Por Jorge Martínez Jorge
Pocas veces quien recibe lo que no merece, agradece lo que recibe.
(Francisco de Quevedo)
Para que se produzca el fenómeno óptico conocido como arcoíris es necesario que la luz del sol, la luz blanca, se refracte y refleje en gotas de agua en suspensión. En esas condiciones, la luz se descompone en los siete colores visibles al ojo humano. Se precisa además que el observador esté entre la lluvia y el sol, y que haya, precisamente, lluvia y sol.
El pasado jueves, sin embargo, la luz blanca pretendió mutar en arcoíris en plena noche, justo cuando bajo las luces LED -blancas, pero artificialmente blancas, no hay que engañarse- desfilaban múltiples arcoíris en forma de banderas por las calles de La Montevideo verde.
De la partidocracia a la “partidocrisis”
A casi dos siglos de nuestra formal Independencia y vigencia de la primera Constitución Nacional, con los largos interregnos de las guerras internas y de regímenes más o menos dictatoriales, podemos decir que desde hace 40 años el país retomó su tradición republicana con la vigencia plena de sus Instituciones democráticas.
Parte fundamental de esas instituciones lo constituyen los Partidos Políticos. En cualquier democracia, pero con más razón en ésta donde dos de ellos son parte misma de la fundación nacional. La tradición partidocrática del Uruguay se vio afianzada a partir de la Paz de 1904 y la definitiva consolidación de un bipartidismo dominante en torno a los fundacionales, los llamados tradicionales, blancos y colorados. Ello no obstó a la existencia de otros partidos menores electoralmente, pero con importante presencia en la vida institucional a lo largo de ese casi un siglo, como la Unión Cívica, el Partido Demócrata-Cristiano, el Socialista y el Comunista.
Dos grandes partidos “de masas” -en contraposición a los partidos “de ideas”- que, con fuertes corrientes internas y diferencias ideológicas y programáticas, los llevaron en algún caso, hasta a presentarse con lemas distintos, sin embargo, mantuvieron en grandes líneas una identidad, por así decirlo, emocional que, simplificando, podríamos ejemplificar con el “poncho” por un lado y el “sobretodo” por el otro.
En un siglo XX que atravesó todas las penurias y los delirios y vilezas posibles, el debate de ideas se tornó cada vez más áspero, radicalizado, y no pocas veces, llevó a los adversarios a convertirse en enemigos. Que eso terminó en una guerra interna más o menos declarada durante una década y que a ella le siguió una plúmbea dictadura militar, es pintura fresca.
Sin embargo, aún así, la restauración democrática preservó las viejas identidades, y blancos y colorados supieron apelar a sus añejas tradiciones, aunque ya para entonces, la clientela había cambiado y había otros productos ofreciéndose en el mercado.
Desde siempre, los partidos se enfrentan a la tensión ineludible de permanecer fieles a sus tradiciones, sus ideas y dogmas, y hasta a sus liturgias, o, por el contrario, adaptarse a los cambios de época y adoptar lo que, en buen romance, el electorado se supone espera de ellos.
Auf Wiedersehen Herr Marx, benvenuto Gramsci
El bipartidismo, que había entrado herido grave al período especial de las urnas en descanso, salió de él con pronóstico reservado, amenazado de marchar a tratamiento intensivo. Reforma electoral mediante, lograron salvar, a medias, la ropa -aunque debieron resignar alguna prenda importante como la Intendencia de Montevideo para nunca más volver- por unos años más, debiendo para ello resignarse a ver blancos votando colorados o colorados votando blancos en una segunda vuelta hecha para evitar la pérdida de las prendas interiores. Igual pasó, claro.
Tras un corto veranillo liberal, que fue apenas eso, una suave brisa que pasó, el Uruguay apenas pareció tomar nota de lo que había significado la implosión del Imperio soviético, no tanto en su significado geopolítico sino, fundamentalmente, en el terreno ideológico. Mientras Occidente -del cual, a regañadientes, parecemos formar parte- festejaba coleccionando piezas del Muro de Berlín derruido y Francis Fukuyama proclama urbi et orbi el fin de la Historia, en la vieja Europa se cocinaban otros caldos.
Con Marx enterrado con honores, su lucha de clases convertida en antigualla para académicos de retrovisor, la figura y prédica del cuasi olvidado Antonio Gramsci resurgía con fuerza: muerta la lucha de clases, viva la lucha cultural.
Si nos detenemos a mirar lo sucedido en ese Occidente en crisis en los últimos 25 o 30 años, veremos cómo, con la excusa de la lucha contra el imperialismo -sólo uno y único-, el neoliberalismo, el racismo, el colonialismo, el indigenismo, la piedra preciosa del cambio climático y el calentamiento global, nuestra civilización y cultura ingresaban en un espiral de identitarismo, revisionismo y victimización que no parecen tener fin.
