«Una bestia jamás podría ser tan cruel como el hombre, tan artística y estéticamente cruel» Dostoievski en «Los hermanos Karamázov»
«…Sin embargo, referido al Holocausto, más terrible que todo cuanto ocurrió , me parece que todo aquello fuese posible y continúe siendo posible… Elias Canetti en «El libro contra la muerte»
Mucho. Tal vez, todo. Quizás, en medio de las réplicas del terremoto inicial, aún no alcancemos a visualizar el paisaje que dejará el día después.
Para saber qué cambió, y por tanto qué podemos esperar para el futuro de una zona que, por una razón u otra, termina siendo el centro mismo del tablero donde chocan todas las políticas, todos los odios, todas las ambiciones, donde se cuecen por siglos los más añejos rencores, es necesario saber en primera instancia el lugar exacto dónde nos encontrábamos la noche previa, cuando la cuenta regresiva ya había comenzado.
En ese ejercicio de retroceso, como cada vez que viajamos en el tiempo largo de Tierra Santa, la cuestión es dónde clavar el primer mojón para no terminar recorriendo el camino hacia el Gólgota.
Propongo entonces, situarnos en 2005, en la Franja de Gaza.
Dieciocho años de Gaza libre de ocupantes
El control militar de la Franja de Gaza por parte de Israel, se produjo como resultado de la llamada Guerra de los Seis Días de 1967 -veinte años después de la creación del Estado israelí- en la que una nueva coalición árabe, como la que había sido derrotada veinte años antes, liderada por el egipcio Gamal Abdel Nasser, mesías del panarabismo y tras la expulsión de la UNEF (la “fuerza de emergencia” constituida por la ONU para actuar de barrera entre Egipto e Israel), volvió a ser derrotada por Israel, tras lo cual tomó la Península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán. O sea, y para aclarar: cuando los maestros victimistas hablan de ocupación se refieren al territorio de los atacantes que participaron de una guerra de exterminio, la perdieron y, por tanto, perdieron su territorio.
Gaza: territorio free-jews
Coincidente con el inicio de la primera Intifada de 1987, se creó, bajo el auspicio de los Hermanos Musulmanes egipcios, la Organización islamista Hamás en territorios palestinos, con el fin de tomar el control de estos y con el objetivo explícito de borrar del mapa al Estado de Israel, declarando a Palestina, “desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo) territorio libre de judíos.
En 2005, tras la llegada al poder de Ariel Sharon y el Likud se produce un vuelco en la política israelí y el primer ministro obtiene el apoyo de la Kneset para su plan de retirada total de la Franja de Gaza. En teoría gobernada por el Fatah de Mahmoud Abbas -heredero de Yasser Arafat- siempre envuelta en una espiral de corrupción e inacción, rápidamente se vió hostigada por Hamás y su prédica incendiaria, lo que llevó a que, dos años después se adjudicara una presunta mayoría electoral y, choque armado mediante, los palestinos de Gaza que apoyaron a Hamás terminaron expulsando, a sangre y fuego, a Fatah, la Autoridad Palestina y sus partidarios –palestinos matando y expulsando palestinos, ¿se entiende?– hacia Cisjordania.
Desde entonces la película de “Gaza, cárcel a cielo abierto” es escrita y dirigida exclusivamente por la banda terrorista Hamás, único poder en el territorio, y financiada por Irán y Qatar -dos de los Estados islamistas interesados en boicotear Los Acuerdos de Abraham, iniciativa de paz de Israel con Emiratos y Bahréin, a los que luego se sumaron Marruecos y Sudán y, lo más importante, ahora mismo tenía en marcha la incorporación, nada menos, de Arabia Saudita– además de la ingente provisión de fondos de las Naciones Unidas, fundamentalmente a través de la UNRWA, capítulo aparte.
La guerra dentro de la guerra
«Además, las cosas son verdad de dos maneras; cuando de veras lo son y cuando a uno le conviene creerlas o aparentar que las cree» Rómulo Gallegos en «Doña Bárbara «
En ese largo período, a la par que consolidaba un poder absoluto y total sobre la población de la Franja de Gaza, totalmente dependiente de las ayudas que el mandamás se dignara dejarles llegar, Hamás se dedica a desplegar una guerra no formal, multiforme, de desgaste y largo alcance, que comprende en primer lugar la adopción de la taqiyya (la mentira coránica que permite ser usada como arma si ello sirve a Allah) como mantra.
