por Jorge Martinez Jorge
“Un perro hambriento a la puerta de su amo predice la ruina de la hacienda” Olga Tokarczuk (Sobre los huesos de los muertos)
“…hablar a efectos de persuadir es lo que caracteriza a la clase burguesa, pero persuadir es una esperanza vana; porque el marxista auténtico -como ya lo dijo Lenin- descarta tanto el cretinismo de la legalidad como el romanticismo de la ilegalidad, evitando retroceder hacia instituciones de la libertad burguesa…” Giorgi Lukàks (El marxismo ortodoxo)
Fechas para tener en cuenta:
(5 de febrero 1971 – 5 de febrero de 2022)
Las fechas arriba indicadas, se corresponden, la primera con la fundación del Frente Amplio como movimiento político de coalición electoral como vía de acceso al poder, y la segunda con la asunción de la presidencia de esa fuerza política -luego de tres períodos en el gobierno- por parte del PIT-CNT, no de manera orgánica pero sí a través de su expresidente Fernando Pereira.
Excepción hecha del Golpe de Estado de febrero-junio de 1973, y la restauración democrática de 1984-1985, estas fechas marcan dos de los hitos más importantes en la historia reciente de la política uruguaya.
Aquella, la de 1971 porque constituye el rompimiento del bipartidismo que había dominado al sistema político-partidario desde su fundación como nación independiente, y además, porque medio siglo después del asalto al Palacio de Invierno, la izquierda vernácula -enfrentada ideológica y estratégicamente- conseguía unirse en torno a la entonces en boga “teoría de los Frentes Populares”. Con o sin dictadura, nada sería igual desde entonces.
La más reciente, la del pasado año, que transcurrió mayormente en silencio, como si solo se hubiera tratado de un aniversario más, un cambio de autoridades como cualquier otro, nada que no constituyera una oportunidad de “movilizar masas” y crear un hecho político. Pero lejos, lejísimo, del parteaguas que significaba que -de hecho y de derecho- una fuerza sindical “clasista” (es decir, declaradamente marxista-leninista) asumiera el control de la fuerza política que agrupaba a la izquierda política toda y que representaba a entre un tercio y la mitad de los ciudadanos uruguayos.
Es que, además, esa fuerza ejercía la oposición política al gobierno electo tras el inexplicable traspié de 2019, que sería a la postre, el inicio de la “revolución interna” que se iniciaría con el enfrentamiento sanitario y posterior impugnación de la LUC -impuesta por el sindicalismo a la política- culminaría con el copamiento sindical de esa fuerza política.
Un nuevo escenario
Salvo honrosas excepciones, que siempre las hay, el sistema político uruguayo, incluido el propio Frente Amplio que estaba siendo copado, no registraron el hecho más que como un cambio de personas, a lo sumo de estilos. Craso, grave error. Imperdonable error.
Desde entonces, nada ha sido igual, ni, mucho menos, para mejor. Tampoco debería extrañar, toda vez que sigue la estricta lógica de funcionamiento de una fuerza sindical, metida a hacer política -pero con la metodología y herramientas del sindicalismo- que no pocas veces no sólo no es política, sino que representa la anti-política, el enfrentamiento y fogoneo de los conflictos como acentuación de las contradicciones. La política, por contrario, significa el arte de negociar, acordar, conseguir mínimos comunes denominadores dentro de reglas pre-acordadas contenidas dentro de una institucionalidad que todos -se supone- aceptaron mantener y defender.
Si aquel Frente Amplio vazquista, primero para acceder al poder y luego para ejercer y mantener el gobierno, debía echar mano a nombrar ministros de talante liberal a bordo de aviones con rumbo al Imperio del mal, luego de haberse tragado el sapo mayor de incorporar al foquismo tupamaro, recorría un camino ineludible de moderación convirtiéndose de hecho en un “partido catch all”, las tensiones de la moderación le esperaban a la vuelta de la esquina.
Como dijera, con gráfico acierto, el entonces líder del Partido Comunista en el Uruguay Eduardo Lorier, habría “un gobierno en disputa”. En realidad, cuando Lorier decía “gobierno” estaba hablando de la “fuerza política” gobernante, a tal punto confundida el uno con la otra. En una pequeña digresión, anotemos que quizás aquí radica una de las claves del estupor que aún permanece, por la derrota electoral de 2019, la primera de las siguientes dos derrotas, las municipales y la del Referéndum.
