Por Graziano Pascale
Si uno puede llegar a entender, desde una perspectiva histórica, que la judeofobia de siglos se nutría de un ancestral conflcto de matriz religiosa, en el que el cristianismo acusaba al pueblo judío por la muerte de Jesús, en la sociedad laica de Occidente del siglo XXI ese argumento no es de recibo. Entonces cabe preguntarse cuál es la raíz de la judeofobia que ha estallado en el mundo occidental, y cuál es la diferencia con la que hemos conocido hasta ahora.
La mera formulación de la pregunta sacude viejos fantasmas, que probablemente anidan en millones de personas como un residuo tóxico de viejas creencias, que fueron pasando de generación en generación, hasta desembocar en la «solución final» hitleriana, que consistía simplemente en la aniquilación de todos los judíos. Y aquí aparece el primer punto de contacto con el proclamado objetivo nazi: también los enemigos más intransigentes de Israel buscan su desaparición del mapa, y el exterminio de ese pueblo milenario.
No se trata de un secreto reservado para unos pocos. Por el contrario, eso está proclamado por los agitadores más enérgicos de los grupos terroristas, y también figura en «programas» detrás de los cuales hay poderosas naciones de esa zona del mundo. Y si esos objetivos aún no han sido alcanzados por quienes los persiguen con ahinco, se debe pura y exclusivamente a la voluntad del pueblo y del Estado de Israel de seguir viviendo en ese suelo, tal como lo dispuso la ONU en el año 1947, al votar por mayoría la creación de dos estados en la zona: uno judío y otro árabe. Este último no se llegó a conformar aún por las desavenencias entre los propios países árabes, que lanzaron una guerra contra Israel prácticamente al día siguiente de su nacimiento como nuevo Estado reconocido por la ONU.
Los hechos sucedidos en estas últimas siete décadas en Oriente Medio constituyen un gran fracaso de la diplomacia, de la política y de la utopía de las Naciones Unidas como organización creada para poner fin a las guerras en el mundo, y sentar las bases de una paz justa y duradera entre todos sus miembros.
Como si no fueran suficientes los horrores y la crueldad que hemos visto en estos días, seguramente aún no hemos visto lo peor. La inminencia de un ataque terrestre de Israel en Gaza hace prever combates feroces y sanguinarios, con el telón de fondo de los 200 secuestrados en poder de Hamás, que retienen como «moneda de cambio» para la liberación de presos palestinos en Israel, como si eso fuera posible después de la despiadada masacre cometida en una venitena de colonias agrícolas judías en la frontera con Gaza.
Varios miles de los siete millones y medio de judíos desparramados por el mundo viven en Uruguay, y otros tantos miles de judíos nacidos en Uruguay hoy viven en Israel. Esa guerra, por tanto, no nos es ajena. Hay allí compatriotas nuestros, cuya suerte sentimos como propia, tal como se demostró con el vuelo humanitario que dispuso el gobierno para repatriar a los jóvenes que allí se encontraban cuando se iniciaron las hostilidades, y que no estaban llamados a cumplir con el deber militar que impone a sus ciudadanos el Estado de Israel.
Es verdad que el legítimo sueño del pueblo palestino para tener su propio Estado aún no pudo alcanzarse. Como también es verdad que la paz sólo podrá alcanzarse cuando ese objetivo, aún pendiente de concreción, pueda ser cumplido.
Mientras tanto, y asumiendo como legítimas las diversas miradas sobre el conflicto de fondo en la región, bajo ningún punto de vista es admisible abonar el campo siempre fértil del antisemitismo y la judeofobia, que tantas desgracias trajo a la humanidad a lo largo de los siglos.
Pero esta vez será diferente, a poco de que se asuma la magntiud y el poder destructivo de las armas en poder de los países de la región y de los que opodrían intervenir en una guerra generalizada que hoy nadie puede descartar. Lo que está en juego es el destino de la humanidad entera. No hay espacio para una «solución final» como la planificada por Hitler hace 85 años porque ese sería literalmente el fin de nuestra actual civilización.
Es el momento de estar junto a quienes comparten con nosotros los valores de la libertad, la dignidad humana, la igualdad de derechos de hombres y mujeres, el sistema democrático de gobierno, el pluralismo y la tolerancia.