pandémica que se repetirá en breve y hasta el insulto, la agresión y la cancelación a quienes se descalifica por no querer pertenecer a un mundo de cómicas siglas y hasta se lo trata como enemigo por haber nacido con habituales atributos o preferencias, sin olvidar los despropósitos que se sostienen en materia de alimentación, que también cambian con frecuencia impune, cuando estudios o la evidencia empírica muestran la incongruencia de argumentos.

 

Hay también una explicación para el comportamiento de una gran masa que conforma esa acción humana que definiera Mises, y que ciertamente amenaza con equivocarse tanto como los genios de las ecuaciones, esta vez partiendo de la ignorancia, no de la formación académica como tantos Nobel.

 

El comportamiento de una parte trascendente e influyente en todo sentido de la sociedad mundial tiene características infantiles. Todo lo que se llama el wokismo, que, de nuevo, conforma una masa que si no es mayoritaria está cerca de serlo, configura el pensamiento de chiquilín. Así, pretende eliminar toda diferencia, como un modo de no tener que padecerla. Desde su indefinición sexual, o desde su necesidad de transformar su vergüenza sexual en bandera, hasta la intelectual o de formación educativa, (los falsos títulos no son casualidad), y de paso eliminando la desagradable instancia de competir, de estudiar, de rendir exámenes, de hacer un esfuerzo previo para cada cosa que se logre.

 

El trabajo no desaparecerá como consecuencia de la robótica ni la IA, sino como parte de esa imperiosa necesidad de no cumplir con ninguna obligación, del mismo modo en que a la hora de los derechos los mismos no tienen contrapartida alguna de parte del nuevo ciudadano.

 

En esa línea de conducta, más que de ideas, tiene algunas características especiales. La inmediatez es una. No acepta que el caramelo se lo den esta noche o mañana. Tiene que ser ahora mismo. Esa característica es, cuando los gobiernos necesitan votos, un grito clamando por inflación. Nunca desoído por quienes necesitan quedarse con un pedazo importante de ese gasto inmediato y esa platita para su vida política y su vida personal, claro.

 

La otra característica es el enojo. Cualquier demora en satisfacer su demanda, o cualquier intento de no satisfacerla como al wokista le parece, acarreará un enojo y un insulto inmediato. Imagínese la potencia política de ese enojo, en especial si es explotado por el periodismo militado. Eso desemboca en destrucción callejera y violencia.

 

El desconocimiento o desprecio de la relación causa-efecto

 

La otra característica grave es que no intenta relacionar causa y efectos. Cualquier diferencia salarial, de nivel social, cultural, económico, artístico, es culpa de alguien o de algo que conspira contra él, y nunca es su responsabilidad ni acepta que debe hacer un esfuerzo previo. El sistema o quien fuere tiene una deuda con él, que debe ser saldada.

 

En esa actitud, no comprende que el abolicionismo en cualquier formato aumenta el crimen, que el gasto irreflexivo lleva a la inflación. Que el impuestazo termina por dejar a un país sin inversión y sin trabajo, lleno de pobres. Que la policía no es su enemiga, sino su protectora. Que la droga mata. Que no se puede repartir riqueza ajena sin generarla. No entiende el trabajo, ni las obligaciones, ni el mérito, ni la moral, ni la ética, su egoísmo absorbe todo y lo transforma en berrinche. No alcanza a entender -ni quiere hacerlo- las diferencias y consecuencias del bien y del mal.

 

Semejante ejemplar le viene como anillo al dedo a los políticos de hoy, que están casi todos al borde de la corrupción, pero del lado de allá del borde. A ese tipo de votante se lo coimea con cualquier cosa. El populismo, define Fukuyama, es la coima del político al votante.

 

Lo grave es que, si bien la conducta, el juicio y la acción son como la de un niño, el wokista tiene 30, 40, 50 años, no 12. Greta Thunberg simboliza impecablemente a ese personaje central de todo el siglo XXI. Y no se cometa el error de creer que el comentario se debe a sus dificultades genéticas. Para nada. Se debe a su actitud. Es irreflexiva, impulsiva, compra y cambia argumentos por minuto, es ignorante, está enojada, furiosa, es agresiva y pretende una solución inmediata a lo que percibe como los problemas mundiales que cree que nadie más ha visto. Y no tiene la más mínima noción de las consecuencias de cada medida que propone o le hacen proponer. Como un chico. Un woke perfecto.

 

La fatal arrogancia de la burocracia, como decía Hayek, es ahora reemplazada por la fatal instantaneidad de la ignorancia. Los políticos del mundo, unidos en su ambición que es nada más que corrupción real o en ciernes, no tienen el coraje ni la grandeza para ser estadistas. Menos la moral. Por eso, al igual que los CEOs del entretenimiento y los poderosos banqueros y empresarios billonarios de bancos quebrados, están siguiendo a los niños de 40 años hacia el desfiladero.

 

Como cuando se leía, el cuento de Hamelin, pero al revés. Democracia de preescolar.