A partir de ello, la guerra se despliega en varios frentes:
* uno, el comunicacional y cultural -buscando profundizar conceptos como el victimismo –el pueblo palestino es la víctima de la opresión judía-, la ocupación -Palestina es víctima de la ocupación de su territorio por parte del ente sionista– y el genocidio -el pueblo palestino es víctima de un plan genocida por parte del sionismo-;
* dos, el diplomático, donde de la mano de Hezbollah y los servicios iraníes, el apoyo y financiación de Qatar, y las alianzas con el eje Moscú-Beijing-Teherán y de estas con el Eje Bolivariano del Foro de San Pablo, una Organización Terrorista ha conseguido operar -y muchas veces ser reconocido- como un Estado estableciendo relaciones diplomáticas, embajadas que operan como auténticos centros operativos de Hamás, e infiltrar una multitud de agentes hasta en las propias narices del Tío Sam y su Capitolio;
* tres, el militar, donde estos seguidores de las enseñanzas del General vietnamita Vo Nguyen Giap, han desplegado una guerra de desgaste que implica esporádicos pero continuos ataques suicidas contra objetivos civiles -mayores o niños, una pizzería o una ruta, Tel Aviv o Jeruzalem-, el lanzamiento diario de cohetes sobre objetivos civiles -que tiene varios objetivos, no sólo la de provocar víctimas, sino el desgaste sicológico de las sirenas sonando a todas horas, pero también el objetivo económico de obligar al continuo uso del Irondome, herramienta sin la cual estos años habrían sido una auténtica carnicería;
* cuatro, el logístico, donde el paciente e increíble -y delirantemente costoso- sistema de túneles -eran para hacer llegar alimentos a los civiles porque los sionistas tenían bloqueada a Gaza, decían- junto con las instalaciones de fachada -hospitales, escuelas, mezquitas- y los miles de lanzaderas de cohetes -que nunca faltan, dicho sea de paso, aún bajo el salvaje bloqueo sionista- hizo que una guerra abierta y declarada como hay hoy día, enfrente a un Ejército regular, que tiene a civiles tras de sí en sus casas y calles a los que debe proteger, y por el otro, una organización guerrillera, que viste sus soldados de civiles, médicos o enfermeros, se refugia en los miles de kilómetros de túneles para su uso exclusivo, y usa a sus civiles como un “human-dome”.
De cárcel a cielo abierto a olla a presión
«Cuando la fe se convierte en odio, benditos los que dudan» Amin Maalouf, «El viaje de Baldassare»
En resumen, hasta el viernes 6 de octubre, entre Gaza e Israel reinaba la anormal normalidad de los últimos veinte años, con una Franja en superficie, donde la población -supuestamente civil, ¿Hay civiles en Gaza?, me preguntaba en enero en esta Columna https://contraviento.uy/2024/01/22/hay-civiles-en-gaza/ – desfallece de hambre producto del salvaje bloqueo sionista , y otra Franja subterránea -que recién ahora descubrimos- dedicada al diario hostigamiento con el lanzamiento de cohetes hacia objetivos civiles en Israel, los frecuentes atentados en territorio israelí (con tal frecuencia y diversidad de objetivos y lugares, como para hacerlos esperables pero, a la vez, imprevisibles, todo ello adornado con filtraciones de supuestos ataques en preparación -como el del 7-O- y que cada vez se revelaban falsos, lo que, a la larga, termina desgastando a la defensa que cae en el síndrome del pastor mentiroso.
Llegados aquí, vayamos a lo realmente determinante en esta nueva intifada ideológica y mediática, teniendo en cuenta siempre, la máxima de que “a las balas, les preceden siempre las palabras”
En torno a los judíos, muchos anti que explicar
En la canasta de los “anti” suele haber un gran surtido de conceptos, no pocas veces devenidos como armas ideológicas, tales como el más antiguo de todos, el antisemitismo, el antijudaísmo de cuño más reciente, y el más nuevo de ellos, el aludido “antisionismo”.
Todos ellos comparten características comunes -la de ser intrínsecamente antitéticos, formados en contra de, sin ninguna otra cosa que los identifique salvo su condición de tener un antagonista común-, es la más obvia y destacable.
En la época actual, podría decirse que comparten otra característica menos evidente, que es la utilización indistinta -según quién le usa y con qué propósito- de uno u otro, como si se tratara de máscaras de un mismo personaje. Que lo es, ya lo veremos.
El antisemitismo
El antisemitismo, por lo menos en su aspecto lingüístico y no étnico, es tan antiguo como los pueblos que compartieron esa característica, tales como asirios, babilonios, fenicios, arameos, amháricos y yehenitas, árabes (sí, árabes) y, por supuesto, hebreos. Despojado de intencionalidades políticas, étnicas o raciales, podríamos decir que resulta una categoría anacrónica que solamente podría utilizarse en un contexto o propósito histórico de definir al conjunto de esos pueblos. Sin embargo, se sigue usando, no precisamente con ese sentido, Ya lo veremos, también.
El antijudaísmo
El antijudaísmo es el término que más apropiadamente debería definir al prejuicio étnico respecto, específicamente, del pueblo hebreo, más precisamente del judío.
