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Contraviento

Sobre coalicionismos y familias electorales

25 abril, 2023

por Jorge Martinez Jorge

 

El pasado domingo, el director del Portal Contraviento.uy Graziano Pascale publicó una certera nota titulada “Los coalicionistas, huérfanos sin partido”, en la que analiza presente y futuro de la “coalición de gobierno” a la luz del estudio de opinión realizado por Grupo Radar para dicho portal.

En respuesta a esa nota, publicamos un tuit con el siguiente texto: “Del bipartidismo al tripartidismo. Del tripartidismo al bicoalicionismo. Los grandes cambios en las sociedades se producen, no gracias a, sino a pesar de las dirigencias que, obsoletas en la comodidad de su zona de confort, no interpretan esos cambios”.

En la siguiente nota trataremos de explicitar estos conceptos que van en línea con la columna arriba citada, y de cuya comprensión y resolución depende buena parte del futuro de nuestra nación.

La del bipartidismo, una muerte anunciada

Si no hay discusión alguna en cuanto a que el bipartidismo, surgido con la nación misma bajo las divisas blancas y coloradas, que conformaron una suerte de oligopolio político-electoral durante casi siglo y medio, sí la hay en cuanto a cuándo se produjo su muerte y no menos importante, las causas que llevaron a eso.

El sucinto espacio de una nota periodística impide analizar en profundidad tan largo período de tiempo, del que surgirían matices y condicionantes que, si no invalidan, por lo menos relativizan un tanto los del monolítico “bipartidismo” fundacional. Entre otros aspectos, debería hacerse notar que ambos partidos, lejos de conformar fuerzas políticas homogéneas, constituyeron muchas veces auténticas coaliciones intrapartidarias a cuyos fines la ingeniería electoral se ajustaba.

Tampoco constituía un bipartidismo absoluto, toda vez que existieron desde el inicio mismo de la “época moderna” de nuestra democracia, tras la paz de 1904, los llamados “partidos de ideas” (Partido Socialista, Unión Cívica y Partido Demócrata Cristiano desde la década de 1910, y diez años después, con la primera ola internacionalista de exportación de la Revolución Rusa, el Partido Comunista del Uruguay), en oposición a los Partidos fundacionales llamados “partidos de tradición o tradicionales”.

En cuanto al momento de su desaparición, este columnista se afilia a la tesis que sostiene que se trató de un proceso que se inicia en 1971 con la fundación del Frente Amplio como espacio político-electoral que conjunta por primera vez bajo un mismo paraguas, a la práctica totalidad de la izquierda y algunos sectores escindidos de los partidos fundacionales y del propio Partido Demócrata Cristiano. Proceso que tiene un interregno obligado de 1973 a 1984, y que culmina en 1989 con el triunfo electoral en Montevideo con un tercio exacto del electorado.

Con respecto a las causas que llevaron a la caída del modelo bicéfalo, sin dudas son muchas, pero no resulta ajeno a cualquier análisis detectar un constante deterioro en los liderazgos y dirigencias -ya tan menguados los primeros, tan burocratizadas las segundas- así como la fatiga lógica tras casi un siglo de predominio, así como una persistente caída en las fidelidades partidarias transmitidas por tradición familiar. Tampoco debería obviarse el cambio en las correlaciones políticas a ideológicas provenientes de la Guerra Fría.

El tripartidismo como transición a un nuevo modelo

El crecimiento electoral constante del Frente Amplio, ya consolidado como Partido sistémico impulsado por liderazgos de perfil rupturista del status quo y el inicio de una predominancia en Montevideo -que luego se convertiría en monopolio de su propio signo- provocaron un remezón en las dirigencias tradicionales, que se vieron obligadas a pensar en alternativas que respondieran al desafío.

Ya por la década de los años cincuenta, dirigentes de ambos partidos -entre ellos, la voz de Luis Alberto de Herrera– advertían que en el futuro las luchas no serán más entre blancos y colorados sino de estos con aquellas fuerzas que respondían a ideas de cuño marxista.

Cuatro décadas después, desafiado el predominio liberal y republicano, fue el Dr. Julio María Sanguinetti quien acuñó el concepto de las familias ideológicas como parteaguas de una opinión pública que ya se insinuaba partida al medio, un medio mayor y otro medio menor, pero medios al fin y que, con matices, efectivamente constituían fuerzas dominadas por una concepción colectivista y otra de defensa de los valores tradicionales, sea lo que fuere que significare ello en tales circunstancias. Por un lado, la izquierda, desde la izquierda al borde, hasta la izquierda al centro, y por el otro todo lo que no era izquierda, aunque tampoco aceptara asumirse derecha.

Como consecuencia del nuevo panorama electoral, la dirigencia de los dos partidos desafiados actuó tratando de cerrar el paso al tercero en discordia.

Transcurrido el tiempo, asoma con toda nitidez la magnitud de los errores cometidos, tanto desde el punto de vista del diagnóstico como de las acciones tomadas, sobre todo en el plano electoral con la introducción del Ballotage, auténtico Caballo de Troya que acabó haciendo caer las murallas de la defensa.

No menor, a la luz de lo que veremos, resulta el error de haber puesto énfasis en las ideologías, reflejo propio de una Guerra Fría que tocaba a su fin, y no en lo que sobreviviría a ella que sería la contradicción sobre los valores comunes a la nación.

Bajo esa misma perspectiva, resulta claro que tampoco resultaba coherente una ingeniería electoral que intentaba consolidar ese tripartidismo de facto, nacido de la dinámica electoral y, por tanto, forzosamente transitorio, que no coincidía con el concepto de las familias.

