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Contraviento

Crónica del secuestro del embajador Jackson, por el gran escritor cubano Norberto Fuentes

4 abril, 2023
Secuestro Embajador Geoffrey Jackson

Amplia repercusión tuvo la reproducción que hizo CONTRAVIENTO de la entrevista realizada al embajador británico Geoffrey Jackson, secuestrado por el MLN en enero de 1971, con la firma de Leopoldo Madruga, que no era más que un seudónimo del periodista uruguayo Ernesto González Bermejo, entonces colaborador de la agencia cubana Prensa Latina. Así lo confirmó el escritor cubano Norberto Fuentes en entrevista telefónica con CONTRAVIENTO, en la que ratificó lo que en tal sentido había escrito en su último libro «Plaza Sitiada».

   Ese libro, que recrea  episodios vividos durante el régimen castrista por el propio Fuentes, contiene una detallada crónica sobre el secuestro, que se lee al mismo tiempo como una vibrante narración periodística, y como un texto de alta factura literaria.

Fuentes y González Bermejo trabajaron juntos a fines de los años 60 en la revista Cuba, de la cual el periodista uruguayo era jefe de Redacción y luego Director. En ese cargo sustituyó al veterano periodista español Darío Carmona,  quien se radicó en Chile luego de la Guerra Civil española en la cual militó en favor del bando republicano. En 1962 fue enviado por el Partido Comunista chileno a Cuba para apoyar al gobierno revolucionario, pero regresó a Chile algunos años después, al discrepar con la posición de Fidel Castro en un roce con el poeta y diplomático chileno Pablo Neruda, alineado a Moscú.

Norberto Fuentes (izq) y Ernesto González Bermejo, a fines de los años 60 en Cuba, antes de que se distanciaran por la posición crítica de Fuentes sobre el rumbo de la Revolución

Era una hermosa mañana para el embajador británico en Montevideo, Geoffrey Jackson. «It was a beatuful morning», recordaría el diplomático. Se dirigía a su oficina en le Embajada -a bordo de su Daimler negro- donde tenía cita a las 10.15 AM con un hombre de negocios inglés. Conducía su chofer, Walter Muller. Otro coche, de presencia más modesta, seguía su limusina, a corta distancia, con sus dos guardaespaldas. Eran las 10 AM, cuando un pickup rojo de fabricación americana le cerró el paso por el costado izquierdo y abolló el sector izquierdo de la defensa y el guardafangos frontal izquierdo. El chofer Muller se apeó a requerir, ciertamente indignado, al imprudente conductor del pickup rojo.

Los guerrilleros aparecieron repentinamente en la calle. Un vendedor de viandas y frutas extrajo de su cesta una ametralladora. Se distribuyeron los objetivos. Era un plan meticuloso, bien estudiado. Un grupo rodeó el coche de los guardias, los sustrajeron como sacos de estiba y los colocaron frente a una pared, donde los golpearon sin compasión en la cabeza, dejándolos inconscientes. Jackson y su chofer intentaron resistir el asalto, pero fueron sometidos, y al chofer Muller, de un cachiporrazo, lo dejaron tendido en la calle.

Aparecen seis coches en la escena. Surgen de la nada. Jackson se ve comprimido por los intrusos que ya ocupan su asiento, e incluso uno de ellos se le ha sentado en las piernas. Todos enarbolan sus pistolas, y parecen ansiosos por usarlas.

Lo próximo es una imprudencia del embajador. Al hacer un  movimiento en falso (quiso extraer sus gafas de un bolsillo), recibe un pistoletazo en la frente, que le hace manar sangre en abundancia. Un golpe bastante contundente para un hombre de 55 años. «Por poco te mato, viejito», le dice, irónico, el que le ha asestado el golpe con el canto derecho de la 45. (Luego bromeará, entre los de su grupo, que le dejó impreso en la frente «el caballito» -el logotipo de la armería Colt- y la inscripción sobre el metal del propietario original).

Con un nuevo chofer al timón, la limusina Daimler sale disparada del lugar. Los seis carros le sirven de escolta. La Daimler está dañada, o al menos se muestra inestable, en la dirección por la embestida del pickup rojo, y es difícil conducirla y demasiado llamativa en esas condiciones. la abandonan a las pocas cuadras. El motor estaba humeando y con brotes de fuego cuando la policía divisó el coche. Encontraron manchas de sangre en un asiento y una lata de spray con química para -supuestamente- hacer dormir al embajador. Por otra parte, los dos guardas y el chofer fueron hospitalizados. Las heridas no eran graves.

La policía confirmó que los Tupamaros usaron seis vehículos en «el bien planeado secuestro». Encontrados posteriormente, los seis habían sido robados. La policía comenzó a levantar barreras en las vías principales de Montevideo. La frontera con Brasil fue cerrada. El canciller uruguayo Jorge Peirano Facio llamó a la esposa de Jackson para expresarle su pesar por lo acontecido y explicarle las medidas que tomada el Gobierno para encontrar a su marido. La primera reacción de la Embajada británica fue decir que Jackson padecía de una condición cardíaca y que requería de unos medicamentos muy específicos.

No la tenía fácil el diplomático inglés. Era la cuarta víctima relevante de secuestro de los Tupamaros. Desde hacía más de cinco meses los tupas retenían a un diplomático brasileño y a un experto agrícola americano. El cuarto ya existía sólo como cifra y como tema para una película de Costa Gavras. Al famoso asesor americano de la policía uruguaya Dan Mitrione, lo habían ejecutado en agosto.

«¡Ay, pobrecito!», oyó Jackson cuando le retiraron la venda del ojo afectado. «¡Miren qué pistoletazo! Denme algodón y un poco de alcohol». Estaba en el piso y sólo veía los zapatos de los que le rodeaban. A la luz de un bombillo de poca potencia pudo ver el concreto desnudo de las paredes, y que a su derecha había una especie de pasillo, cuyo acceso estaba cruzado con alambre de púas. Se incorporó lentamente y nadie se lo impidió. Todos sus captores estaban encapuchados. No volvería a ver un rostro humano -a no ser el suyo en un espejito y en las fotografías de las revistas y periódicos que a discreción se le proporcionaba- durante los 244 días de su cautiverio en una cárcel del pueblo.