Por Jorge Martínez Jorge
«Si hoy vais a sufrir, vuestra es la culpa, no lo llaméis castigo de los dioses. Dando vosotros alas a estas gentes los habéis encumbrado; y ahora el premio es una torpe y triste servidumbre”
Plutarco, en “Vida de Solón” citado por Arturo Pérez-Reverte.
Ahora mismo
En la Madre Patria que nos parió se viven horas cruciales. Tal vez, amigo lector, usted pueda pensar que cuántas veces no habremos dicho lo mismo, otros tiempos, otros lugares, y que huele a lugar común.
A riesgo de darle la razón, trataremos en esta columna de mostrar por qué creemos que no es así y que, efectivamente, nada será igual a partir de mañana para el Reino de España y el por qué de la “X” en su nombre.
En su actual forma de Monarquía Constitucional parlamentaria, el Estado español cumpliría 45 años desde 1978 con la caída del régimen franquista y la aprobación de la Constitución por las Cortes. Media vida para muchos, nada para la Historia de un Reino que, como Imperio conquistó un continente y dominó buena parte del mundo por bastante más tiempo que este.
Decimos cumpliría en condicional, porque todo indica no habrá cumpleaños, y menos que menos, festejo alguno. Las horas que allí se viven, no presagian nada bueno.
La Historia en rulos
Aunque el trillado concepto de que “quienes olvidan su pasado están condenados a repetirlo” suele asignarse al español José de Santayana -y viene a cuento porque es a España y a los españoles que nos referimos- sus orígenes como tal parecen remontarse a 4 siglos a.C, a través del griego Tucídides quien habría dicho esto, aunque la formulación es ligera -en lo formal- pero profundamente distinta, en cuanto el griego habría sostenido que “la historia humana es siempre la misma, y siempre se repite EN sus desgracias, porque los hombres no aprenden de su experiencia”.
Como se puede advertir, Tucídides hace hincapié en que lo que suele repetirse son los hechos desgraciados, aquellos que antes afectaron a esos mismos hombres, o a sus ancestros, tal vez porque el historiador se está refiriendo allí a las guerras del Peloponeso.
Es, precisamente, en este sentido, que el columnista quiere recurrir a él, porque parece ineludible leer la vertiginosa deriva institucional y política española, pongamos de los últimos 5 años desde la caída de Rajoy, a la luz de una serie de hechos ocurridos en tierra española a mediados de la década de los 30 del siglo pasado y que dieran origen a la horrífica guerra civil, paradigma de un pueblo que se empeñó, con saña sin igual, en exterminarse los unos a los otros.
Antes de volver la mirada a la década infame, no conviene dejar de marcar que el inicio de este ciclo, señalado por la primera caída de un presidente de gobierno por una Moción de Censura, promovida por el PSOE y Pedro Sánchez -que accede al gobierno de esa manera- contó con el mismo elenco que se apresta a dar a luz al bebé del que, ahora mismo, se desconoce todo, aunque los estudios prenatales son amenazadores. Entre otras cosas, porque el personal a cargo de la Maternidad, así como los progenitores, son los mismos.
Dicho fácil: aquella investidura de 5 años atrás, fruto de un gobierno interruptus, contó con el concurso del jovencísimo Podemos nacido de las indignaciones callejeras del linajudo revolucionario Pablo Iglesias, pero también, de los infaltables separatistas-secesionistas, ex o post terroristas, vascos y catalanes.
La diferencia más importante, o la más visible, parece ser que en este corto período de tiempo, el caché de los votos minoritarios parece haberse ido a las nubes, más allá de los del resto de la inflacionaria economía Sanchista, y ahora, para levantar 7 pesados brazos, se ha requerido de pactos y componendas que habría puesto rojos de vergüenza a, por ejemplo, los que entre gallos y medianoche en el “Pacto de Münich”, acordaron regalarle a Hitler la Checoslovaquia entera sin que los entregados lo supieran siquiera.
Largo de aquí, Caballero Sánchez
Para fines de 1931, las Cortes Constituyentes habían proclamado la II República y hasta 1934 gobernaba el líder del PRC (Partido Republicano Conservador, dizque centro derecha) Alcalá-Zamora, defensor de la democracia parlamentaria, al que se había sumado el apoyo de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), los que habían aceptado una modificación parcial de la Constitución de 1931.