La historia moderna del antijudaísmo podría situarse con el nacimiento del cristianismo y los Evangelios que pusieron en el pueblo judío a través del Sanedrín y de Judas Iscariote como el brazo ejecutor de la traición a Jesús, otro judío conviene recordar.
Se cimentó durante siglos, en particular a través de la Iglesia Católica que, por períodos, convirtió a la cacería y ejecución de judíos en uno de sus objetivos “evangelizadores”, tal el caso de las Inquisiciones y sus autos de fe.
Sin embargo, esos cristianos de hoy se pondrían como erizos con el columnista, si este solamente se quedara con ellos y no mencionara a un actor que, a la postre, resultará en protagonista estelar en esta película devenida tragedia: me refiero, claro está, al Islam, religión que surge en la Península Arábiga, bajo los designios de su texto sagrado, el Corán, que señala al pueblo judío, el pueblo de Abraham, al que le fue dado el Libro y que traicionó a su dios. Convertido Allah en único y verdadero Dios, a Mahoma su Profeta y al Corán en el texto sagrado dictado por el mismo Dios, a los judíos les reserva el papel de infieles, perros a los que todo buen musulmán debe conquistar y convertir, o, en su defecto, matar.
De modo que, este antijudaísmo religioso, bíblico podríamos decir, mantiene toda su vigencia de la mano del islamismo integrista que va más allá de lo que nos lleva al otro, relativamente nuevo concepto, el antisionismo, que es la creación del Estado de Israel.
Cierto que la historia del antijudaísmo -aún cuando se llamara a sí mismo antisemitismo, quizás como modo de “suavizar” el racismo implícito en él, no estaría ni de cerca completa sin el gran cruce de caminos que significó la entrada en escena, el pasado siglo, de otra gran religión, secular esta, la del nazismo que hizo de la judeofobia no solamente su razón de ser esencial -la purificación de la raza superior germana extirpando el tumor hebreo- sino también, de la exterminación física de todo judío vivo, su objetivo político central.
El Antisionismo
«…sabe, como yo, que cuando el desastre devuelve al hombre al caos del que procede, todo ese civilizado barniz salta en pedazos y otra vez es lo que era…» Arturo Perez-Reverte (El pintor de batallas)
Tras el desastre que significó la horrorosa Segunda Guerra, simbolizada la barbarie por la Shoá, el Holocausto del pueblo judío a manos del nacionalsocialismo hitleriano que significó la muerte de seis millones de personas, el antijudaísmo pasó a cuarteles de invierno.
Por algunos años, algunas décadas, libros, diarios, discursos y declaraciones estuvieron preñadas de estentóreos nunca más. Nüremberg y Eichmann en Jerusalem parecían ser el definitivo portazo a la banalización del mal que significó el feroz odio antijudío nazi y para siempre, la humanidad se encaminaría a su definitiva erradicación.
Craso error.
Nacido a fines del Siglo XIX por inspiración e impulso de Theodor Herzl, el sionismo consistió desde su origen en un movimiento político, de carácter mundial -allí donde hubiere judíos en la diáspora- destinado a proporcionarle un hogar al pueblo judío todo, con la creación de un Estado propio con asiento en sus tierras históricas de Judea. Ni más, ni menos.
Antes del nazismo, ese movimiento tuvo ardientes defensores, pero también detractores, aquellos porque habían heredado y transmitirían a sus hijos el sueño del hogar judío sintetizado en el lema de cada año nuevo “el próximo en Jerusalem”. Los opositores, en tanto y no pocos, por cierto, argumentaban sus siglos de radicación, fundamentalmente en Europa, asimilados buena parte de ellos, y los que no, con hondos lazos culturales con las lenguas, costumbres y culturas de acogida.
El exterminio nazi del Holocausto, que redujo sensiblemente la población judía de la diáspora, puso necesidad y urgencia aun en aquellos que habían sobrevivido a la masacre, como para resignarse a abandonar la vieja y culta Europa -o eso creían- para emigrar a aquellas inhóspitas, polvorientas y primitivas tierras.
La semilla del Antisionismo Siglo XXI
Por entonces, toda la región se encontraba bajo el llamado Mandato Británico heredado tras la caída del Imperio Otomano al final de la Primera Guerra Mundial. Agotado el propio imperio de SM tras la fratricida segunda guerra, se tornó prioridad abandonar esos territorios donde nunca hubo paz. La solución, la propuesta por la aun joven Naciones Unidas de creación de dos Estados. En un territorio que iba desde el Jordán hasta el Mediterráneo, y al que, para diferenciarlo de sus vecinos, llamó Palestina se propuso otorgar uno al pueblo judío -que, desde hacía décadas, muchas veces expulsados de otros países, árabes en su mayoría, venía colonizando a través de la compra de tierras a habitantes árabes- que se llamaría Estado de Israel, y otro destinado a acoger a los distintos grupos y tribus árabes que habitaban o deambulaban por allí, al que llamaría Estado Palestino.
