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Contraviento

El mito de la poca población

20 junio, 2023

Las soluciones mágicas que se plantean cuando no se tiene en cuenta que la economía es nada más que la acción humana, una molestia para los políticos

Escribe: Dardo Gasparré

 

En un momento en que una comparsa de iluminados mundiales, encabezados por el inefable Bill Gates, sostiene que hay un exceso de población global, en cada oportunidad en que se analizan los problemas económicos que enfrenta Uruguay se utiliza el fácil recurso de sostener que “al país le falta población”, argumento que parece atravesar todas las capas sociales, las ideologías y hasta los niveles de educación.

Por supuesto que no se trata de una contradicción, porque es perfectamente posible que en un país haya exceso y en otro escasez de población, lo que no altera la sumatoria. De lo que sí se trata es de un voluntarismo peligroso en ambos casos.

En el caso de quienes sostienen que sobra población en el mundo, porque el paso siguiente a semejante conclusión es proponer su reducción de algún modo, lo que conduce sin escalas a distopías que ya se han visto en la literatura y el cine, y mucho más lamentablemente, se ven en la historia.

En el caso particular oriental (del Plata, no del Mar de la China), sostener que falta población es una evaluación arbitraria y utópica. No hay ningún cartabón ni evidencia empírica que permita validar semejante afirmación.  No se refleja en la tasa de actividad, ni en el nivel de desempleo, ni en el de capacidad de viviendas, ni en ningún otro indicador.

¿Los jubilados subsidian a los desempleados?

El absurdo sistema de solidaridad conocido como Seguridad Social, sentenciado al fracaso desde siempre, ha hecho creer el facilismo de que si hubiera un millón más de aportantes entonces las cifras cerrarían. Como ya ha expresado la columna hasta la afonía vocal e intelectual, el sistema supuestamente de Retiro está condenado a estafar a los jubilados que aportan toda su vida, o a transformarse en un gasto, en un subsidio más, que amenaza con ser un lastre inmanejable en el presupuesto, tan pronto como la oposición comunista perfeccione y aplique su plan de confiscación de patrimonios para arrojarlos al pozo sin fondo de este mecanismo fatal, entre otros.

El déficit inherente al sistema de Seguridad Social, como también se ha repetido hasta el tedio, empieza porque en medio de la fraseología ideológica y políticamente correcta se ha escamoteado la verdad: el sistema esconde debajo de los haberes jubilatorios que percibe o debe percibir un jubilado legítimo -es decir con aportes completos- la enorme cifra de subvenciones, seguros por enfermedad, pensiones y otros gastos del Estado, que pueden ser justos o no, pero que no tienen nada que ver con el contrato tácito de retiro que firman forzados el trabajador y su empleador con el estado.

El déficit más grande no lo crean los jubilados

Si se excluyesen del cálculo esos gastos quedaría aún un déficit, es cierto, pero en un nivel manejable que requeriría mucho menos urgencia y mucho menos dramatismo para su solución. Por supuesto que el costo de todo lo que se carga impropiamente al concepto “jubilación”, lo que se llama pomposamente solidaridad intrageneracional, y que de uno u otro modo se pone sobre los hombros de los aportantes, seguiría existiendo, pero se mostraría como lo que es: un gasto del estado que deben costear, si votan por hacerlo, los contribuyentes, que nada tiene que ver con el juego de aportes y retiros. Un dato que se pretende no evaluar dentro del demoroso y confuso servicio estadístico local es que el número total de jubilados, pensionados y subvencionados por el estado bajo este paraguas es, en proporción a la población, igual que el de Argentina. Dato que por supuesto, se evita sopesar, seguramente porque es mejor ignorar las causas de la decadencia del vecino, porque “nosotros somos distintos”.

Tampoco en la sesuda reforma se ha dado ningún paso para crear el mecanismo de cuentas nominadas, un elemental derecho que se le debe a quienes aportan obligadamente parte de sus ingresos para tener cierta seguridad en su vejez. Todo ello suponiendo que se insista en seguir usando un criterio abandonado por buena parte del resto del mundo, como es la intervención de la burocracia incompetente para garantizar la supervivencia de cada uno en la vejez y el estado arrogándose el derecho y la infalibilidad de hacerlo mejor que el propio interesado.

Pero no se ve en todo ese proceso la supuesta falta de un millón o un millón y medio de contribuyentes que supuestamente solucionarían el problema. Porque de seguir la lógica del razonamiento simplista, no sólo debería aumentar el número de trabajadores en esa cifra, sino que esa masa debería seguir creciendo cada año, hasta el infinito. Claro, todo eso ocurriría después, dentro de un tiempo, ¿y a quién le importa el después en la política actual?