Sin embargo, en una Europa convulsa, donde la Alemania de la República de Weimar había instalado al ex Cabo austríaco Adolf Hitler como Canciller a lomos de su Partido Nacional Socialista, convertido ya en Führer que se anexionaba los Sudetes y Austria, mientras que en la URSS Stalin seguía concentrando poder mediante lo que se llamó el Gran Terror, la eliminación de posibles disidentes y las grandes hambrunas, en Italia Mussolini imitaba a Hitler e invadía Etiopía, la España todavía democrática creyó llegada su hora y vio cómo el PSOE (sí, el mismo, 9 décadas antes) al que se sumó el PCE pro-soviético y los comparsas en Asturias y cuándo no, Cataluña, intentaron un golpe de estado -por allí, le llaman “rebelión”, que ya sabemos, lo de las palabras- que fue violentamente reprimido por el Ejército comandado por Franco.
Fracasado el golpe, el clima de polarización se acentuó y a principios de 1936 se produjo una elección general, donde venció el llamado “Frente Popular” encabezado por -claro está, ya sabes, el PSOE- junto con el PCU, y una cohorte de partidos y grupos, donde volvían a aparecer los infaltables separatistas vascos y catalanes, éstos liderados por el célebre Lluis Companys -nunca refugiado en Bruselas, pero por lo demás- ya se verá cómo Tucídides adivinaba el futuro leyendo el pasado.
La larga y tortuosa línea entre Companys y Puigdemont
La línea a la que aludimos no va entre un lugar y otro de la vasta geografía española, porque un punto y otro siguen estando en el mismo lugar: Cataluña. Es, en cambio, la línea de tiempo que lleva desde el 6 de octubre de 1934 al 10 de octubre de 2017, o la que va entre el 6 de octubre, ahora de 1936, y el día de hoy, donde se estaría consumando la amnistía del prófugo Puigdemont y su virtual incorporación al gobierno de España, tras lo cual vendrá lo que ya sabemos, aunque octubre ya haya pasado.
En aquella primera fecha, Lluis Companys, líder de ERC (¿suena conocido?) y presidente de la Generalitat de Catalunya desde 1933 tras la muerte de Francesc Maciá, se suma al golpe de izquierdas contra el gobierno de Lerroux y, de paso cañazo, declara el Estado Catalán.
Como al parecer la tal declaración unilateral no fue del gusto del gobierno, le enviaron una delegación del Ejército a hacerle una visita. No habiendo maleteros de coches disponibles para intentar una fuga, el fugaz separatista fue apresado, juzgado y condenado a 30 años de prisión por el delito de sedición.
En 1936, tras el triunfo del Frente Popular (que ERC integraba) en febrero de ese año, Companys fue amnistiado, puesto en libertad y repuesto en el cargo (¿os suena, queridos míos?). Tras la insurrección militar de julio, Companys vuelve a declarar el Estado Catalán, ya en plena guerra civil.
Ahora, estimado lector, haced el ejercicio de sustituir a Companys por Puigdemont, y donde dice 1934 y 1936 sustituye por 2017 y 2023, y dime qué diferencias encuentras.
A lo sumo el nombre del o de los felones que, amnistías y pactos mediante, permiten que un sedicioso -condenado o en fuga, tanto da- consume su impunidad primero y su delito después, todo ello para que el felón de turno (entonces Azaña, en pugna por la Presidencia de la República, Sánchez ahora, aferrado a un gobierno que en las urnas no logró obtener) consiga sus subalternos objetivos de poder, aunque para ello deba caminar por el pretil de la legalidad, moviéndose por los desagües de una política que, hace 87 años llevó a una masacre, y hoy, amenaza con abrir las puertas de otro infierno.
De aquella historia conocemos el triste final, preludio de una noche tan larga y oscura que nadie querría recordar.
La de hoy, que pone fin a cuatro décadas y media de democracia plena, no lo sabemos porque se está escribiendo ahora mismo.
Por el bien de España, de los españoles todos, y de quienes sentimos una parte de nuestro corazón latiendo en esas tierras, ojalá todo esto quede en una amenaza. Cierta, pero solamente amenaza. No obstante, el paciente ingresado a cuidados intensivos no tiene pronóstico muy favorable. Que España siga siendo España y nunca Expaña.