Por Jorge Martínez Jorge
“Confiarse al supuesto único sentido de la historia, sentido prefijado de toda eternidad, es caer sin remedio en las redes tendidas por las minorías violentas, que se arrogan el derecho a decidir por el resto de la sociedad y que suelen empeñarse en la conquista de los recursos de la fuerza, para que aquel destino inexorable se cumpla” Karl Popper en “La sociedad abierta y sus enemigos”
Os voy a contar una historia. Es parte de la vida de un hombre nacido en 1870 en la ciudad de Vilnius (actual Vilna, capital de la República de Lituania, por entonces parte del Imperio Ruso) y muerto por suicidio en París, que explicará la razón del título de la nota.
El hombre en cuestión se llamó Alexander Berkman.
La Revolución imposible
Sin haber cumplido los 18 años, se fuga hacia Estados Unidos a donde llega en 1888. El joven Berkman ya estaba vinculado con los movimientos anarquistas y libertarios alemanes y rápidamente en tierras americanas traba relación con sus pares revolucionarios. Cuando tras la famosa huelga de Homestead, en Pittsburg, mueren varios obreros, nuestro hombre atenta contra la vida de Henry Frick, dueño de la fábrica, fracasando en el intento.
Tal acción le acarreó una condena de 22 años de cárcel, gran parte de los cuales los cumplió en duras condiciones en celdas de aislamiento.
Camino al destierro
En 1906, cumplidos 14 años de su condena, es liberado, tras lo cual se entrega -junto a su compañera y amiga Emma Goldman- a una febril actividad de agitación revolucionaria, que le llevó a fundar las revistas Mother Earth y, posteriormente, cuando en 1916 los EE. UU. se aprestaban a ingresar en la Gran Guerra, la revista The Blast, órgano oficial de la militancia pacifista.
Tres años después, en 1919 y tras un largo encierro, son deportados a la Rusia revolucionaria junto a un numeroso grupo de camaradas, 246 hombres y 3 mujeres, a bordo de un viejo carguero, el U.S.T. Buford.
El mito bolchevique
Las peripecias de ese viaje, las zozobras para llegar a la frontera rusa y la otra, la de conseguir entrar en esa tierra que se prometía como el paraíso para los proletarios del mundo, conforman la primera parte de “El mito bolchevique”, diario escrito por Berkman entre enero de 1920 y diciembre de 1921, el que luego sería publicado como libro.
A la llegada de este contingente de desharrapados en enero de 1920, ha transcurrido ya más de dos años del Golpe de Estado bolchevique contra el gobierno provisional de Kerenski y el país se desangra en una guerra civil fratricida, considerada por Lenin y Trotsky, junto con el terror, como paso ineludible hacia la Dictadura del Proletariado.
“Trabajaré como un demonio por la Revolución” clamaba machaconamente un corpulento obrero de origen también lituano. Ese deseo es el de todos, mientras en sus mentes se proyecta la película del paraíso socialista a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, esos dos años han bastado para desatar una hambruna -la primera- y, junto con la llegada de un nuevo año, el de 1921, el todopoderoso faro guía de la Revolución, Lenin, instaura la NEP (Nueva Política Económica). Con esta restablece parcialmente el capitalismo -de Estado, en este caso, como sucede en China hoy día- y es justificado por el líder como un necesario paso atrás para contrarrestar los devastadores efectos de las confiscaciones, las deportaciones, la guerra civil y el bloqueo económico impuesto por la Entente.
Un anarquista suelto en la Rusa leninista
Berkman no es un hombre cualquiera. Líder de los revolucionarios norteamericanos, con una larga prédica entre los obreros bajo el capitalismo yanqui, suele entrevistarse en persona con Lenin, quien tiene respecto de él grandes expectativas que ayude a provocar la -eso creían- inminente revolución proletaria en EE. UU. y detrás de ellos, las del resto de Europa y el mundo.
La tan inminente como inevitable caída del capitalismo, le proporcionaría a Rusia el inmediato apoyo de las masas obreras liberadas, que acudirían en ayuda de sus hermanos rusos, precursores en la creación de la patria socialista y que con tanta penuria sobreviven, fruto del perverso bloqueo capitalista.
Todos iguales, pero no tanto
Imposible relatar, en la brevedad de una columna, las peripecias de Berkman y su fiel compañera Emma Goldman. Fueron dos años de penurias y desazones varias, redactando una carta tras otra a cuanto Comisario político fuera menester o al propio líder, reclamando trenes en eternas vías muertas para cumplir misiones que dicen y se desdicen a diario, según quién haya sido detectado como traidor contrarrevolucionario. Cada día intentando detener el creciente desencanto, cuando no la furia, de sus compañeros condenados a deambular en habitaciones compartidas que no se abren, durmiendo sobre fríos suelos con el magro consuelo de un pyok cada vez más escaso. Mientras, tras las luminarias de los palacios zaristas, la nueva nobleza bolchevique brinda champanes y se atiborra de caviar.
