Por Graziano Pascale
El avión surca el cielo nocturno de Brasil, salpicado de luces, que desafían la oscuridad invitando a imaginar a qué ciudad corresponde cada «mancha» de luz. De pronto todo se oscurece. Desaparecen las luces, y sobrevienen la tristeza y la melancolía. Empezamos a volar sobre Uruguay.
Esta imagen, que quedó fijado en mi memoria la primera vez que la vi -se ha reiterado por décadas, pero con un Brasil cada vez más «iluminado», y un Uruguay siempre «oscuro»- volvió a salir del baúl de los recuerdos tras leer la columna de Dardo Gasparré publicada este martes 20.
Con su habitual lucidez, desplegada en un texto que elude con elegancia el lenguaje políticamente correcto y no vacila en pulverizar algunos mitos uruguayos, Gasparré pone en duda la relación entre la cantidad de habitantes del Uruguay -siempre considerada escasa en función de su territorio- y la histórica aversión al crecimiento que ha mostrado sistemáticamente el país. Bien leída, su columna apunta en realidad a mostrar las verdaderas causas del estancamiento poblacional del país: la rigidez de su legislación laboral, las trabas de la burocracia a la inversión, y el desmedido poder sindical, que actúa como una fuerza política que paraliza la innovación y toda apuesta al crecimiento y la mayor productividad.
No le falta razón a Gasparré. Allí están algunas de las respuestas. Pero queda en pie el tema de fondo: ¿tiene futuro un país «vacío» como es el Uruguay, rodeado de vecinos que duplican o triplican en sus regiones más cercanas su densidad poblacional?
Algunos números
Con una superficie totalmente habitable, sin selvas, desiertos ni zonas gélidas, el Uruguay tiene una densidad poblacional de 19 habitantes por kilómetro cuadrado. Algunas de esas dificultades para albergar a su población, no fueron obstáculo para que Ecuador tenga una densidad de 60 habitantes por kilómetro cuadrado; Colombia, de 43; Venezuela, de 31; Brasil, de 25; Argentina, de 16; Paraguay, de 18; Perú, de 25; Chile, de 24.
Estos números cambian cuando uno pone la lupa en las regiones limítrofes o muy cercanas de los países de la región. Veamos el caso de Río Grande do Sul, el Estado brasileño que limita con nuestra frontera noreste. Con relación a la densidad poblacional de su propio país, la supera por un 50%, ya que pasa de 25 habitantes por kilómetro cuadrado a 39. Esto significa que Uruguay tiene en su frontera una «presión demográfica» muy poderosa, que duplica la que tiene en todo su territorio.
Pasemos a la República Argentina. Si bien su densidad de población es algo inferior a la de Uruguay (16 habitantes por kilómetro cuadrado), es necesario «desindexar» ese número porque un tercio del territorio argentino corresponde a la Patagonia, cuyas duras condiciones climáticas son poco aptas para grandes concentraciones humanas. Cuando uno se concentra en zonas geográfica y climáticamente similares a las de Uruguay, los números cambian. La provincia de Buenos Aires, por ejemplo, tiene 55 habitantes por klómetro cuadrado; la de Córdoba, 24; y la de Santa Fe, 22.
Algo análogo ocurre en Paraguay, donde la densidad de población ( 18 habitantes por kilémtro cuadrado) es similar a la de Uruguay, pero aumenta dramáticamente a 43 habitantes por kilómetro cuadrado cuando se analiza lo que ocurre en la Región Oriental, que concentra al 97% de la población del país.
Es un dato de la realidad -que seguramente será confirmado por el Censo de Población y Vivienda actualmente en curso- que la población del Uruguay está estancada desde hace décadas, mientras las de los países vecinos, aún con altibajos, no dejan de crecer. A lo cual hay que agregar que la pirámide de población del país nos muestra una sociedad envejecida, ya que una parte de los uruguayos económicamente activos, con buen nivel educativo y en edad de procrear, deciden emigrar en busca de las oportunidades que su propio país les niega.
No siempre fue así
El estancamiento de la población, que el año pasado adquirió un carácter dramático al superar por primera vez el número de defunciones al de nacimientos, contrasta con la vitalidad del Uruguay en la segunda mitad del siglo XIX.
En 1860, Montevideo tenía 150.000 habitantes, el doble de los que tenía una década atrás, en medio de la Guerra Grande. El Uruguay en su conjunto pasó de 230.000 habitantes en 1860 a 410.000 en 1871. En su pico de crecimiento, la mitad de la población del Uruguay estaba compuesta por italianos, españoles y franceses. Para tener una idea de la magnitud de ese cambio, es como si hoy el país tuviera 5 millones de habitantes, y la mitad fueran cubanos, venezolanos, dominicanos, argentinos y peruanos.
En 1908, la población del país -que seguía recibiendo un flujo migratorio importante- había pasado el millón de habitantes. Y siguió creciendo sin cesar hasta fines de los años 50. En otras palabras, un siglo de crecimiento poblacional incesante, que se detuvo cuando la maraña de regulaciones, dirigismo estatal, y leyes que promovían el cierre de la economía a través de aranceles y tipos de cambio fijados artificialmente, hizo lo suyo.
Este es el punto clave, en el que esta columna se enlaza con la de Gasparré. Pero se aparta de su razonamiento cuando minimiza el «efecto población» entre las consecuencias de los graves errores en los que incurrió el país en materia económica y de regulación de su mercado laboral.
La evolución demográfica del Uruguay muestra que el crecimiento de su población estuvo en relación directa con las condiciones para el crecimiento económico de toda la sociedad. Los inmigrantes que llegaron a mediados del siglo XIX pusieron en marcha la industria de bienes de conumo, modernizaron la explotación agropecuaria, introdujeron mejoras en la ganadería, y sentaron las bases de la agricultura, todo lo cual potenció el crecimiento económico del país.
Un apunte al respecto: la producción ovina se inició en el entorno de 1850, y dos décadas después las majadas alcanzaban las 20 millones de cabezas. Salvando las obvias diferencias, algo similar a lo que en 20 años ocurrió con la producción forestal del país.
Gobernar es poblar
La historia del Uruguay es muy clara en mostrar la relación directamente proporcional que existe entre la creación de un ambiente favorable a la inversión, la apertura comercial y el aumento de la población. Ésta crece cuando las condiciones económicas van en el sentido señalado, y disminuye cuando el país recorre el camino inverso.
Juan Bautista Alberdo, el inspirador de la Constitución argentina de 1853, lo resumía en la frase «Gobernar es poblar», que significa que cuando se crea el ambiente propicio para el crecimiento económico, se generan las condiciones para que aumente la educación y el bienestar de la población.
El tamaño del Uruguay es apto para albergar, como mínimo, el doble de su población actual. Así lo prueban los índices de densidad poblacional de nuestros vecinos más cercanos. Si el compartimiento demográfico del país se aparta del de sus vecinos, la razón hay que buscarla en los profundos desajustes y errores en los que los sucesivos gobiernos incurrieron en el último medio siglo.
Un aumento de la población de la magnitud señalada antes, en un marco de reformas económicas que lo hagan posible, es el camino para superar muchas de las dificultades de hoy.