Por Dardo Gasparré
La empecinada defensa de un modelo muerto hace que cualquier reforma sea parcial y muchas veces una declamación. Los gobiernos prefieren ignorar las consecuencias hasta que ocurren
La columna está condenada a repetirse. Porque la insistencia, tanto de la sociedad como de los gobiernos -aun los que se dicen reformistas – en copiar los mismos errores e ignorar las mismas advertencias hasta el aburrimiento, la condenan a una también aburridora reiteración, tanto para el autor como para los lectores.
Pero como el objetivo de este espacio no es amenizar la tertulia, ni hacer stand up, habrá que insistir sobre los temas que son deliberadamente ignorados, aún a sabiendas de que los gobiernos los seguirán ignorando hasta que estallen.
Entonces esta tribuna insistirá con el tipo de cambio atrasado, la apreciación del peso, el dólar barato o como se le quiera llamar. Como es sabido, el tipo de cambio se compone de varios factores: el que surge de la balanza comercial, que se refleja en la balanza de pagos, los intereses de la deuda en divisas que se deben satisfacer, los ingresos y egresos por inversiones externas, las grandes compras del estado, las colocaciones en el exterior de ciertos fondos públicos y privados, los elementos especulativos, la toma y pago de deuda, los hábitos y tendencias del ahorro privado, la compra de reservas por parte del estado, la confianza que despierte la moneda local o la conducta de los gobiernos locales, la seguridad jurídica e institucional, la baja inflación relativa y una serie de elementos que generan la oferta y demanda de moneda local, o de moneda extranjera, y a veces la facilista idea de usar la divisa como ancla cambiaria, que finalmente determinan un precio único.
Sobre ese precio único giran las economías sanas, y es el pivote sobre el que se construyen todas las decisiones, junto con la tasa de interés internacional, que sirve, salvo manoseos, para medir la calidad de todas las inversiones públicas y privadas y para decidirlas.
¿Una economía keynesiana o socialista?
Si usted es keynesiano, todo lo anterior debe olvidarse y manipularse de algún modo, porque en el largo plazo todos estaremos muertos y entonces importa poco, sobre todo teniendo en cuenta que las elecciones son cada 5 años.
Si en cambio usted es comunista o se define con alguno de los apodos con que se disfraza hoy esa tendencia, no tiene importancia porque la culpa la tienen los ricos y entonces todo se saldará con impuestos crecientes y la redistribución de la riqueza de esos ricos, lo que se implementará con singular éxito cuando sean gobierno, supuestamente.
Pese a la afirmación ministerial de que la declinación del valor de la divisa (o del aumento del valor del peso) se detendría y revertiría a principios de 2023, basada en proyecciones no develadas, la tendencia continúa, y no sería aventurado sostener que seguirá en la misma línea, y a mayor velocidad cuanto mayor sea el éxito de la exportación tradicional.
Aquí se impone una pausa para recordar que los países que basaron su economía en la exportación de commodities agropecuarias han sido siempre parias, los peasants, como despectivamente apostrofan los americanos. Países en estado de subsistencia, como sabía muy bien Gandhi, calificado con precisión como faquir despreciable por el amado y venerado Winston Churchill.
Cuando se habla de las naciones-ejemplo como Suiza, Suecia, Noruega, aún Irlanda, no se envidia la riqueza producida por un campo famélico, subsidiado y medieval si se compara con el rioplatense, sino el bienestar producido por la inteligencia humana, el estudio, la ciencia, el capital y la innovación. Ello tiene más importancia cuando la relación mano de obra agraria-población total es baja.
La solución no es fijar el tipo de cambio por decreto
Tiene sentido usar la misma pausa para aclarar que todo intento de controlar el tipo de cambio, administrarlo, parcializarlo de algún modo por actividad, limitarlo mediante cepos o cualquier otro mecanismo ha estallado siempre, en todos los casos y en todo lugar. Lo que ocurre en Argentina no es una novedad. Es una remake de una tragedia sufrida muchas veces en la historia, que se olvida convenientemente una y otra vez.
Además de que competir por el récord de ser el país más caro del mundo en dólares no es recomendable por diversas razones que se pueden intuir, encarecer salarios, energía, cargas tributarias, fletes y demás costos locales en dólares, tiene como consecuencia una reducción en la demanda de mano de obra especializada que hace inviable tanto el agregado de valor como el empleo calificado. Un drama en varios planos.