También parece ignorarse que existe una dosis de informalidad importante, y que esa informalidad tiene mucho que ver con la disconformidad con el sistema de jubilación que se acaba de describir. La idea de charla de café de aumentar la población para solucionar el problema roza el simplismo, para no decir la puerilidad. También se recurre a esa mágica solución de charla de asado cuando se habla del consumo, o del crecimiento, o del nivel de impuestos o de cualquier otra cosa.

¿Cómo se recluta un millón de personas?

Es entonces primordial repetir los argumentos para hacer desaparecer esa idea y agregar otros, para que se deje de pensar en utópicas soluciones de cuentos infantiles. Por ejemplo: ¿cómo se espera llegar a una cifra de esa magnitud? ¿Promoviendo la natalidad? ¿Cómo? Además de que no deja de parecerse a un experimento social, que tomaría muchos años, ¿cómo se espera dar trabajo real (o sea privado) a esa cantidad de personas? ¿Con impuestos al capital y al ahorro? ¿Con huelgas, paros, ocupando fábricas, con juicios millonarios inventados? ¿Con monopolios y sabotajes?

Todavía no se ha comprendido, y no sólo entre la oposición, que sin una flexibilización laboral importante no habrá ni inversión ni empleo. El concepto de que toda demanda genera su propia oferta sólo funciona si se logra que el trabajo sea un bien mucho más sujeto a la oferta y la demanda, con un mínimo de seguridades. ¿Eso pasará?  ¿O habrá un millón más de empleados del estado que hoy?  Incidentalmente, el número de empleados estatales es ya,  en proporción a la población, mayor que en Argentina. Conexión que nadie quiere hacer, tampoco, seguramente por las mismas razones expuestas más arriba.

Otra alternativa es la inmigración. Que no deja de ser otra polución nocturna. Las leyes de inmigración de Canadá o Australia son inaceptables en este medio. Europa camina al borde de la secesión por el problema social que implican un par de millones de inmigrantes. Los experimentos locales inmigratorios han sido lamentables, y con la excepción de venezolanos despavoridos ha incorporado una mano de obra precaria y de necesitados. ¿Alguien tiene en cuenta que con el sistema de indexación automática por inflación y el tipo de cambio en baja el país no es viable laboralmente ni siquiera para la totalidad de la población actual? La idea de incorporar a un millón de personas es lo mismo que decir que hay que incorporar sin costo a Mbappé, Messi y Neymar para que la Selección sea competitiva. Una charla de café.

Es falso que toda demanda genera su propia oferta

No hay demanda adicional si no hay ingresos. No hay ingresos sin empleo. Y no hay empleo sin inversión. Y ese será el bien más escaso hasta que se disipen las dudas del rumbo uruguayo en los próximos 5 años. Cualquier otra variante o subsidio, como la Renta Universal o la improvisada semana de 40 horas, empeorará el problema, provocará nuevos impuestos confiscatorios (hasta que se agote el capital gravado) y alejará la inversión. También como ocurrió en Argentina.

Y ¿cómo se proveería a la salud, la educación, la vivienda y la seguridad de una población de 5 millones? ¿O se importaría directamente nuevos militantes de la protesta destituyente callejera?

A esto se debe agregar que se está en un medio donde la competencia está limitada al máximo por el proteccionismo de los monopolios estatales, gremiales y de amigos privados, que obran como un Mercosur interno, mientras el Mercosur externo es parecido, en manos de dos socios principales insensatos y de la industria automotriz que lo usa como preservativo para vender sus precarios vehículos caros y sin competencia.

Con la única posibilidad de crecimiento, que es la asiática, abortada por Estados Unidos, Europa y el Frente Amplio gerencia comunista, cualquier aumento poblacional implica crecimiento del estado y empobrecimiento. Eso es más cierto en un mundo que se ha vuelto estúpida y unánimemente proteccionista, garantía de crecimiento cero, sino de hambre.

Las soluciones posibles y reales pasan siempre por un cambio dramático en el sistema laboral-sindical-judicial. A partir de ese cambio, todo sería posible, o al menos estudiable. Sin ese cambio, no parece demasiado serio hacer propuestas de soluciones instantáneas, salvíficas e iluminadas.

Ese ha sido siempre el problema de la planificación central. No tener en cuenta la acción humana. O querer impedirla u obligarla. Ir hacia allí es ir hacia el témpano.