Por Juan R. Rodríguez Puppo
Lacalle sin dudas tiene la mejor intención. Estoy convencido de que su idea en conjunto con el artista Atchugarry busca dar un claro mensaje de su rechazo a los crímenes nazistas, y una reverencia al dolor de las familias judías que hoy viven en el país y recuerdan los horrores que sufrieron sus antepasados.
Digo esto porque quiero manifestar mi crítica pero descontando la buena fe del Presidente y del gran artista.
No obstante ello, sigo pensando que no respetar el Águila como tesoro histórico no oculta la tragedia, y supone una intervención impropia para un gobierno liberal. Siento que es como si a un gobierno italiano se le ocurriera demoler el Coliseo romano porque allí dentro se cometían las más crueles salvajadas y sacrificios humanos.
Todos sabemos que hay una tentación para estar siempre reescribiendo la historia. Y no según como sucedió y en el marco de los valores antiguos. El día de mañana a un nuevo gobierno podría ocurrirsele destruir la estatua de algún prohombre de nuestra historia solo porque ahora, y con los valores nuevos, se lo considera un machista. O destruir la fuente del Entrevero porque alguno cree que impone valores de violencia.
La historia de la humanidad se construye con rosas y espinas (Arjona ..dios mío) y las dos cosas son inseparables.
El mal también sirve para valorizar el bien y no está bueno esconderlo artificialmente.
Mientras intervenimos el Águila mostrando un ultra principismo, seguimos manteniendo en facultad de Arquitectura una sala que se llama Che Guevara en honor a un asesino políticamente correcto y con más marketing que gloria.
Y ni hablar de lo repulsivo que significa para un demócrata seguir viendo la hoz y el martillo por doquier sin que nadie se horrorice demasiado.
Tal vez el símbolo que supone más muertes en la historia del siglo XX. (Sin tal vez).
Piénsenlo mejor.