Desde ser grupos más o menos marginales de contestatarios dedicados al intento de boicot más o menos violento de los encuentros del Foro Económico Mundial, bastó ese corto lapso para que se convirtieran en parte -o instrumento, rentado podríamos pensar- de ese poder globalista y “hegemonizante”, dando lugar a lo que luego sería el corpus ideológico dominante denominado cultura Woke.
Desde entonces, aquí en el Sur como allá en el Norte, los que tenemos la desgracia de ser huérfanos de colectivos caemos bajo el peso de la hegemonía dominante que nos dicta qué decir y qué hacer respecto de todo aquello que se considere políticamente incorrecto. Y ante esa hegemonía que reescribe el pasado y derriba monumentos, impone leyes de discriminación positiva -una contradicción en los términos- y condiciona y determina la agenda de gobiernos y organismos de toda clase, doblan la rodilla desde multimillonarios deportistas de élite, hasta políticos de ambiciones largas y convicciones cortas.
Es lo que sucedió con la pre-aspirante presidencial blanca Laura Raffo, que la noche de la “Marcha de la Diversidad” -nunca menos diversa y nunca más sectaria como este año bajo la estrafalaria consigna “Basta de impunidad y saqueo de derechos”– no tuvo mejor idea que lanzarse al picadero de la Red Social X para expresar que con la Marcha “finaliza un mes que año tras año nos invita a reflexionar sobre cuánto se ha avanzado y cuánto queda por hacer en materia de derechos para la comunidad LGBT+. Vaya mi reconocimiento a todos quienes forman parte de esta justa reivindicación.”. Raffo dixit.
Se equivocó la paloma
El posteo en cuestión -editado el 29 de septiembre a las 20:36, o sea que no es el original- recibió, a día de hoy, 47 respuestas, todas, sí, todas, negativas.
La fulgurante aparición de la Economista Laura Raffo en el pasado proceso electoral, dentro de filas del Partido Nacional al cual adhiere desde siempre su círculo familiar más estrecho, la llevó a ser candidata única de la Coalición Multicolor a la Intendencia de Montevideo.
Aunque poseía una larga experiencia como comunicadora en televisión, siempre ligada a su condición de economista, carecía de experiencia política. Inexperiente, en particular en campañas electorales, hizo -no obstante- una muy buena elección. Ello le permitió salir de esa etapa como un valor emergente para tener en cuenta y referente ineludible al momento de plantear la estrategia común frente a una nueva instancia electoral departamental, allí donde parecía tener su base de desempeño más fuerte: Montevideo.
Sin embargo, apenas se encendieron los motores de una temprana campaña electoral, se posicionó públicamente como aspirante a la candidatura presidencial, para lo cual fundó su propio sector (Sumar se llama, que no hay que confundir con el de la comunista vicepresidente española Yolanda Díaz) abandonando el territorio donde iniciaba su carrera.
El columnista desconoce por completo qué clase de asesores tiene Raffo, o qué focus group pueda haberle aconsejado un nuevo guiño al enemigo, que más que guiño significó una auténtica rodilla en tierra. Es, a no dudarlo, un tiro en el pie para su propio partido, y más grave aún, para un Gobierno del que ella es parte, cuando reconoce “cuánto queda por hacer en materia de derechos para la comunidad LGBT+”
Si la apelación a la vieja política del apaciguamiento, nunca exitosa, siempre fracasada, busca captar votos dentro de esa comparsa, hay que volver sobre el concepto, aunque suene políticamente incorrecto: son el enemigo, Laura. Te acusan de amparar una supuesta impunidad y, peor aún, ser parte de un aún más supuesto “saqueo de derechos”.
En lugar del guiño tuitero, si querías marcar posición y perfil, perdiste una preciosa oportunidad de pescar en la pecera de la Coalición, allí donde los blancos sin sector y los coalicionistas orejanos podría estar considerando tu candidatura como alternativa a la de Delgado.
Esos votantes, buscan en los probables candidatos lo que, hace 4 años, encontraron en Lacalle Pou, un liderazgo de talante liberal, apegado a la libertad, abierto a todos los partidos sin renunciar ni un ápice a las tradiciones y señas de identidad del viejo Partido Nacional que no son, ni por lo palos, los de los que portaban banderas acoíris y consignas “+Marikas y -Milicos”.
No es por ahí. Quizás estés a tiempo y en este traspié sólo hayas perdido las decenas o centenas de votos que anunciamos en respuesta a tu posteo, que no vamos a votarte.
A mi modesto entender, perdiste mucho más que eso. El tiempo dirá dónde estaba la razón. Y no, Laura, no hay agua ni luz que convierta a los blancos en arcoíris.