Esto se agrava con la costumbre suicida de ajustar todos los salarios y servicios en función de la inflación pasada, garantía de que el proceso de sumersión continuará imparablemente a gran velocidad y profundidad. La rápida y superficial respuesta de que la capacidad de la tecnología y el conocimiento de la mano de obra relacionada cubre ese bache no es cierta, porque casi excluyentemente ese sector del mercado no constituye una industria, sino un mecanismo de emigración virtual en que los ingresos se producen fuera del país y del sistema, y de todos modos se comercializan por línea de programación como otrora las líneas de puntos de tejido de las hilanderas, una raza de manteros tecnológicos.
Si se analiza la composición ocupacional del trabajo, se advertirá que la gran mayoría de la masa salarial registrada se conforma con trabajo de escaso requerimiento de capacitación o de empleo público, que no requiere ninguna capacitación. De modo que es fundamental cambiar esa composición, si se quiere cambiar la calidad y cantidad de ingresos, y no es encareciendo los costos en dólares de los productos como se logrará.
Hacia más impuestos y más excusas para aplicarlos
De seguirse por este rumbo, el camino es inexorable: más impuestos sobre el agro en la forma de retenciones o tipo de cambio, y el nuevo formato preferido: el impuesto a los ahorros y al capital financiero, invento del comunismo para expropiar esa riqueza y para tratar de convencer al agro y al resto de los factores económicos de que ellos no pagarán el pato de la boda, lo que es falso de toda falsedad, porque la supuesta riqueza de los demás se agota y no alcanzará, y la teoría del derrame sigue siendo valedera y cierta, aun cuando se la quiera desvirtuar comparándola con utopías declamadas y nunca probadas, ni siquiera en la teoría.
En algún lugar del análisis, tanto el gobierno, o los gobiernos, la sociedad, los trabajadores, creen en la teoría de que se puede exportar sin importar, hacer tratados que impliquen sólo vender al otro sin hacer ninguna concesión. Eso simplemente no existe. Es entonces falso, inclusive cuando lo dice este gobierno, que se procure hacer tratados con el exterior. No en estas condiciones. Una mera declamación.
No habrá ningún tratado en serio si no se resuelve el equilibrio cambiario, si no se está dispuesto a atacar los monopolios estatales y privados y abrir de verdad la importación oriental, eliminar las prebendas aduaneras que son una colusión privado-estatal, y el proteccionismo que ha originado toda la corrupción de todos los sistemas económicos de la actualidad.
También se deben reanalizar todos los mecanismos que dificulten la inversión en el exterior en cualquier formato. Y si hace falta, estudiar adelantar el pago de la deuda externa, crear fondos especiales de reserva o cualquier otro mecanismo serio y legítimo que permita mayor demanda neta de divisas.
El gasto del estado en pesos también tiene la culpa
Es cierto que la lucha contra la emisión-inflación a veces se contrapone contra el objetivo de equilibar el tipo de cambio, lo que refleja lo artificial e injusto del gasto estatal y la arbitraria indexación de ese gasto por inflación, que termina también reflejada en el tipo de cambio barato y la imposibilidad de salir de la trampa. Y aun el endeudamiento externo colabora a revalorizar el peso.El gasto del estado sigue siendo excesivo y termina golpeando en el futuro. Nada nuevo, pero por otras razones.
Cuando se declama que se intenta hacer una reforma, no es inteligente creerlo mientras no se demuestre que se está dispuesto a hacer estos cambios de fondo. Eso implica también cambiar de raíz el IMESI, un recargo de importación en toda la regla. De lo contrario, el desempleo privado, la imposibilidad de agregar valor, la calidad de las exportaciones se irá deteriorando en una espiral, una telaraña dinámica hacia adentro que conducirá a un sistema donde la única solución serán más y nuevos impuestos. Otro modo de patear la pelota para más adelante. Se puede no hacer nada, claro, con mil razones. Lo que no se puede evitar es el efecto.
“Con dólar barato se ganan elecciones”. Pero se pierde el país. La columna se seguirá repitiendo.