
por Jorge Martinez Jorge
“Aún los Imperios más civilizados estarán tan cerca de la barbarie como el hierro más bruñido lo está de la herrumbre. En las naciones, al igual que en los metales, sólo relucen las superficies” Antoine de Rivarol
“Las masas no deben saber, sino creer” Benito Mussolini
Al momento de escribir esta columna, en los que podrían ser –tal vez, quizás, es posible que al fin– los días que pongan un final a la bizantina discusión del Proyecto de Ley de Tenencia Compartida (como se le conoce entre aqueos y troyanos, los unos para defenderlo, los otros para denostarlo) no se sabe si, finalmente y tras ese larguísimo proceso de discusión, cabildeos, chantajes y aprietes, será o no Ley.
Impulsada desde la sociedad civil, buscando corregir situaciones de familia donde las desavenencias de adultos se saldan con los niños como moneda de cambio, a regañadientes se le fueron sumando partidos y fracciones, en algunos casos legisladores por sí solos, que llevan a sus patrocinadores y principales beneficiarios, a mantener la esperanza de conseguir la tan ansiada aprobación.
Desde el otro lado, se comenzó con una suerte de “ninguneo”, para pasar a atacar el proyecto cuando este comenzó a tomar cuerpo y finalmente, ante la posibilidad cierta que se aprobara, una de campaña de “disciplinamiento” corporativo -que incluye, como nos tiene acostumbrados la “orga intersocial”, a todo colectivo que pretenda llamarse tal-, para terminar metiendo en la refriega, hasta a los propios organismos supranacionales dependientes o emparentados con el “agendismo2030” de la benemérita ONU.
Hoy y aquí, ya es guerra abierta y todo se vale.
La buena noticia para quienes dan la pelea es que no son todos los que están. La mala es que no están todos los que son.
En todo caso, si de consuelo sirviera, conviene saber que lo que para los involucrados -que al fin y al cabo somos, o podemos serlo todos- es la madre de las batallas, en realidad es una parte minúscula de la, ésa sí, Gran Guerra Santa de lo que puede caer bajo el paraguas de eso que ha dado en llamarse “wokismo”.
A eso apunta lo que sigue.
Un poco de historia
En esta columna hemos recurrido ya, y lo seguiremos haciendo en la medida que abordemos asuntos que exceden las fronteras y problemáticas estrictamente nacionales, a dos autores que, en relación con lo que ha dado en llamarse la “agenda globalista” promovida desde las Naciones Unidas, a un siglo o más desde la publicación de sus ideas, han resultado proféticos.
Spengler, el determinista
En 1918, en el final mismo de la Gran Guerra europea, con Alemania vencida y anticipándose a la humillación del Tratado de Versalles, el historiador y filósofo alemán Oswald Spengler (1880-1936) publicaba su ensayo “El ocaso de Occidente”.
Revisado y ampliado en 1922, Spengler propone un giro copernicano en el estudio y mirada de la Historia, mostrándola como un conjunto de culturas y civilizaciones que, a lo largo de la historia y en tiempos muy distintos, siguieron los mismos procesos de creación, crecimiento, apogeo y decadencia. Del análisis comparativo de éstas, y aplicando lo que llamó “morfología comparativa de las culturas”, propuso que Occidente como cultura, se encontraba en esa fase final, la del ocaso.
Toynbee, el apaciguador globalista
El segundo autor es el británico Arnold J. Toynbee (1889-1975) historiador, filósofo de la historia y prestigioso profesor, publicó a partir de 1934 y hasta 1961 su monumental obra en 12 tomos “Estudio de la Historia”.
Uno de sus principales aportes se puede sintetizar en su radical cuestionamiento al enfoque euro-centrista de la historia, a la que invariablemente se la veía dividida en compartimientos estancos, antigüedad, edad media, renacimiento, modernidad y contemporánea. El autor demuestra que esas etapas solamente se corresponden con lo que hoy denominamos Occidente, en tanto otras culturas como la Islámica habían vivido su apogeo entre los siglos VII y X d.C., o por caso las culturas Maya e Inca que habían conocido su época de esplendor cuando Europa se encontraba sumida en las supuestas tinieblas de una eterna Edad Media.
Desde 1920 y durante décadas fue director del Real Instituto de Asuntos Internacionales, más conocido hasta hoy día como “Chatam House”, por la mansión londinense que sirve de sede del Instituto.
A diferencia de Spengler, que postulaba el determinismo respecto de las fases de las civilizaciones y que nada podía hacer una cultura para revertirlas, Toynbee creía -y actuó en consecuencia desde Chatam House- que Occidente sí podía generar ideas que rescataran a nuestra cultura de su decadencia. Veía a, por ejemplo, la Sociedad de Naciones creada al fin de la Primera Guerra Mundial, como un paso correcto.
