Por Graziano Pascale
Argentina volvió a sorprender al mundo ayer con la victoria en las elecciones primarias de un candidato cuyo lema fue «¡Viva la libertad, carajo!», y la estrepitoso derrota del peronismo, un vasto conglomerado fundado por un militar, que se inspiró para hacerlo en el fascismo de Benito Mussolini.
Como gran laboratorio político y al mismo tiempo fascinación por los excesos, el resultado electoral es una puesta a punto de algunos de los dilemas clásicos de la democracia.
El primero es el de la influencia de los líderes en contraposición con las estructuras de los partidos políticos. Anoche quedó claro que los partidos políticos como los conocimos entraron en el ocaso, y los que sobreviven no lo hacen tanto por sus ideas sino por el más escandaloso clientelismo que se pueda concebir.
Curiosamente, la única idea que resultó arrolladora en un país ahogado de estatismo y dirigismo fue la de la libertad. Apelando a un lenguaje llano y directo, convocando en sus actos a sus partidarios con la estética de un concierto de rock, Milei logró la proeza de construir su victoria con un discurso plagado de conceptos técnicos en materia económica. Su estilo excéntrico se encargó de redondear un liderazgo político sin antecedentes.
El segundo tema que sugiere la victoria de Milei es el de la relativa influencia de los medios de comunicación y las encuestas en la formación de los movimientos políticos victoriosos. Aunque el protagonismo de Milei nació en la televisión, a cuyos programas solía ser invitado por el alto rating que generaban su estilo y sus ideas, no tuvo en la elección de ayer el apoyo o la guiñada favorable de los medios y los periodistas más influyentes.
Colocado como tercero en todas laa encuestas, Milei construyó su victoria oponiéndose a todos sua adversarios por igual, a los que englobaba en la «casta», a la que responsabiliza de todos los males argentinos.
La tercera cuestión que merece ser analizada es la magnitud de la derrota del peronismo, el movimiento político más influyente en Argentina en los últimos 75 años. Con pujos internos que van desde la extrema derecha a la extrema izquierda, el peronismo fue el movimiento mayoritario porque fue capaz de contener a todas las corrientes, básicamente porque fuera del mismo sólo esperaba el frío de la distancia con el poder.
La de ayer fue la peor derrota del peronismo de toda su historia. Y esta vez la misma nace de las urnas, en las que dos de cada tres votantes le ha dado la espalda.
Cabe preguntarse, de todos modos, si es una derrota definitiva, o es dable esperar una reacción para al menos llegar al balotaje. En cualquier hipótesis, el cerno del peronismo, que es una estructura sindical corrupta, buscará el mecanismo para sobrevivir, y si el candidato peronista no llega al balotaje, esa estructura puede ser el árbitro en la disputa final.
Por último, es necesario detenerse en el resultado de Juntos por el Cambio, que mostró la victoria interna de una candidata decidida y enérgica, que tuvo el claro apoyo de Mauricio Macri, fundador del movimiento nacido como partido político (el «Pro») y que es la columna vertebral de la coalición que se ubicó en segundo lugar en las preferencias de los votantes.
Patricia Bullrich se impuso con claridad frente al Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, cuya ausencia de atractivo personal y su discurso vacío no pudieron ser neutralizados por la enorme cantidad de dinero que movilizó su campaña.
Argentina ingresa en una nueva era. Y sus efectos, en mayor o menor medida, también habrán de sentirse en la otra orilla del Río de la Plata.