
La diputada del Congreso español Cayetana Álvarez de Toledo (PP, Cataluña) pronunció a fines de marzo en la cena anual de la Fundación Libertad, en Buenos Aires, un discurso que tuvo amplio repercusión en el vecino país. A lo largo del mismo, repasó la motivación que la llevó a pasar del ámbito académico al periodístico, y luego al político, para enfrentar la decadencia española, dominada por la socialdemocracia, y latinomericana, controlada por el Foro de San Pablo, y los partidos y movimientos populistas de izquierda que gobiernan gran parte de los países de la región.
Álvarez de Toledo defendió la bandera del «optimismo» para enfrentar la lucha, y citó como «hechos objetivos» que permiten sustentarla, «los éxitos de la heroica Ucrania, la revuelta de las mujeres en Irán -ellas sí feministas y no las que practican el victimismo y la venganza contra el hombre-., las marchas masivas en México contra la deriva autocrática de López Obrador, y el propio plebiscito chileno, una rotunda impugnación de toda la chatarra ideológica que la izquierda ha puesto en circulación en los últimos años».
La diputada Álvarez de Toledo nació en Madrid en 1974. Es hija de padre francés y madre argentina, pero ha declarado en varias oportunidades que «yo decidí ser española». Vivió sus primeros años de la infancia en Londres, y luego se trasladó a Buenos Aires. Obtuvo una licenciatura en Historia Moderna por la Universidad de Oxford, y luego alcanzó el doctarado con una tesis sobre el oblispo Juan de Palafox, virrey de Nueva España. En el año 2001 se casó con el empresario catalán Joaquín Güell, con quien tuvo dos hijas. Se divorció en el año 2018.
«Todos los populistas, de izquierda y derecha, coinciden en una cosa: creen que los ciudadanos son idiotas.
En su discurso en la Fundación Libertad llamó a enfrentar el avance de la izquierda, que a su jucio se produjoe «en buena medida, por nuestros errores». Definió como «nuestro objetivo, nuestra oblgiación, construir alternativas políticas en toda la región», para lo cual es necesario contar con «líderes, ideas, coraje y unión».
En su reivindicación de la política, a la que ingresó luego de pasar por la redacción del diario español El Mundo, sostuvo que que los parlamentos se ha reducido a una «mezcla de patio de colegio, circo de tres pistas y reality show (…) la política convertida en un espectáculo fríviolo y degradante. Esto no puede ser la política. De hecho, no lo es».
Al analizar la influencia del populismo, afirmó que «no es una forma de hacer política. Es la antipolítica, su némesis y principal rival, porque se disfraza de política para destruirla desde su interior. Es el burro de Troya de la democracia: aúna ignorancia y mala intención». Agregó que «todos los populistas, de izquierda y derecha, coinciden en una cosa: creen que los ciudadanos son idiotas. Yo no. Yo creo que los votantes distinguen entre el político que busca vulgarmente su aplauso y aquel que procura ganarse su respeto. Creo que los ciudadanos agradecen que les traten como adultos».
La política española fue enfática al descartar la «anti política de derechas» como la alternativa a la «anti política de izquierdas». Y fundamentó su posición al sostener que «la anti política de derechas es la garantía de que la izquierda siga en el poder. La alternativa somos nosotros. Pero, ojo, la mejor versión de nosotros. La que entienda que las ideas importan. Todo vacío se llena, también el vacío de ideas».
Luego se refirió a un concepto que ella bautizó como «el tablero inclinado de la política». Al explicar el alcance de esa expresión, dijo que «la izquierda siempre está en la parte alta de la cancha, jugando con ventaja. La derecha, mientras tanto, bracea en la parte baja. Como Sísifo, intenta escalar la rampa, con la roca de su inferioridad moral a cuestas. A veces consigue el gobierno, pero nunca consigue el poder. Ocurrió en España y ocurre en casi todos los rincones de Occidente».
«Hay una ciudadanía huérfana, deseando ser liderada. Hay una sociedad agotada, que sabe que no hay un punto medio entre la libertad y la servidumbre»
Analizó la estregia de ambos bloques políticos en estos términos: «Nuestras derechas se dejan intimidar y hasta definir por la izquierda. buscan deseperadamente que las llamen «moderadas», cuando la moderación se ha convertido en la medallita que la izquierda te coloca en la solapa cuando te portas bien. Es decir, cuando haces lo que a ella le conviene. Es uno de los misterios de la política occidental: la izquierda detesta a la derecha e intenta destruirla, mientras que la derecha admira a la izquierda e intenta parecerse a ella». Propuso luego «La solución es trabajar para nivelar el tablero. Rearmarnos ideológica y políticamente.construir alternativas con perfil propio y capacidad de desafío. Es decir, con valor. La valentía siempre ha sido un requisito para hacer política. Incluso para vivir. Pero quizá hoy lo sea más que nunca».
Desde el lado de la izquierda, dijo que se siente «moralmente impune, agitando el victimismo de colectivos de presuntos agraviados a los que dice representar -mujeres, gays, indígenas, trans-, la izquierda contemporánea plantea una disyuntiva perversa: sumisión o conlficto. Si no te sometes, te lanza al paredón de Twitter: «¡Fascista, Machista, Racista»! A veces incluso consigue echarte del tablero. A mi me pasó. Y, sin embargo, lo digo siempre: entre el conflicto y la sumisión, yo elijo el conflicto. Primero, porque, de tanto manosearlas, las etiquetas se han vuelto irrelevantes. Si hoy no te llamando facho, no eres nadie. Hasta se lo dicen a dos santos progres, Sabina y Serrat».
Se mostró contraria a la idea del «consenso», al que dfinipo como «una palabra fácil y bonita. pero así como la grieta no es un proyecto de país, tampoco lo es la sutura. S acaso, el conseno puede ser la consecuencia de un proyecto que, por bueno, acabe siendo compartido. voy más lejos. El consenso ni siquiera es un bien en sí mismo. (…) El principal problema de nuestros países no es tanto la falta de consenso como lo contrario: la existencia de un conenso tácito pero blindado en torno a un modelo único. Reivindicar el consejo se convierte así en una forma de resignación. Más que consenso, lo que nos y otros necesitamos es un cambio profundo, vigoros y urgente».
Finalizó diciendo que «hay una ciudadanía huérfana, deseando ser liderada. Hay una sociedad agotada, que sabe que no hay un punto medio entre la libertad y la servidumbre. Ni entre la corrupción y la honradez. Ni entre el ataque a la Justicia y su defensa. Ni entre la ley y la selva. Con ella es con quien hay que pactar. Y no cualquier cosa: un mandato de rescate económico y democrático».