
Por Silvio Moreira
Es fácil encontrarlo en las redes. En un frasco de vidrio relativamente pequeño (como de mostaza o alguna mermelada) se colocan de golpe muchas pulgas, digamos 200. El frasco se tapa y las pulgas comienzan a saltar frenéticas. Pero al saltar, se golpean contra la tapa del frasco. Dos días después, con las pulgas aún vivas en el frasco, se quita la tapa. Las pulgas ahora saltan pero NO SOBREPASAN LA ALTURA DE LA TAPA, es decir, no salen del frasco. Y estas pulgas, cuando se reproduzcan, pasarán a sus crías la conducta de no saltar más allá de la altura del frasco. En tan solo una generación, y luego de 48 horas de frustración, dejarán de ser insectos saltadores para convertirse en mediocres estiradoras de patas autoconvencidas de que 10 centímetros en un abismo o un Everest. Misterios del comportamiento de los insectos.
No sé por qué, ni por cuáles laberintos de mi mente, este experimento se me asocia mentalmente con la situación del IAVA, donde 3.000 estudiantes son totalmente dominados por 30 energumenitos que constituyen el gremio. Incluso vimos por televisión en una entrevista a los “dirigentes” que una chica decía: “LA RAMPA NO ES NEGOCIABLE”. Con una soltura que parecía McArthur negociando la rendición con Japón. 30 de 3.000 ¿Qué abandonamos en el camino? ¿Qué saludable costumbre australopiteca dejamos de lado para tolerar que diminutas fracciones controlen a abrumadoras mayorías? ¿En qué clase de pulgas amaestradas se convirtieron los que no participan de los gremios? Las grandes mayorías tienen su peso específico propio, y si en 3.000 estudiantes o trabajadores hay un gremio de tan solo 30, sus decisiones deben ser consideradas insignificantes también, y sus conductas de bloqueo, bueno, ni hablar.
No se trata de “mayorías silenciosas”, si no de mayorías que operan por oposición, y su postura de no participar del gremio debe significar un rotundo NO. No puedo dejar de pensar en esa relación de 3.000/30. ¿Qué quiere que le diga? Yo salto.