
La esperanza de la sociedad es más fuerte que la necesidad imperiosa de gestionar el cambio, pero no la reemplaza
El discurso de Javier Milei en Córdoba, y la acción comunicacional coordinada, simultánea y bastante efectiva en lo que hace al respaldo y la tolerancia popular, vuelven a traer al primer plano la personalidad del presidente argentino, o – para mejor decir – su estilo político.
Más allá de la opinión sobre las características psicológicas del mandatario y sus hábitos personales – reservados al gobierno español que parece creerse experto en esos menesteres – sirve bucear en sus actitudes, declaraciones y movimientos para entender no sólo su concepción política-económica, sino su idea de lo que debe ser el objetivo del gobierno.
Su mesurada entrega en la segunda ciudad argentina no se diferencia de lo dicho en su campaña electoral ni de ninguna de sus declaraciones y reportajes: sus aseveraciones y diagnósticos son los que se corresponden con una economía seria, honesta y prolija, y al mismo tiempo coinciden con lo que una gran parte de la sociedad quiere oír.
Sin embargo, esos diagnósticos y afirmaciones no necesariamente se plasman en la gestión de gobierno, por diversas razones y con culpables diversos, pero con efectos y defectos que no se pueden ignorar y que son significativos. Hasta son disimuladamente cambiantes.
En esa pieza oratoria en la ciudad bastión antiperonista y símbolo de racionalidad el mandatario sostuvo que en cuanto se aprobara la ley de Bases se comenzaría de inmediato a reducir los impuestos que pesan sobre la población y la producción.
Eso generó rotundos aplausos y vivas de los asistentes, y un inmediato apoyo popular de amplio espectro. Con justa razón. Teórica. Los impuestos elevados, que paralizan el crecimiento el empleo y el bienestar son consecuencia del gasto estatal desaforado y del robo generalizado del sistema político-judicial-empresario-sindical. Bajando ese gasto, como se supone que permitía e intentaba la ambiciosa ley de Bases original, se baja el botín a repartir, y simultáneamente los impuestos, la inflación y el endeudamiento, estos dos últimos impuestos a futuro.
Pero hay un detalle. Si bien no se puede omitir que se trata de una presión del presidente sobre el Congreso para que abandone su empecinado sabotaje a cualquier reducción del botín político, la ley de Bases ha sufrido ya tantos recortes y exclusiones, (y las seguirá sufriendo hasta una eventual aprobación) que su contenido actual prácticamente no cumple ni mínimamente la función de reducir el “gasto de la política” y anexos, como prometiera Milei en campaña.
¿Quedará algo de la ley de Bases?
Esto significa que cuando finalmente la ley se apruebe, si se aprueba, no tendrá demasiados efectos sobre el gasto estatal, con lo que la población, empezando por los jubilados y asalariados, seguirá sufriendo los efectos mayoritarios del recorte. Por lo que los aplausos se deben adjudicar a la idea, al concepto, no a la realidad.
La columna explicó este punto hace meses, pero parece condenada a repetir el concepto hasta la monotonía del aburrimiento, frente a la repetición de una afirmación que no se podrá cumplir.
En otro momento de su exposición el primer mandatario explicó que empezará por bajar el impuesto país, que destruye la producción y el empleo. Evidentemente el presidente olvidó que fue su gobierno el que aumentó escandalosamente ese impuesto, que es hoy una principal fuente de recaudación de la nación. Una incongruencia ocultada por los aplausos de la multitud, de los medios y de los partidarios a ultranza. Si se bajara ese impuesto el estado entraría en cesación de pagos inmediatamente.
La base monetaria sigue creciendo
Algo similar ocurre con la reiterada afirmación de que se ha dejado de ampliar la base monetaria, o sea que se ha dejado de emitir. Eso es simplemente falso. La base monetaria ha crecido cerca de un 72%, con lo que la afirmación, una vez más, es una buena expresión dogmática y de deseos, pero no es cierta.