La “disputa” a la que aludía Lorier lo era entre la “moderación” que iba siempre hacia el centro -y por lógica, hacia la derecha- y la “ortodoxia marxista” que pedía “más y mejor izquierda”.
Hubo tensión claro está, y no menor, al punto tal que durante el -por así decirlo, con licencia- “gobierno” del tupamaro Mujica, se llegó al extremo de instaurar dos “equipos económicos”. Un dislate propio de un período preñado de realismo mágico donde reinó lo político sobre lo jurídico. Y el voluntarismo por sobre la razón.
Aún así, en esos quince años, las disputas internas, y de la coalición de izquierda con el resto del espectro político, lo fueron en esta clave: política. Al borde, pero dentro de la política.
El palo en la rueda
Hoy día, a partir del citado copamiento sindical, la historia es otra muy distinta.
Si uno analiza los hechos producidos -y muchas veces el simbolismo que estos encierran- desde la derrota electoral del Frente Amplio, cuesta pensar que lo que vino no respondía a un “hipotético Plan B” de quienes, por su propia idiosincrasia, pensaban que en una democracia “burguesa”, una coalición de partidos liberales, filo-liberales, de derecha (culposa) y de izquierda acomplejada, junto con los pequeño burgueses siempre listos a cambiar de bando, podía derrotar a una izquierda irremediablemente aburguesada, crecientemente adicta al champán y los canapés en ambiente diplomático perfumado con negocios lubricados por el amiguismo que el poder genera.
La parálisis política del Frente Amplio desde marzo de 2020, el presente griego de la pandemia dos semanas después, la falta de liderazgos y el estupor del boxeador grogui a punto de irse a la lona, dejaron el escenario pronto para que el PIT-CNT -y el PCU detrás- tomaran el control y plantearan un escenario de frontal enfrentamiento que buscaba, en primera instancia encolumnar a un electorado estupefacto y desorientado, y en segundo lugar, el desgaste y búsqueda de deslegitimación del gobierno.
Esa calle, estrecha y de una sola senda, solamente podía conducir a donde los llevó, a ponerse en la vereda de enfrente. Enfrente de todo, aún cuando la oposición fuere contra medidas vistas como populares, aún cuando la razón aconsejara bajar un cambio. En la dialéctica del enfrentamiento, en la vereda de enfrente solamente hay enemigos, y al enemigo, se sabe, ni un vaso de agua.
Menos y peor política
Asistimos entonces a un período de “cretinización” de la política como no se veía desde los fatídicos sesenta. Es más, a no pocos de los que vivimos esos años de plomo, nos los recordaban a cada paso.
El punto de quiebre lo fue, sin dudas, el de la iniciativa de Referéndum contra la Ley de Urgente Consideración que constituía el buque insignia del novel gobierno, y su principal compromiso electoral.
Tras el fracaso en el intento de deslegitimar el proceso de aprobación, arrastrando la contradicción de haber votado casi el 50% de su articulado, el Frente sumido en una cuasi anarquía, se vio enfrentado al pedido primero, la exigencia después, y el ultimátum de postre del pitceeneté para impulsar un Referéndum derogatorio “contra los artículos más nefastos” de la LUC.
Desde el punto de vista político era un salto al vacío. Resistieron hasta donde pudieron. Cuando no pudieron, rindieron las armas y entregaron la plaza.
Hay por allí quien dice que, los ahora Gerentes de la marca “Frente Amplio” con sede en la calle Jackson, lo plantearon no para ganar, que nada hubieran ganado, sino para perder, puesto que, tras una nueva derrota, a la fuerza política no le quedaría más alternativa que aliarse en condiciones de rendición con los únicos capaces de plantarle cara a un gobierno -y en especial, un presidente- malditamente popular.
Así las cosas, tras más de un año de definitiva peronización de la oposición sindicalizada, cuesta entender cómo desde este lado de la vereda, insisten en hablarle al otro lado de la calle (¿o grieta?) en el mismo idioma.
Hacia dónde nos lleva el imposible trío política-sindicalismo-democracia, es algo que podemos verlo con sólo asomarnos al vecindario, convertido en villa miseria y conventillo barriobajero copado por toda clase de delincuentes.
Hablar de democracia en tales condiciones, pasa a ser en un futuro no muy lejano, un ejercicio de neolengua. Ficción pura.
Por eso, lo del acápite de Lukàks. Y, me temo, ya tenemos al perro hambriento a las puertas de la República, o lo que queda de ella.