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Contraviento

La conjura contra América (y Occidente todo)  

17 diciembre, 2023

Por Jorge Martínez Jorge 

 

“Estudiamos historia como una Historia inocua, donde todo lo inesperado en su época está registrado en la página como inevitable. El terror de lo imprevisto es lo que oculta la ciencia de la historia, que transforma el desastre en épica” Philip Roth “La conjura contra América”

“Tendemos a pensar que las cosas, porque sucedieron, no tenían más remedio que suceder” Henry Ashby Turner “A treinta días del poder”

Los hitos

El 7 de octubre de 2023 es una de esas fechas destinadas a fijar un hito en el interminable devenir de la historia, como lo fue a su manera y con no pocas similitudes, el 11 de septiembre de 2001, el uno en Estados Unidos y el otro en Israel, ambos territorios “culturalmente occidentales”.

Aunque a priori pueda pensarse que no existe relación entre ambos hechos, sí la hay y mucha, a la luz de otras cosas que hoy suceden -y aquí aplican las dos citas consignadas líneas arriba- y que, hasta no hace mucho tiempo, apenas años, pensamos que no podía ocurrir.

Hilo y aguja en mano, el columnista intentará suturar los distintos puntos para mostrar que se trata del mismo tejido. Veamos.

Un Pogromo nada casual

En un hecho que, todavía hoy, aparece como inusitado, el Shabat del 7 de octubre en el sur de Israel, se revela como un acto de la más pura barbarie, antes que nada, pero junto con ello, como una fría y calculada operación política y, sobre todo, propagandística. Un pogromo a la vieja usanza, pero con toda la parafernalia tecnológica que permite hacer y divulgar lo que, un siglo atrás, apenas se limitaban a pálidas fotos y sacrificadas plumas que buscaban -en vano, lo sabemos ahora- reflejar todo el horror.

Un hecho horrendo que buscó mostrar todo lo que, desde el punto de vista de sus autores materiales -drogados, henchidos de la adrenalina del odio concentrado y macerado durante años- y sobre todo, de los intelectuales, una muestra de lo que Hamás sería capaz de hacer en su propósito de desaparecer a los judíos de la faz de la tierra. Pero, subyacente a éste, había otro objetivo: el de cosificar a las víctimas. En palabras del periodista Christopher C. Cuomo, que ha estado allí por años, luego de visionar el resumen de los atroces 47 minutos de grabaciones hechas por los propios nazis durante su faena. Dice Cuomo “…se tomó la decisión de que los judíos son menos que humanos y se los trató de esa manera en palabras y hechos. Ahora sé que ése es exactamente el mensaje que Hamás envió a propósito, y a gran escala”, y agrega “no era consciente de eso antes. Vi cuerpos quemados, pero no entendí ni aprecié cuán intencional fue: lo hicieron metódicamente, lo escuchas en las voces, las órdenes, la facilidad, la emoción de encontrar y mutilar a las víctimas”.

 

Islam y judeofobia en Oriente Próximo: una vieja historia

Combatid contra ellos. Al-lah les castigará con vuestras manos, les humillará, os hará vencerles y curará los pechos de gente creyente.” [Corán 9:14]

“Esto no se acaba, nunca se acabará” Günter Grass (A paso de cangrejo)

Los dos libros más acendradamente antisemitas (o más precisamente, antijudíos) publicados en la historia, lo son el Mein Kampf escrito por Adolf Hitler en 1923 durante su encarcelamiento en la Fortaleza de Landsberg tras el fallido golpe de estado, y el Corán escrito tras la muerte del Profeta Muhammad.

Ambos, con el propósito de fundar una religión.

El Corán como texto único y sagrado del islam, la religión verdadera del único Dios verdadero, Al-lah, destinada a la conquista del mundo, mediante la Palabra o la Espada, en un único Califato y con un enemigo jurado, el judío, pueblo elegido del Dios de Abraham a quien traicionaron en tal condición.