La razón principal de esa suba es la compra de dólares por parte del Banco Central, que es un dogma del Fondo Monetario y de los Fondos de Inversión y riesgo y otros aventureros. La idea de aumentar las reservas mediante la compra de divisas tiene que ver con la salida del cepo. Porque se sostiene que esa medida generaría una disparada de la divisa y entonces se debe disponer de muchos dólares para poder vender todo lo que haga falta a la paridad fijada.
O sea que se trata de una aceptación de que salir del cepo, para el gobierno, no significa unificar el tipo de cambio y liberar el mercado a la oferta y demanda de particulares sin límite de precio o cantidad, sino que significa que se seguirá “administrando” el tipo de cambio, que es una de las prácticas responsables de la pérdida de crecimiento, inversión y empleo en el país, una forma disimulada de cepo. Es decir que el Banco Central no se piensa «quemar» como simbólicamente prometiera Milei. De modo que se está emitiendo para comprar dólares que se terminarán eventualmente “reventando” al venderlos a un precio más barato que el del mercado real para mantener un tipo de cambio determinado a dedo por alguna ecuación mágica y burocrática.
Esa emisión no es gratuita en términos de sus efectos. Está latente. Colgada apenas de la confianza que se ha generado sólo con afirmaciones de que se está siendo ortodoxo o bajando el gasto o combatiendo la corrupción que a los efectos económicos es lo mismo que bajar el gasto. Y por supuesto la continuidad del Banco Central como única contraparte de todas las operaciones cambiarias está muy lejos de los declamados principios libertarios.
Los elementos de juicio
Ahora deben unirse algunos elementos. El tipo de cambio está siendo usado como ancla de la inflación; la base monetaria sigue aumentado; la tasa de interés, que supone servir como inducción al ahorro y entonces bajar la demanda y en consecuencia bajar la inflación, sigue descendiendo por decreto muy por debajo de la inflación sin razones reales; al mismo tiempo la demanda y el empleo se han reducido duramente, en un claro panorama de estanflación, debido a que los salarios y las jubilaciones están siendo ajustados fuertemente, al igual que las tarifas. Claro que algunos de esos rubros se ajustan para abajo y otros para arriba.
Obviamente una parte importante de este cuadro es heredada y consecuencia residual de varios gobiernos de inútiles, demagogos, populistas y ladrones. La columna no busca culpables, sino que apenas trata de explicar la situación. Pero los efectos se sufrirán ahora, sin que se vislumbre una solución cercana.
Luego se presenta el problema de la masa de Leliqs y pases emitidos por el Banco Central kirchnermassista para pagar los planes “platita” o para neutralizar estúpidamente su propia emisión descontrolada. Esa deuda, que fuera un condicionante para la prometida dolarización, luego travestida en competencia de monedas y luego en nada, está siendo reemplazada por bonos ajustados por dólar, una especie de salvataje a los bancos, que en un raro concubinato aceptaron esos papelitos de los gobiernos populistas por montos que casi triplican la base monetaria, concubinato nunca gratuito. Quienes insisten en mantener su inversión en Plazos Fijos, confían en ese salvataje.
La dolarización mágica
Justamente la dolarización es otro ejemplo. Una mayoría de la sociedad rápidamente adoptó la idea, comprada por el actual presidente de apuro cuando era candidato. Se suponía, y muchos suponen aún, que de ese modo se ataría las manos de cualquier gobierno para emitir, y de ese modo se evitaría la inflación.
Aún antes del balotaje, el gobierno se enfrentó a algunas realidades en este punto. La primera era que debía estar preparado para convertir a dólares, además de la base monetaria, todas las Leliqs, los plazos fijos que eran su contrapartida, los pases, que más que duplicaban la base monetaria.
La solución mágica que plantearon los autores de la idea fue que el Banco Central comoditizara de algún modo los bonos que le entregaba el tesoro, un papelito, un movimiento contable apenas, para vender bonos en dólares con la garantía de esos bonos en pesos. Una suerte de espejismo tautológico que no tenía futuro y fue descartado. Por esa razón, y porque dolarizar contenía implícita la unificación y liberación del mercado cambiario (inviable en un país que sigue creyendo que los dólares de los particulares le pertenecen) la idea se abortó.
