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Contraviento

Nada crece a la sombra…de Marx.

4 diciembre, 2023

Escribe Carlos Abel Olivera*

La «plusvalía» es, a decir de Karl Marx, el «tiempo de trabajo no remunerado», es decir: la parte del valor creado por el obrero de la cual el capitalista (empleador) se apropia. De esta forma, a la vista de Marx, la relación entre empleado y empleador es entre un ladrón (empleador) y su víctima (empleado), entre explotador y explotado. ¿Cuántas veces hemos escuchado esas expresiones? Muchas, demasiadas, tanto que forman parte del «sentido común», de las leyes, del actuar de la Justicia, del sistema político, de empleados, sindicalistas y hasta empleadores.


El problema de la Teoría de la Plusvalía, es que es falsa, se sustenta en el supuesto de que el valor es creado por el trabajador a partir del tiempo invertido para producir un bien (Teoría Valor-Trabajo). La realidad es que no importa cuánto «tiempo de trabajo» sea «socialmente necesario» para producir un bien, ello no tiene incidencia en su valor, el cual estará determinado por aquel interesado en adquirirlo (Teoría Subjetiva del Valor). Si nadie lo adquiere, su valor será cero. 


No importa cuánto tiempo o esfuerzo haya tomado fabricar el mejor teléfono celular, para una persona en el medio del desierto, sin señal ni electricidad, su valor es casi nulo, sin embargo, para la misma persona, el agua dentro del humilde odre de un beduino tendrá un valor casi infinito, por poco «trabajo humano» que haya detrás de ella. La Teoría Valor-Trabajo y su hija, la Plusvalía, son insostenibles: nadie puede robar un valor que no existe. Marx estaba equivocado.

El reino de la discordia.

Pero el problema fundamental de la Teoría de la Plusvalía no es que sea falsa, sino que presupone una interpretación disfuncional (confrontativa) de las relaciones entre empleados y empleadores. Según su lógica, los primeros deben enfrentar a los segundos, tratando, por la fuerza, de recuperar la mayor parte posible del valor que constantemente les es robado. Ser formado en estas creencias, condena a los empleados a ser resentidos eternos, recelando siempre de sus empleadores y por tanto, no pudiendo colaborar sinceramente con ellos. A su vez, condena a los empleadores al sentimiento de culpa de ser «explotadores» y mantener el mismo recelo de sus empleados, viéndolos como enemigos que vienen por su «plusvalía».

Una sociedad construida sobre tales supuestos es, inevitablemente, enemiga del empleo pues, ¿Quién quiere invertir y emplear a quien le considera un ladrón, un explotador, un enemigo? ¿Qué productividad se puede esperar con tal predisposición negativa? Según el Índice de Competitividad Global 2019 del World Economic Forum, Uruguay es 138 en 141 países en «Colaboración entre empleados y empleadores». El número es elocuente.

Finalmente, donde hay víctimas y victimarios, hay siempre «salvadores», políticos y sindicalistas se presentan como defensores de los «oprimidos» y «explotados». Se alimentan del conflicto. Los supuestos de la plusvalía crean el caldo de cultivo perfecto para la proliferación de demagogos y populistas.

La sombra y la luz.

¿Por qué no se logran aplicar en Uruguay las reformas necesarias para que el país despegue y ascienda finalmente al desarrollo? Vale la pena analizar que la inmensa mayoría de dichas reformas son de corte liberal, basadas, por tanto, en la Teoría Subjetiva del Valor, contraria al Valor-Trabajo-Plusvalía.

Las sociedades que han logrado avanzar en la ruta del progreso son aquellas en las cuales los individuos se perciben cual sujetos (no víctimas) que ofrecen libremente bienes y servicios a terceros que los valoran (o no) generando la dinámica virtuosa de incentivos del Capitalismo.

Pensemos seriamente si eso es lo que formamos en nuestra sociedad: colegios, liceos, universidades. Hace falta más Locke, Kant, Smith, Bastiat, Stuart Mill, Menger, Javons, Walras, Mises, Hayek, Popper, más Ramón Díaz y un largo etc. de tradición liberal occidental. 
Está perfecto estudiar a Marx, analizarlo, cuestionarlo, pero jamás verlo como un dogma, como la verdad revelada. Es nefasto que sus supuestos, probados ya como falsos, formen parte del «sentido común», que tengan un peso tan grande en la educación, como parecen tener. No olvidemos que nada crece a su sombra. La evidencia en su contra, teórica y empírica es abrumadora y dolorosa.

* Carlos Abel Olivera es Economista y Máster en Administración de Empresas. Cubano de nacimiento, está radicado en Uruguay desde el año 2012. Esta es su primera columna para Contraviento.