Este recorrido previo tiene como objeto dejar en claro qué tipo de persona era Berkman, un hombre íntegro a carta cabal, convencido hasta el fanatismo de la razón de la causa revolucionaria de sus compañeros proletarios, dispuesto siempre a compartir sus miserias y a renegar de toda suerte de privilegios.
El despertar del Escorpión Bolchevique
En marzo de 1921 se conoce la noticia de la situación suscitada en Kronstadt con los marineros de la principal base naval rusa, en donde tras largos y reiterados reclamos por parte del Soviet local, se había declarado una huelga exigiendo al Gobierno Bolchevique devolver el poder a los soviets -cada vez más concentrado en los Comisarios políticos del Partido Bolchevique-, la mejora en las condiciones de vida del proletariado sometidos a penosas condiciones y el cese del terror rojo.
No se trataba de contrarrevolucionarios -como luego se pretendería hacer creer- sino de auténticos héroes de la Revolución, comunistas convencidos de la justicia de su causa, que nada más reclamaban el Santo Grial prometido hasta el hartazgo de todo el poder a los Sóviets.
Proletarios de Kronstadt, rendíos
Durante interminables días, Berkman juega un papel importante intentando mediar entre Trostky, jefe supremo del Ejército Rojo y los amotinados, sin que desde el poder se aceptara ningún tipo de contemplación. Más bien todo lo contrario.
El 8 de marzo el Ejército inicia el ataque sobre los amotinados, que se prolonga durante diez días. El día 18 de marzo, simbólicamente justo el día que se cumplía el 4º aniversario de la Revolución, caen los últimos focos de resistencia, y el ataque se salda con un número superior a los 10.000 muertos y un número no determinado de deportados enviados a los Campos de Concentración.
Se trató de una auténtica carnicería que el régimen quiso mostrar como advertencia para posibles insurrectos, revelando la verdadera cara de la dictadura contra el proletariado.
El escorpión bolchevique había mostrado su verdadera naturaleza, de una vez y para siempre. De ello, Berkman, ya exiliado en Francia, dejará constancia en su librito “La rebelión de Kronstadt” que dejará al desnudo la naturaleza asesina de los autodenominados portavoces del proletariado internacional.
“La sangre de los mártires de Kronstadt mancha las manos de los dictadores del proletariado. Su crimen no será olvidado ni perdonado” dirá allí Berkman, confiado en la pureza de ideales de una izquierda que, como en cada nueva tropelía soviética, optará por mirar hacia el costado.
La Rana República
Como si de una República de la Europa del Este, satélite de la ex URSS de los años sesenta se tratara, la República Oriental (del Uruguay, vamos, que no es del Rin) celebra elecciones el próximo año y como alternativa al gobierno actual, se presenta la tradicional Coalición de extrema izquierda.
Es la misma Coalición que hasta cinco años atrás y durante quince gobernó al país. Siempre al vaivén de su correlación de fuerzas interna, los llevó a pactar con un tecnócrata enamorado de sí mismo como conductor económico para llegar al poder.
Es la misma, pero no es la misma.
Ahora esas fuerzas moderadas, más bien de centro, se han reducido a su mínima expresión, y a partir de la operación copamiento sufrida por la Coalición a manos del brazo sindical del Partido Comunista, es éste quien reparte las cartas.
Según encuestas recientes, 8 de cada 10 votantes de la coalición responden a la candidata del Partido Comunista o al del castrista emepepé. Conviene no engañarse con las etiquetas, y mucho más cuando no vienen acompañadas de los octógonos, que, en este caso, deberían advertir al potencial consumidor que el producto viene con exceso de bolchevismo, y tal como sucedió con el sandinismo nicaragüense, nada indica que vayan a dejar pasar la segunda oportunidad para ir a fondo, esto es, a pegarle el picotazo fatal a la Rana República y seguir el mismo camino de los Ortega.
Llegado el caso, para los bolcheviques -neo u old, tanto da, directos o bajo nuevas identidades- lo que importa no son los medios sino los fines. Y si en el camino se les cruzan los marineros de Kronstadt, poco importa que hayan sido héroes a los que deban el poder: les pondrán delante del pelotón de fusilamiento y ordenarán disparar.
Está en su naturaleza. Advertidos estáis.