Malabarismo dialéctico
En un malabarismo dialéctico, La Libertad Avanza pasó a sostener, aún en campaña, que dolarización era similar a permitir la contratación en cualquier moneda, con la esperanza de seguir controlando el tipo de cambio. Lo que también es absurdo, porque en tal caso es imposible contratar en una moneda cuyo precio está limitado por el estado y puede ser reemplazado por moneda local a ese valor. La llamada competencia de monedas también implica total libertad cambiaria. Por eso el gobierno no puede salir del cepo. Y por eso será tan difícil la inversión, el crecimiento y la imperiosa generación de empleo. Sin olvidar la exportación. Además, que levante la mano el que quiera invertir o arriesgar en un país donde el juez Lijo tendrá tantos apoyos de tantos políticos y empresarios.
En recientes reportajes el presidente de la nación ha dicho que “muchos llamaron dolarización a la libre competencia de monedas”. La columna lamenta sostener que tal afirmación no es cierta. Se trató de un giro en la propuesta de gobierno, que ahora se trata de dibujar de otro modo.
La empecinada y tal vez desesperada necesidad de creer y de aferrarse a principios sanos no sólo de economía sino de conducta, hace que más de la mitad de la sociedad sostenga que “el presidente «sigue manteniendo lo que propuso originalmente». Por culpa de los sindicatos, de la oposición del Círculo Rojo o de cualquier otro color, del Congreso, de los políticos corruptos, de la justicia o de quien fuera, lo que se está haciendo se aleja de la propuesta original, peligrosamente y a diario. El pago con bonos a los importadores que financiaron sus importaciones con dólares propios o las garantizaron con sus patrimonios o la cancelación forzosa de la deuda por subsidios con las empresas de energía con más bonos que valen la mitad son evidentes pruebas del alejamiento de los principios declamados.
Bajar el déficit no es lo mismo que bajar el gasto
El mejor ejemplo es un cambio sustancial: de proclamar una lucha sin cuartel contra el gasto, simbolizada en la motosierra, ahora se dice que la lucha es contra el déficit. El cambio no es menor. No es una mera cuestión de palabras. Gasto y déficit no son sinónimos. La diferencia son los impuestos, las retenciones, el impuesto país. El ajuste sobre los sectores con menos capacidad de lobby.
Esta columna también sostuvo, desde antes del balotaje, que habría que prepararse para un plan de emergencia previo a cualquier proyecto de fondo. Un plan para salvar al enfermo casi terminal. Ese plan sufriría cambios, idas y vueltas, heterodoxias, reemplazo de funcionarios por otros más idóneos o capaces. Ese plan imaginario no es el actual.
Un gabinete sometido y atemorizado y un abrazo a la casta
Las designaciones y no designaciones de funcionarios hasta ahora tampoco son una garantía para un inversor o un empresario serio, salvo que se persigan negociados basados en la prebenda, el capitalismo de amigos o la coima. Lijo en la Corte es un agravio para cualquiera suficientemente informado. Su grupo de afinidad también. La designación del inocuo Guillermo Francos como jefe de gabinete tras la renuncia del invisible y probablemente perseguido Posse no mejora el panorama, como creen algunos analistas, lo empeora. El cambio es fruto de insidiosas rencillas y preferencias domésticas. No de la búsqueda de eficiencia y capacidad. También deja una pregunta latiendo: ¿la casta fue perdonada?
Desde antes del balotaje la columna sostiene que la visión de país de Milei era la adecuada. Pero que no se le podía pedir que él gestionara el cambio necesario. Era su equipo y sus funcionarios quienes deberían tomar a su cargo esa tarea. Los viajes del presidente muestran que ama (y necesita) esa función tanto como odia la de gestionar.
El fracaso estrepitoso del siempre imposible Pacto de Mayo, ahora reducido a un club simbólico, muestra claramente que Milei está solo. Se comprende entonces su necesidad de buscar apoyos por fuera de la política y los establishments, o sea en la sociedad y en algunos centros de poder e influencia internacional.
La pregunta de fondo es quién gestiona entretanto.