El de Hitler en cambio, más modesto, buscaba fundar una religión secular: la de la raza, con preeminencia exclusiva de una raza aria pura que había sido contaminada, esencialmente por sangre judía, error que requería una solución final. Bueno, que además requería un espacio vital lo suficientemente amplio como para ser digno de la raza elegida. No por nada, fue popularizado como la Biblia nazi y se vendió por millones.

Tan distintos uno del otro, tanto en origen, tiempo y propósitos, sin embargo, habrían de encontrarse.

En el estudio del derrotero que siguió la biblia nazi, es capital el Ensayo del historiador francés Antoine Vitkine “Mein Kampf – historia de un libro” en la que el autor le sigue el rastro desde su publicación hasta nuestros días. De lo mucho que deja el libro hay dos aspectos que no deben ser ignorados.

Uno, lo insólito que resulta que en la década que va desde su publicación hasta el acceso de Hitler a la Cancillería alemana, transcurre una década durante la cual el libro tuvo amplia repercusión y, siendo absolutamente explícito en cuanto a sus intenciones no parece haber sido tomado en serio por nadie, por lo menos de aquellos que tomaron decisiones que “lo inesperado quedara registrado como inevitable”.

Lo segundo, es que ya en el poder, con un Hitler lanzado con sus planes explícitamente anunciados, siguió sin ser tomado en serio.

En un paréntesis, esto se parece demasiado a cómo, aún hoy día, cuando desde hace por lo menos cinco décadas, en nombre del integrismo islámico se cometen los más bárbaros atentados terroristas, buena parte del mundo sigue mirando hacia el costado, queriendo creer que se trata de solamente pequeños grupos radicalizados, que nada tienen que ver con el islam de la paz que, sabiamente, han sabido vender los propios islamistas.

El desembarco nazi en el desierto

La entrada de Mein Kampf y la prédica nazi antijudía y nacionalista se produce por diversos lugares.

El primero, data de 1934 con la publicación en un periódico nacionalista iraquí -El mundo árabe- del texto en capítulos. Cuando comienza la expansión nazi, los nacionalistas árabes encuentran ese tesoro: un movimiento que comparte sus dos principales postulados. Es allí, donde años más tarde, sentará sus reales el más nazi de los nacionalistas árabes, y también el más conocido: el Gran Muftí de Jerusalén Al-Husseini, a quien Hitler diría los judíos son vuestros.

En Damasco, el sirio Sami al-Jundi, uno de los fundadores del Partido Baath -con el que más tarde en el tiempo Saddam Hussein instalará su sanguinaria dictadura- confiesa que “éramos racistas y grandes admiradores del nazismo y devorábamos las obras en que se había inspirado éste”.

Es el tiempo en que en Egipto ve la luz el movimiento ultranacionalista Misr el-Fatah del que participa un joven Gamal Abdel Nasser, futuro jefe de Estado egipcio y líder indiscutido del nacionalismo árabe.

Nacido apenas unos años antes, también en Egipto, el movimiento Hermanos Musulmanes de Al-Banna, con estrechas relaciones políticas, religiosas e ideológicas con el Muftí Al-Husseini será el germen e inspiración para la creación de Hamás y Al-Qaeda.

De este rápido seguimiento de la ideología nazi en el mundo árabo-musulmán, queda meridianamente claro el origen e inspiración de lo que constituye la Carta Fundacional de Hamás proclamando su propósito irrenunciable de borrar a los judíos del mapa “del río al mar”.

La conjura contra América

En 2004, el novelista Philip Roth, estadounidense oriundo de Newark, muy judío él, publica una novela con este título, a medio camino entre la ficción histórica, la distopía y la ucronía, en la que imagina qué habría sucedido si en las elecciones de 1940 el héroe de la aviación Charles Lindberg –simpatizante republicano, pero también connotado adherente al nazismo- , dueño de una gran popularidad, hubiera frustrado las pretensiones de Roosevelt por un tercer mandato y se hubiera convertido en el Presidente de EEUU.

