
Una especie de lúgubre fatalismo anida en el mecanismo de la venganza. Hay en ella algo inevitable e irreversible. Ryszard Kapuściński
“El sentido de la vida es cruzar fronteras” Ryszard Kapuściński
“La función de la literatura es la de establecer una comunicación entre lo que es diferente en cuanto es diferente la diferencia sino exaltándola, según la vocación propia del lenguaje escrito” Ítalo Calvino
El mundo es, desde siempre, ese lugar donde nace vive y muere el ser humano al que se le ha puesto delante, allí a dónde y cuándo vaya, una frontera. Fronteras y guerras son la constante de nuestra milenaria historia, en todos los tiempos y en cada civilización.
Así como todas las guerras han mostrado ser continuación de otras anteriores y, seguramente habrán de ser precedente de otra futura -por esto de la fatalidad de la venganza-, las fronteras que las contienen son, siempre, provisorias en el mejor de los casos. En no pocos, como en la Europa en la que nace el arriba citado Kapuściński, en 1932 en la ciudad de Pinsk -en ese entonces territorio polaco- podría decirse que se convierten en “fronteras líquidas”, materia a la que no se le puede dar forma definitiva.
De fronteras, de guerras y de historia, hablará la columna, para referirse al fantástico ensayo periodístico-histórico de Érika Fatland, noruega itinerante, titulado “LA FRONTERA, un viaje alrededor de Rusia, a través de Corea del Norte, China, Mongolia, Kasajistán, Azerbaiján, Georgia, Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Polonia, Letonia, Estonia, Finlandia, Noruega, y también el Paso del Noreste”.
Para viaje, el de Érika
“El ser humano siente una irrefrenable necesidad de explorar cada rincón de nuestro planeta” Fritjod Nansen
Si usted, lector, acicateado por el columnista, se decide a imitarme en este viaje junto a la intrépida Marco Polo noruega, sepa que le esperan 615 páginas que le llevará a través de 14 países, un recorrido de 60 mil kilómetros que es, aproximadamente, una vez y media el diámetro de la Tierra.
Para ello, a modo de equipaje, le sugiero abrir un mapa que le muestre toda esa extensión, una cuarta parte de la superficie terrestre cuando menos, que es lo que se precisa para rodear el país más extenso del mundo: Rusia.
El viaje no será solamente geografía, sino fundamentalmente historia, la que explica y justifica atravesar una y otra vez frontera tras frontera, sino la historia viva, la de los pueblos, las ciudades, las personas, sus vidas, sus lenguas y costumbres en su fantástica diversidad que, casi, casi, poseen una sola cosa en común: la calidad de vecinos no solicitados de la Gran Madre Russia.
Porque de eso trata el trabajo de Fatland: investigar en el terreno y tratar de dilucidar qué significa, para las gentes, los pueblos y las naciones, tener frontera con Rusia. Por eso, este viaje será una sucesión de guerras, invasiones, masacres y genocidios (bastante antes que la palabreja, tan manoseada últimamente, se inventara), de deportaciones, conversiones forzosas y capitulaciones vergonzantes.
El columnista ha estado tentado de hacer ese viaje virtual junto a usted, pero no lo hará. No, porque en eso consiste el libro, en viajar con la autora y descubrir con sus ojos tanta inmensidad y tanta historia. Pero además no, porque sería materialmente imposible hacerlo en la extensión tolerable para una columna periodística.
¿Qué nos deja la lectura de «La Frontera»?
Así que, lo que le ofreceremos son algunas de las conclusiones que el trabajo de Fatland provoca con su búsqueda inicial: la de comprender de manera cabal qué cosa significa para los pueblos y las gentes linderas con Rusia, vivir con el gigantesco imperio a su lado.
* La primera de ellas, va implícita en la frase anterior: Rusia siempre ha tenido, la tiene ahora y con seguridad seguirá teniendo una inequívoca vocación imperial, de expansión y anexión permanentes.
Así fue desde la fundación en el Siglo IX del Rus de Kiev por parte del príncipe vikingo Oleg de Nóvgorod. Lo siguió siendo durante las distintas dinastías zaristas (no es mera coincidencia que los dos zares más recordados, sean “Pedro el Grande” y “Catalina la Grande”, porque la grandeza rusa se ha medido siempre en términos territoriales y de dominio), se exacerbó aún más durante las 7 décadas de imperialismo soviético, y tras la caída de ésta, volvió a comenzar con este siglo y la llegada del nuevo Zar, Putin.
* La segunda conclusión tiene que ver con el modus operandi del imperio, respecto de sus vecinos, que gira bajo dos ejes principales: el de considerarles parte actual o futura del “mundo ruso”, para lo cual, desde los zares a hoy, se utiliza al propio pueblo ruso exportándolo hacia aquellos territorios que se busca colonizar, llevando con ellos la lengua, la religión y el peso económico y militar, en un trabajo que suele ser a largo plazo.
* La tercera es consecuencia directa de la anterior y apunta del título del libro de Fatland: las fronteras. En su expansionismo, las fronteras son, por definición, provisorias, siempre sujetas a disputas con más o menos las mismas excusas: las gentes al otro lado hablan ruso, quieren ser parte de la gran nación rusa, en sus territorios son perseguidos.
* Una cuarta es que, especialmente durante la URSS y nuevamente con la cruzada restauracionista de Putin, siempre hay un relato previo que avala, y en muchos casos, pretende ser casi una obligación para Rusia la intervención. El más obvio y reciente es el de la anexión de Crimea -la política del hecho consumado como axioma- y la invasión rusificadora llevada a cabo en las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk.
* La quinta conclusión que se puede extraer es que, independientemente de su gigantismo, Rusia es y será siempre, la víctima. Ora de las tenebrosas conspiraciones judías, ora de los malvados occidentales decadentes. El caso más reciente, la invasión de Ucrania es, qué duda cabe, culpa de esta por su notorio fascismo y persecución de los rusos (aquí cabría un resaltado: cuidado, no admite literalidades, la ironía suele ser la mejor manera de desnudar la mentira). Recuerda, cómo no, al marido golpeador que castiga a la mujer porque miró insinuante al vecino o la falda no le cubre los tobillos.
* Hay lugar para muchas más, pero la última para esta columna, es la que deja en claro Fatland. De los 15 países limítrofes con Rusia, a lo largo de esos doce siglos de historia, solamente Noruega no ha tenido un conflicto armado ni ha sufrido una invasión. Uno en quince. Todos los demás, antes, durante y después de la Unión Soviética (cuya caída es, al decir de Putin, la mayor tragedia geopolítica de la Historia, lo que le autoriza a tratar de enmendarlo) han estado enfrentados con Moscú.
Los hechos. Lo demás, es propaganda.