Algo sucede y, desde el momento en que empieza a suceder, nada puede volver a ser lo mismo había empezado a escribir Paul Auster a la medianoche de un sábado de 1979, mientras, fuera, la nieve cae sin fin en la noche de invierno.
A las 8 de la mañana del domingo, suena el teléfono en su casa. Nadie llama un domingo a las ocho de la mañana si no es para dar una noticia que no puede esperar. Y una noticia que no puede esperar es siempre una mala noticia, había dicho una vez Paul Auster. Y no se equivocaba: aquel domingo la noticia era que su padre había muerto.
Algunos datos
Paul Benjamín Auster había nacido un 3 de febrero de 1947 en Newark, Nueva Jersey, y murió junto con el mes de abril -cuando la primavera abría sus puertas en el frío norte neoyorkino- a sus 77 años. Estaba casado con la también, prolífica y exitosísima escritora y ensayista Siri Hustvedt, desde hacía décadas. De joven estudió literatura inglesa y francesa en la Universidad de Columbia y más tarde marchó a Francia, donde se desempeñó como traductor y negro, categoría que define al que escribe por encargo para otro que pone su nombre.
Como toda persona que ha sido invadida por el virus de la escritura, a pesar de las penurias que le esperaban, supo que en adelante nunca podría hacer otra cosa. Que, sin embargo, hizo, porque fue guionista -pariente cercano del escritor- y director de cine.
En sus propias palabras la muerte de mi padre me salvó la vida porque con el dinero heredado de él, vivió unos años, no muchos, pero suficientes para dar inicio a su extensa obra.
Mi vida lectora con Auster
Para mí, lector, Paul Auster nació en 2014 con la lectura de “La invención de la soledad”, la novela que, precisamente, había iniciado aquella madrugada de 1979, antes que sonara su teléfono. Leí aquella primera novela (en particular el Libro I “Retrato de un hombre invisible” es inquietante, de esos textos que suelen quedarse adheridos a la memoria como un cardo lo hace en un abrigo de lana) gracias al consejo de mi librera y amiga Gabriela, quien venció mi sistemática resistencia al autor de best sellers, un prejuicio injustificado en este caso.
A esta lectura iniciática, le siguió en los tres años siguientes, “La trilogía de Nueva York”; la destacadísima “La música del azar” (el azar en Auster, son los tigres de Borges, siempre está presente); “Aquí y ahora” (una preciosa selección de su correspondencia con su amigo J.M.Coetzee); la maravillosa “Tombuctú” (donde se luce su personaje central y relator, Míster Bones, el perro de Willy Christmas); una atrapante “Brooklin Follies” y, más acá en el tiempo “Sunset Park”, “La historia de mi máquina de escribir”, “A salto de mata”, “El palacio de la luna” y “El cuaderno rojo”.
Este año, también fruto del azar que me obsesiona tanto como le obsesionaba a Paul Auster, cayó en mis manos, en edición de bolsillo y usada “El país de las últimas cosas”, novela distópica particularmente perturbadora a la luz del mundo pre-apocalíptico en el que vivimos, aunque haya sido escrita hace treinta años.
La despedida
Y, por último, la reciente “Baumgartner” que, hasta donde me alcanza la memoria, es una novela despedida que posee todos los ingredientes de quien, su personaje, se enfrenta al final de un largo camino. Es la mirada y la voz de un ser humano en paz consigo mismo, que rinde tributo al amor dado y recibido, y perdona los errores y miserias de los demás, tal vez porque él mismo necesita de una mínima absolución.
Al terminar de leerla, apenas el mes pasado, escribí que era una obra profundamente humana y sencilla, casi coloquial, que tiene un inconfundible aroma a legado.
Así fue. Era su imperecedero legado.
No vivió en vano. Descanse en paz Paul.
Apenas, se nos adelantó en el camino.