Fue, en el seno del Real Instituto de Asuntos Internacionales que dirigía, el principal ideólogo e impulsor de lo que se llamó “la política del apaciguamiento” en materia de relaciones internacionales, la que luego se hiciera tristemente famosa en su aplicación con “la cuestión nazi” por parte del entonces Premier Chamberlain.
Con el tiempo, desde ese influyente think-tank fue tomando forma una iniciativa que al cabo de los años sería el germen creador del Foro de Davos y del Club Bildeberg nada menos. No menor fue el papel que jugó en la fundación de la propia Organización de las Naciones Unidas, sucesora de la disuelta Liga de Naciones, como entidad encargada de velar por la paz en el mundo. Paz para los negocios, y el negocio de la paz.
Velar por la paz, por el statu quo, que no por cuestiones como la democracia, sino aquello que asegurase a la oligarquía esclarecida que comenzaba a tomar forma como suprapoder, el desarrollo de su proyecto.
Es que Toynbee, como también Spengler, no creía en la democracia, entendiendo que el mundo bajo ese sistema resultaría ingobernable, ya entonces y con la mitad de la población actual.
Según él, y su cada vez más influyente círculo de poder, el mundo -o por lo menos la esfera de influencia de su círculo, el impreciso “Occidente”- debería ser gobernado por una élite de intelectuales y empresarios esclarecida, capaces de elaborar y viabilizar las políticas necesarias para una buena gobernanza global.
Los Davos Boys, conspiradores a plena luz
Para ello, iba a ser necesario implementar lo que Klaus Schaub -el Jefazo del Foro de Davos, ingeniero especializado en juntar millones de millonarios y cultivar el cinismo como arma- llamó el “gran reseteo”.
Nada de conspiraciones, ni Sabios de Sion ni nada por el estilo. A plena luz, publicitado urbi et orbi, puesto en letra de molde allí donde se lo quiera encontrar, al mundo le sobran cuatro mil millones de “unidades humanas” así que hay que reclutar “científicos” que calienten el planeta, inventar unas “Gretas” que embistan contra la bosta de vaca como madre de todos los males, y hala, vamos todos a comer insectos, que son la hostia. Menos en Davos, por supuesto.
He ahí el cangrejo, a la vista de todos, encima de la piedra: en Chatam House nació el globalismo.
Occidente y la crisis del enemigo perdido
Un día cayó el Muro de Berlín, implosionó la URSS, y el joven discípulo de Samuel Huntington en Harvard, Francis Fukuyama salió con su corneta a proclamar “el fin de la Historia”, el liberalismo y la democracia serían para siempre los que gobernarían el mundo, y allí donde una nación se modernizara lo haría bajo esos valores.
Bastó que el integrismo islámico encarnado en Osama Bin- Laden y Al Qaeda se pusiera a jugar al bowling con el WTC de Nueva York y que George Bush Jr. iniciara su guerra contra “el eje del mal”, para que la Historia le pegara un portazo a Fukuyama y sus historias de liberalismos.
Desde entonces, con el Occidente campeón moral de la Guerra Fría, y su buque insignia, los EE. UU. confundidos tras la pérdida de su enemigo ideal, casi sin que nos diéramos cuenta de ello a pesar de la obscena ostentación que de su Agenda hace el Foro de Davos, el eje de poder y de gobierno supranacional gira en torno a esta oligarquía ilustrada.
Constituidos en una suerte de Multinacional de las “iniciativas globales” con la ONU como Gerenciadora rentada de ellas, el sueño de Toynbee se hace cada día más real.
En una entente -de delicado equilibrio, por cierto- con el bloque asiático totalitario chino-ruso y el eje islámico Teherán-Riad-El Cairo por un lado, y el “Occidente” reducido a la anciana UE más un EE. UU. en avanzado estado de descomposición -tan parecido a la República de Roma, tan-, unos y otros se han dedicado a la autodestrucción de lo único que les hizo grandes como civilización: sus valores.
Y para finalizar
Es de esto que estamos hablando, cuando en el inicio nos referíamos a la mal llamada “agenda de derechos”, la imposición desde Ginebra de los “nuevos paradigmas” que las naciones DEBEN adoptar, y de cómo la combinación de poder económico, legislación supranacional y alianzas estratégicas globales, han hecho de las soberanías nacionales una antigualla digna de un museo egipcio.
Es por ello por lo que, independiente de la suerte que siga ese proyecto de Ley, quizás ya convertido en tal, el gobierno global no tolerará tal muestra de indisciplina, y más aquí o más allá, valiéndose de sus múltiples tentáculos conseguirá volvernos al rebaño.
Entonces, lo del título: el poder global no cesa en su avance sobre las soberanías cada vez más cercenadas, «jibarizando» a las democracias hasta convertirlas en meros territorios controlados desde la Metrópoli.
Aún así, aunque sólo sea en homenaje a quienes nos lo han venido advirtiendo desde hace décadas, esta y las futuras batallas habrá que darlas, para no darse por vencidos ni aún vencidos.