Cuando se publica la obra, que genera gran polémica, entre otras cosas porque reaviva el hecho del indudable apoyo de sectores no menores de la sociedad americana al naciente nazismo, así como el hasta entonces soterrado antisemitismo imperante, del que el autor había hablado largamente en su obra previa, solamente han transcurrido 3 años desde el atentado a las Torres Gemelas. Entonces Bush (h) ha declarado la guerra al eje del mal ubicado en el mundo árabe, en el integrismo islámico, para la cual cuenta con el apoyo de Israel. En el atentado habían muerto unos trescientos judíos, número que probablemente habría sido superior -teniendo en cuenta el lugar donde ocurrió- si no hubiere coincidido con el Año Nuevo Judío.

El antisemitismo, desatado por la hipotética presidencia de Lindberg, probablemente ya estaba sucediendo en ese año del joven Siglo XXI, en el que con Estados Unidos nuevamente en guerra, otra vez lejos de casa, de vuelta contra países árabes -Afganistán y el Golfo estaban demasiado cerca- se cocía y levantaba hervor el caldo pacientemente preparado en los Campus de las principales universidades del país.

Dormido no es lo mismo que desaparecido

Es que desde hacía décadas varios arroyos, que por sí mismos no hacían gran caudal, venían convergiendo hacia un mismo lecho, el del río del antiamericanismo, el antirracismo, el multiculturalismo, el identitarismo, el antiimperialismo, y cómo no, el antisemitismo que, de la mano de Kimberlé Cranshaw y su Teoría crítica de la Raza y el concepto de interseccionalidad, que lo relaciona con todo lo demás, meros aspectos de un único y sempiterno opresor: el supremacismo blanco.

Ya entonces comenzaba a gestarse el imparable ascenso y omnipresencia de la “cultura woke” que se convertiría en el gran paraguas de todos los activismos, en donde la causa palestina -como oposición por antonomasia al sionismo judío, la “ocupación y el Apartheid”- se convertiría en una estrella siempre presente en las agendas identitarias que proliferaron desde entonces.

 

Y entonces llegamos a donde estamos

Cuando luego del 7-O, tras una semana de estupor donde se ensayaba con asiduidad el «siperoísmo» (si, horrible lo de Hamas, pero…) y la demasiado prudente reacción israelí -que Hamás debió prever furibunda- el discurso comenzó a cambiar, a partir de la guerra mediática palestino-qatarí (sí, el Qatar de Al-Jazzera, un viejo conocido en estas lides) hizo bombardear hospitales y recontar 500 muertos en diez minutos, para instalarse en pocos días, y de manera definitiva, en el “inmediato cese al fuego”, parar el genocidio judío sobre Gaza -rápidamente por encima de los 10 mil muertos, la mitad niños, obvio- y de allí, como reguero de pólvora, los hechos de violencia antisemita por todo el mundo.

En EEUU, con parte de la población atónita por lo que estaba viendo, hace unos días comparecieron ante una Comisión Parlamentaria, los presidentes de varias de las principales universidades, las más prestigiosas, las más acreditadas, las más caras también.

En resumen, allí, ante la pregunta concreta sobre si se condenaba el Pogromo perpetrado por Hamás el 7-O en el Sur de Israel, ninguna de ellas fue capaz de decirlo directamente. Sí, pero. Habría que ver el contexto. Merece un análisis de conjunto. Etcétera.

El escándalo, que ha tenido la virtud de despertar –woke, pero en sentido inversoa la opinión pública para comprobar que los valores fundacionales de la Nación se les había ido por los sumideros de las ideologías perversas que, esas mismas universidades financiadas con petrodólares árabes y generosos fondos estatales, participaban de la guerra, pero ahora desde el lado del enemigo.

Y esta es, como siempre apreciado lector, una historia abierta a la que habremos de seguir de cerca, sobre todo porque desde el lejano sur donde la miramos, la amenaza también nos concierne. La AMIA está ominosamente cerca. Es que, estamos en guerra. La guerra es mundial, y es, sobre todo, cultural. Tema para una próxima columna.