Por Pepe Mansilla
La ciencia se debe y nos debe una explicación.
Más allá del fenómeno del Niño, la Niña y el calentamiento global. De los avances en la investigación para combatir el alzhéimer. De la observación profunda y el estudio del espacio, las explosiones estelares, el colapso solar y las diferentes misiones a la luna. De la terapia CRISPR-Cas9 de ingeniería genética que permite alterar una cadena de ADN, para formar una nueva secuencia. Del desarrollo de vacunas con tecnología ARNm, tan eficiente en el combate al Covid-19. Alguien, en algún momento, deberá detenerse seriamente y estudiar en profundidad, qué sucede en esta comarca que va del norte de la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, todo Uruguay y el extremo sur de Río Grande do Sul, por delimitarla caprichosamente de alguna manera y a sabiendas que es más amplia, que a nivel planetario se constituye como la tasa de natalidad de futbolistas de élite.
Se trata de jóvenes con diferentes características, orígenes, formación y urgencias que alcanzan el reconocimiento internacional a temprana edad para transformarse, en muchos casos aún sin la madurez necesaria, en millonarias celebridades dándole un giro a sus vidas y las de sus familias de 180 grados.
Algo hay en esta tierra, en este aire, en esta agua que va más allá de lo que necesitan, con qué se alimentan, cómo se instruyen o quién les enseña.
Existen otros puntos del planeta en los que sus habitantes por condiciones sociales, físicas, o culturales con una pelota como herramienta, si todo fuera ttn lineal, lo podrían hacer igual o mejor. Pero no. Eso solo se da aquí.
Y viene del fondo de los tiempos.
El fútbol llega a Uruguay en 1880, cuando ya el deporte hacía 17 años, como actividad organizada, se expandía por Europa.
Todo lo que sucedió después entra dentro del capítulo «inexplicable» del que tal vez nunca tengamos una respuesta certera.
Lo grave, o divertido, como mejor quiera mirarse, es que con el paso del tiempo los habitantes de estas tierras hemos normalizado los hechos, entonces olvidamos detenernos en detalles que cada vez son más desequilibrantes ante un medio tan inhumanamente mercantilizado.
Los números fríos dicen que el valor de mercado de la selección Sub20 de Italia es casi el doble que el de Uruguay, 33.800.000 de euros contra 19.600.000. Pero la realidad habla que la diferencia es aún mayor. Y es la que radica en la formación.
¿Cuántos de estos jóvenes italianos habrán nacido en familias de bajos recursos, vivirán en hogares de contexto crítico, llegarán de barrios donde la lucha por sobrevivir es a diario, habrán viajado horas en transporte público luego de juntar las monedas para hacerlo o entrenaran en canchas que dan pena, en vestuarios con banderolas sin vidrios y duchas con agua fría? No muchos, ¿verdad?.
Me niego a coincidir con quienes sostienen que allí está la respuesta.
Estos «centennials» tienen su primer recuerdo futbolístico en 2010.
Nunca los eliminó Australia de un Mundial, ni les ganó Venezuela 3 a 0 en el Centenario, ni cabecearon como tres millones junto a Púa esa pelota con efecto que al Chengue lo mató, ni se imaginan lo que es ver de afuera dos mundiales consecutivos.
Nada de eso está en su ADN.
Sus cimientos son de épica y rebeldía.
Son frutos de un tiempo nuevo, que busca identificarse con un buen juego sin renegar de sus orígenes, con un líder positivo como Marcelo Broli, que no fue parte del «proceso» y sin embargo superó, no sin dificultad ni cuestionamientos pero con autoridad, un listón que siempre está alto. Siempre.
En el momento de mayor exigencia, cuando naufragan quienes no están preparados para la tormenta no buscó excusas, asumió los riesgos y dobló la apuesta.
Entonces Uruguay fue ese equipo con ese juego que tanto soñamos y que tan pocas veces vimos.
Protagonista, audaz, vertical y sin complejos.
¿Qué tienen en común más que son uruguayos Nasazzi y Boselli, Obdulio y Fabricio Díaz, el Cepillo González y Forlan, Anderson Duarte y Suárez o Cavani? No tengo ni idea.
Solo sé que la llegada de Bielsa y este Mundial ilusionan.
Del resto, de descubrir cuál es ese mérito invisible que se encargue la ciencia.
Mientras tanto, lindo haberlo vivido para poderlo contar.
Gracias muchachos.
Salute!