Por Graziano Pascale
El marketing político existe desde antes de llamarse así, y en las democracias modernas pasó a ser una disciplina dominante en la estrategia para alcanzar el poder político, y mantenerse o perpetuarse en él. Las técnicas han ido cambiando, pero la esencia hoy se mantiene: obtener a través de la propaganda (comunicación de «verdades» para que sean asumidas por la mayoría), el proselitismo (acciones que buscan convencer a otros a apoyar una causa) y el marketing político propiamente dicho (combinación de diversas herramientas) vencer a los adversarios en elecciones libres, justas y competitivas.
En su reciente columna en CONTRAVIENTO, nuestro columnista Federico de los Santos va al rescate de la estrategia seguida por Javier Milei para llegar a la Presidencia de la República Argentina, y en forma desafiante sostiene, citando al propio Milei («no la ven»), que : «los partidos y candidatos clásicos argentinos lo prejuzgaron como ‘un loquito…esos ojitos…esas miradas..’ y no entendieron que estaban delante de un estratega, delante de un equipo de alto desempeño y que los iba a arrollar, sin piedad».
En una línea similar, este columnista había escrito en CONTRAVIENTO, a pocas horas del triunfo de Milei, que «el ganador no contó nunca con un «aparato» propio capaz de asumir los desafíos logísticos que supone una campaña presidencial, y basó su acción proselitista tanto en la televisión como en las redes sociales, el nuevo reducto del debate político. También se demostró la ineficacia del aparato clientelístico, razón de ser histórica del peronismo hegemónico, vertebrado en torno de los sindicatos, los gobernadores e intendentes y otros repartidores de fondos públicos con fines electorales».
Los rasgos de la campaña de Milei, y la propia personalidad del candidato, que lo hicieron atractivo para la mayoría de los votantes, había quedado de manifiesto ya tras la victoria en las primarias de agosto, cuando se erigió como el principal referente de la oposición para enfrentar a Sergio Massa en las elecciones presidenciales. Entonces este columnista escribió: ·Curiosamente, la única idea que resultó arrolladora en un país ahogado de estatismo y dirigismo fue la de la libertad. Apelando a un lenguaje llano y directo, convocando en sus actos a sus partidarios con la estética de un concierto de rock, Milei logró la proeza de construir su victoria con un discurso plagado de conceptos técnicos en materia económica. Su estilo excéntrico se encargó de redondear un liderazgo político sin antecedentes».
Un ilustre antecedente
También tuvo un carácter irascible y una personalidad extravagante -que le granjearon la fama de «loco»- Domingo Faustino Sarmiento, quien ejerció la Presidencia de Argentina entre 1868 y 1874. Sin internet ni televisión, Sarmiento usó a la prensa para difundir sus ideas, que giraban en buena medida en la necesidad de una profunda reforma del sistema educativo, fortaleciendo la educación púbica. gratuita y laica. Su fama de «loco» lo acompañó durante su larga vida pública de más de 40 años.
El propio Sarmiento ironizaba sobre la «locura» que le endilgaban sus críticos. En cierta ocasión, ya retirado de la vida política, durante una visita a Montevideo en el año 1883, el escritor franco-argentino Paul Groussac, que lo acompañó y fue cronista de ese viaje, escribió que encontrándose en las cercanías de la casa quinta de Vilardebó, en la zona de Reducto, arrendada en 1860 para internar a personas con trastornos siquiátricos, fue invitado a entrar para conocer sus instalaciones y observar la atención que se le brindaba a los pacientes.
Sarmiento, según cuenta Groussac, rechazó la invitación, con estas palabras: «De ninguna manera: dicen que tengo propensión a la cosa, y no sea que me parezca bueno quedarme allí». Durante ese mismo viaje, año 1883, pronuncia un discurso en donde afirma: “¡He estado loco durante cuarenta años! Dos reinados me tuvieron por tal, dos generaciones se pasaron la palabra”.
Prueba de que esa fama lo acompañó toda su vida la da su biógrafo Ricardo Rojas, quien recoge una anécdota que le fue narrada por su nieto Augusto. Durante una visita a un manicomio de Buenos Aires, cuando ya había alcanzado la Presidencia de su país, se le acerca un paciente que estaba allí internado, y le dice: «Al fin, señor Sarmiento, entre nosotros».
Entre Sarmiento y Milei pasaron 150 años de historia argentina, y la recurrencia de tan singulares características entre sus presidentes se unen a otras de diferente signo, que se han sucedido en el devenir de ese país (guerras civiles, golpes de estado, dictaduras, inflaciones descomunales), que llevan a pensar que Argentina no ha terminado de consolidar una «personalidad adulta» en el mundo de las naciones.
La tarea de desentrañar tan profundo misterio excede tanto la capacidad de este columnista como el formato periodístico de este texto. Sin embargo, algunas pinceladas pueden esbozarse, entre otras cosas porque la historia uruguaya en buena parte se refleja también en el espejo de la argentina, pero con la singularidad de los espejos de los parques de atracciones, que deforman incluso de modo grotesco los rasgos de quien se para delante del espejo.
Entre esos rasgos comunes se encuentra el choque entre la inmigración europea y los pueblos que habitaban estas tierras desde tiempos ancestrales. La «campaña del desierto» de Roca, en Argentina, y el episodio de Salsipuedes, en Uruguay, cristalizan en diferente magnitud y repercusión el profundo simbolismo de ese «choque de civilizaciones».
Aunque superada por la historia la etapa más cruenta de aquellos enfrentamientos, sobreviven en ambas sociedades estilos de vida, tradiciones y culturas regionales que nos recuerdan la heterogeneidad de nuestras poblaciones, alimentada a través del tiempo por la llegada de nuevas olas de inmigrantes de diverso origen, que la educación pública buscó asimilar para dar forma a un tejido social aún en plena efervescencia, más allá de las retóricas oficiales que no pueden ocultar su extrema fragilidad y pulsiones aún juveniles.
La vastedad geográfica argentina, de la que alguna vez fue parte también Uruguay, se encarga de completar ese cuadro tan complejo, que impacta de tal modo en la política, que hoy Milei se ve enfrentado a las mismas demandas provinciales que en el último siglo y medio de vida de ese país quitaron el sueño a todos los presidentes que se sucedieron al frente del país.
La «locura» argentina quizás está escondida allí, donde varias entidades compiten entre sí, como en la mente de un enajenado, para ser la «voz» de la propia conciencia.