El fin del tri y el nacimiento de un nuevo bi

Con bastante anticipación a que Jorge Lanata acuñara el término grieta para definir la expresión social de lo que Sanguinetti había bautizado como familias ideológicas, la brutal crisis de 2001 dejó en claro que ella estaba ya instalada en la sociedad uruguaya. Y que a pesar de los buenos modales de las dirigencias, el esfuerzo por mantener las formas republicanas y un respeto mínimo por la institucionalidad -tal vez porque aún estaba demasiado fresco a dónde conducía su desprecio- cada vez con más frecuencia los adversarios pasaban a ser enemigos, la mentalidad barrabrava se instalaba en todos los ámbitos, y las ravioladas de los domingos ya no contaban con el tío facho o con la cuñada bolche.

Otra vez la sociedad parecía ir por delante de sus dirigencias.

La llegada al poder del Frente Amplio y los quince años en él, exacerbaron hasta límites absurdos la amplitud de la grieta social -y su correlato en todos los ámbitos- con el famoso lo político sobre lo jurídico que dinamitó los puentes de la legalidad.

Desgastado el hermano menor en el poder, tras esos quince años cada vez más teñidos de todos los defectos que a los mayores se les habían endilgado, la dirigencia entonces opositora  encontró un liderazgo que supo conectar al moribundo tripartidismo con el bipartidismo social que luego se expresaría en las urnas.

Nacía entonces la Coalición de cinco partidos que hoy nos gobierna, “multicolor” para el presidente, Republicana para muchos de sus votantes, gran parte sin partido.

El bicoalicionismo o la rebelión de la masa

A diferencia -y similitud- del período de gobierno del Dr. Jorge Batlle al que le cayó encima las siete plagas de Egipto, sin respiro ni atenuantes y con una coalición ad hoc bastante limitada, al flamante gobierno de la “Coalición Multicolor” se le vino encima una Pandemia 2.0 que no tenía antecedentes y para la cual no existía la más mínima previsión.

Tal como sucede con un pueblo atacado por un enemigo exterior, la Coalición cerró filas tras un liderazgo que se mostró firme, profesional y moderno, bajando al mínimo todo ruido en las líneas.

Los costos de aquella, por todos conocidos, tanto en vidas insustituibles, como los económicos -recuperables, no siempre ni a corto plazo- y sociales -más difíciles siempre de reparar y cuantificar-, paradojalmente tuvo un efecto político similar al de las peores catástrofes.

Para la Coalición, de capitalización en apoyos de lo que se creía un presente griego, y consecuentemente un impulso para acelerar con la Agenda propuesta en “Nuestro compromiso con el País” hasta llegar a la aprobación y posterior defensa del buque insignia configurado por la controvertida LUC.

Para la oposición en cambio, en estado de shock prolongado -producto de la pérdida del poder que se creía, y cree aún, imposible, inexplicable, un error de la historia- un creciente estado de insurrección, oposición cerril y al borde del sabotaje.

Tal desconcierto provocó la licuación del liderazgo frenteamplista, al punto tal que la posta la tomó su hijo putativo el pitceeneté, bajo su lógica y praxis propia del partido político dominante en su seno, al extremo que un año después se consumó la absorción de la fuerza política por parte del conglomerado sindical. Sin precedentes y para caso de estudio.

Con un nuevo proceso electoral a la vuelta de la esquina, las piezas comienzan a reacomodarse en el tablero.

Sin embargo, tanto desde la sitiada Troya como desde el campamento sitiador de los aqueos, no parece que aparezcan señales de haber tomado nota del nuevo escenario.

Para la hoy oposición síndico-política la cuestión es clara: se trata de recuperar el poder, a cómo dé lugar y teniendo claro que, como nunca, todo medio es válido si lleva al resultado. Discurso, propuestas, candidatos, formas y militancias, todo parece salido del libreto del más puro “sesentismo céenetista”. Sin embargo, aún dentro de la más absoluta indigencia moral, constituyen una familia. Familia electoral, pero familia al fin.

En cambio, en tiendas de los partidos en el gobierno, la trabajosa administración de los disensos internos parece llevarse todavía la mayor parte de sus esfuerzos.

No obstante, a medida que el aroma a urnas penetra en cada uno, los inevitables “perfilismos” se ponen al día.

Huérfana la Coalición Republicana de una institucionalidad común, y a falta de ello, aunque fuere una instancia de coordinación y de síntesis de objetivos comunes (una “Mesa coordinadora, ¿costaría tanto?) cobra vigencia lo que sosteníamos al inicio: Los grandes cambios en las sociedades se producen, no gracias a, sino a pesar de las dirigencias que, obsoletas en la comodidad de su zona de confort, no interpretan esos cambios.

Como surge del Estudio de opinión arriba citado, que no debería ser ignorado por la dirigencia coalicionista, existe un cada vez mayor porcentaje de votantes que llevaron a los partidos coaligados al gobierno, que reclaman una casa común, toda vez que no se sienten identificados con ninguno de los partidos.

Una vez más, la sociedad y los individuos que la componen, ávidos de futuro, libertad individual y seguridad en las reglas de juego, parecen ir por delante de sus dirigencias.

Si éstas, no están a la altura de las circunstancias y no asumen el riesgo de liderar en lugar del mullido sillón de transitorios administradores los va a despeinar la Historia.

Los dirigentes tienen, siempre, para con los votantes la obligación de diligencia del buen padre de familia.  Ese deber, consiste hoy en proporcionales esa casa común donde todos se sientan en familia. Familia electoral, pero familia al fin.

Hay circunstancias en que los pueblos tienen la oportunidad de escapar de lo que parece un destino ya marcado.

En tales casos, si los dirigentes han faltado a la cita, son los ciudadanos quienes deben tomar para sí el desafío, o sucumbir a la inacción de sus inanes dirigencias.

Hay tiempo, Pero no sobra.