La extraña diplomacia inversa de Luiz Inácio Lula da Silva que hace tambalear a la región y lo transforma casi en enemigo de Uruguay
Por Dardo Gasparré
Sólo caben tres interpretaciones a las recientes poses, (no posiciones) internacionales del otrora respetado presidente brasileño. La más simple y lineal de todas es que Brasil ha decidido tras sesudo análisis dejar de ser el preceptor, protegido y socio americano en la región. Su simultáneo, exagerado y confesado enamoramiento de Rusia y China y su raro concepto-alegato de que Ucrania es culpable de la guerra porque no cedió de entrada el territorio que se le exigía, justificaría muchas de las líneas con que Churchill cacheteara a las «palomas» británicas un minuto antes de la entrada de Gran Bretaña en la segunda guerra.
La defensa apasionada de China es aún peor agravio para los americanos que la súbita posición putiniana del Planalto, aunque igual de antipática. Nada odia más Estados Unidos que la competencia comercial, con la excusa que cuadre, cierta o no, y nada odia más que el entramado que está tejiendo China sobre la impericia de USA, que puede llevar al Renminbi a competir internacionalmente con el dólar, lo que mostraría de inmediato la debilidad de la divisa norteamericana, manoseada desde Roosevelt en adelante, con efectos impredecibles sobre su devaluada pretensión de ser la primera potencia y el rector del orden mundial.
La bandera que más odian los estadounidenses
Lula agitó la bandera que más odian los estadounidenses, que harán todo lo posible por disuadir (por la razón, la fuerza o las concesiones) a los países que pretenden darle una posición de privilegio al sinoimperio, o al xiimperio, como se guste. Por eso EEUU ya torció el brazo de Europa y ahora apunta al resto de Asia, Australia y Nueva Zelanda para que desarmen o relativicen el Camino de la Seda y el Tratado de Cooperación Transpacífico, que para muchos países es su máxima esperanza en especial ahora, cuando la primera potencia se ha decidido por el camino del proteccionismo y la reversión de la globalización comercial, lo que implica una garantía de pobreza y subdesarrollo por muchos años para muchos países.
¿Refleja esa actitud la estrategia de Itamaraty? Bien puede ser una boutade o una pose para negociar luego el apoyo incondicional, o como solía decir abiertamente Irán, para transformarse en importante molestia para los norteamericanos en el subcontinente y conseguir así alguna concesión para dar su apoyo.
Si bien China ha tenido y tiene creciente y deliberada influencia en América del Sur, tanto militar como financieramente, y ha desarrollado importantes conexiones en negocios tecnológicos, eso no parece que sea la razón condicionante de la desembozada embestida del gran país del norte (Brasil, se entiende).
¿Qué es lo que intuye Brasil?
El respeto que merece la proverbial diplomacia del imperio (brasileño), hace que surja una pregunta más drástica, pero más profunda: ¿Es que acaso la diplomacia de Brasil está viendo una pérdida de influencia y liderazgo, tanto bélico como moral y económico del principal regente del Orden Mundial y está reordenando sus posiciones, estrategias y preferencias en consecuencia?
Un segundo enfoque es más futbolero, y más florentino. El enojo americano puerilmente provocado merecerá algún tipo de respuesta o represalia, lo que obrará de suficiente justificativo para cualquier retroceso en la idea de acercarse comercial y financieramente a Oriente e indirectamente a Rusia, lo que sacaría del ring a Uruguay y al nuevo gobierno argentino, ambos necesitados de una apertura comercial urgente, firme y no de un proteccionismo ruinoso y miserable roosevelt-keynesiano que corre el riesgo de retroceder hasta la miseria en la periferia global, o sea en donde la ahora paralizada globalización comercial retrocederá en nombre de excusas varias. En ese proscenio, la presión de Uruguay para abrir la unión aduanera proteccionista y feudo automotor a un tratado con China es inaceptable para Brasil, aunque éste diga lo contrario.
Uruguay y Argentina posdesastre tienen entonces mucho que compartir y que pensar en semejante panorama. Una estrategia común para el Mercosur, imposible con el kirchnerismo en cualquier lugar de poder, debería ser reanalizada y recalibrada por los dos países. Más aún si Lula lo sabotea como parece. O lo usa cual un Comecon soviético.
La tercera interpretación es más política – ideológica y de sospechas. Consiste en pensar que el grupo de Puebla, el Foro de Sao Paulo, y toda le estructura socialista que se proclama antiliberal sin saber lo que dice y cuenta a Lula y a Francisco I como sus más conspicuos fundadores y predicadores, ha resurgido en plenitud y avanza en su embate final.
La resurrección de la UNASUR
Ahora está más fuerte que nunca aliado con el comunismo remanente y sui generis de China y Rusia, dos formatos unidos más por su concepción dictatorial, que tan bien representan Cuba y Venezuela, que por su ideología. Lula ha resucitado la Unasur, un aborto inexplicable que es funcional a semejantes teorías, que intenta ser superior al Parlasur, otra estupidez inútil y costosa, y transformarse en un parlamento latinoamericano, base del gobierno regional de “la patria grande”, una forma de sovietización ignorante a la que ya se suman Chile, Perú y Colombia desde la confusión institucional.
Esa hipótesis es la peor de todas, porque supondría que el ataque sobre el Capitalismo es frontal, irrespetuoso y no cejará ante nada ni nadie, y porque Estados Unidos está en el momento más débil de su historia en la defensa de esos principios, con el partido que más representaba esos ideales a la deriva y el otro más cerca de Chávez que de Lincoln y prisionero de una serie de siglas que son refugios de burócratas inútiles, redistribucionistas y sensibles con el dinero ajeno.
No hay que olvidar en este cuadro la fuerte influencia de la Industria Brasileña, que controla el país y a sus presidentes, y que se sentiría cómoda con los amplios mercados amistosos y controlados que los dos neocomunismos le ofrecen, y que no necesariamente estaría demasiado cómoda con la actitud norteamericana de apriete a sus aliados, o súbditos, según se los quiera ver. La política de “animémonos y vayan” usada por Biden con Europa, o contra Europa, tanto en las sanciones a Rusia como en la misma guerra, no es del agrado del mundo empresario brasileño, que nunca tuvo demasiados deseos de inmolarse.
Queda por supuesto la cuarta posibilidad, que a muchos les gustaría que fuera la acertada y que nadie quiere comentar ni mencionar, salvo en la dudosa credibilidad de un tuit: que alguna conocida afición o adicción haya hecho mella en el autocontrol del presidente del país vecino y esté afectando su juicio. Hay que mencionar el punto porque se ha reflotado con bastante frecuencia, pero no habría que caer en el error de creerlo.
Brasil es más grande que Lula y está virando en su política internacional. Y el Mercosur es cada vez menos útil y se parece cada vez más a un pesado grillete.