A la propuesta y resolución por amplísima mayoría de las Naciones Unidas, los líderes judíos respondieron afirmativamente. A un sueño acariciado durante siglos, que parecía hacerse realidad, sólo cabía decirle sí, aceptamos. La contraparte, en cambio, embebidas de nacionalismo árabe, con la sazón que les aportaba el sermón diario de un mundo musulmán cada vez más radicalizado, y el odio antijudío a flor de piel tras el paso de Mein Kampf por el desierto, dijo NO. De ninguna manera habría un Estado judío allí, ni ése ni ningún otro, ni entonces ni nunca en tierras que, los árabes, venidos desde la Península Arábiga, reivindicaban, y reivindican, como suya propia en exclusividad.
El despertar del neo-antisionismo de fachada
«Si la lección global del horroroso Siglo XX no sirve de vacuna, el inmenso huracán bien podría repetirse» Alexander Solszenitzin
La fulgurante guerra declarada (con el propósito expreso y declarado de echar hasta el último judío al mar) por todos los países árabes vecinos del incipiente, y minúsculo, Estado israelí, así como la no menos fulgurante derrota árabe en todos los frentes, dejó dos resultados que, con el tiempo, se revelarían determinantes: el trauma de la “nación árabe” de la humillante derrota y la consiguiente asunción de que había ya y habría en el futuro un odiado Estado judío, y junto con ello, la transmutación del judaísmo como sionismo, visto éste como un ente (sionista) creado para expandirse por todo Oriente Medio en un plan neocolonialista que contaría con la ayuda del Gran Satán, EEUU.
Decretada que fue, que la defensa de la soberanía del territorio (minúsculo) asignado por la ONU era un acto de ocupación, los árabes nucleados en torno al concepto palestinos = víctimas, refugiados de las guerras que ellos mismos insistieron en declarar, iniciaron la más colosal estafa ideológica, política y económica que se recuerden en el último siglo.
La larga marcha de la victimización palestina
Para ello contaron con la complicidad, a veces pasiva, otras tantas, activa, de las Naciones Unidas, crecientemente dominadas por la Liga Árabe -ni qué decirlo a partir de la crisis petrolera de los 70 que convirtió a esos Estados en multimillonarios- y la alianza con el Eje de Moscú todavía en la Guerra Fría, que hacía que cada ataque de los guerrilleros autodenominados liberadores de Palestina, fuera recibido con un exculpatorio sí, pero, en tanto cada acto de defensa de Israel sería, invariablemente condenado como un nuevo ataque fascista del ente sionista “genocida”, este un ingrediente que como la sal, no faltaría nunca más en ningún plato antijudío futuro.
El siguiente paso fue desplazar la guerra al campo ideológico y mediático, haciendo de las kufiyas y no la camiseta del Che el símbolo por antonomasia de resistencia -recuérdese, los palestinos resisten aun cuando tengan un territorio, como Gaza, libre de toda brizna de pasto pisada por un judío- y del desplazamiento del vergonzante antijudaísmo con el más insidioso, pero políticamente correcto, antisionismo.
Desde entonces, exacerbado por los atentados a las Torres Gemelas -asimilado en el imaginario de la resistencia– como un símbolo del poder judío sionista y, sobre todo, por lo que siguió en las represalias, la trinidad palestina libre- judíos asesinos – muerte al sionismo ganó círculos tan circunspectos como los Campus de Harvard o el MIT, hasta los editoriales del NYT o el Post, pasó a formar parte de la liturgia progresista por excelencia.
Así las cosas, demostrado que está que “a las balas, les preceden siempre las palabras”, el mundo iba a ignorar la barbarie indescriptible del 7-O con un “sí, pero, la resistencia, hay que ver el contexto” a la espera, corta espera, de un “genocida ataque a un Hospital en Gaza que mató a quinientas personas, mayoría niños, claro” para que, el mensaje sea, desde entonces y desde todos los ámbitos, cualquier cosa que haga Israel será desproporcionado, no se justifica en modo alguno y ya deberían dejar de posar de víctimas.
Visto desde este ángulo, y no encuentro modo de no hacerlo, cada vez más me digo que, no solamente Israel está solo en su guerra de supervivencia, sino que el fallo inapelable había sido dictado en la mañana del 7-0 cuando todavía reverberaban los aullidos de dolor de las víctimas.
Más que banalizarlo, respecto de los judíos, el mal ha pasado, orwellianamente, a ser el bien.
Menudo excremento de civilización estamos dejando.