Graziano Pascale
Habitantes de un mundo cargado de ideología, incluso los analistas o simples observadores suelen pasar por alto que la política es, además de la confrontación de ideas, propuestas y modelos de sociedad, el gran teatro de las emociones humanas. En ese escenario, hoy perfeccionado por la televisión que a todos nos ofrece una butaca en el gigantesco palco del teatro, desfilan la victoria y la derrota, la amargura y la alegría, la sorpresa y el temor, la esperanza y la decepción.
La lista de las emociones, naturalmente, no se agota en las enumeradas, y ese breve elenco no es taxativo. Hay lugar también para las emociones personales e intransferibles, esas que han inspirado desde siempre a escritores y, en el último siglo, a cineastas.
Un clásico de todos los tiempos es el conflicto entre padres e hijos, que el pasado domingo ocupó un lugar destacado en ese torrente de imágenes y palabras que nos ofreció la televisión. Así, vimos al presidente Luis Lacalle Pou y a su padre Luis Lacalle Herrera participar desde trincheras opuestas en la competencia interna del Partido Nacional, que, de alguna manera, fue también una lucha entre ambos.
La personalidad política de Lacalle Pou, su liderazgo dentro del Partido Nacional, y su proyección en la historia del país, quedaron selladas el domingo 30 de junio, que por eso mismo es una fecha cargada de simbolismo, y será un mojón en la historia política del Uruguay.
Hay que remontarse hasta el ya lejano año 1971 (Lacalle Pou ni siquiera había sido concebido) para encontrar un antecedente de un presidente saliente -Jorge Pacheco Areco – que logra imponer a un candidato dentro de su partido -Juan María Bordaberry- hasta convertirlo en su sucesor en la Presidencia de la República. Lacalle Herrera no lo logró con Juan Andrés Ramírez, y el domingo volvió a fracasar con Laura Raffo.
Lacalle Pou es no sólo el gran triunfador del domingo, sino también el jefe indiscutido de su partido, algo que ni siquiera su bisabuelo Luis Alberto de Herrera pudo disfrutar en plenitud, porque el Partido Nacional, bajo su liderazgo, se fracturó en dos partidos enemistados a muerte, y sólo alcanzó a ver la reunificación y la victoria de 1958 cuando ya estaba en su ocaso.
La elección del domingo 30 fue, también, una lucha entre el pasado y el futuro, y selló el recambio generacional iniciado cinco años atrás por el propio Lacalle Pou. Completó esa tarea al extender la renovación al Partido Colorado con la victoria de Andrés Ojeda, su futuro socio y próximo compañero en el Senado, y al promover la más grande apertura del Partido Nacional desde el ingreso a sus filas del colorado Benito Nardone (otra vez el año 1958), con la candidatura de la ex comunista Valeria Ripoll a la Vicepresidencia de la República por el partido de Oribe, Saravia, Herrera y Wilson.
Espectacular!
El país todavía no ha asumido en plenitud lo que ocurrió el pasado domingo. Y se trata sólo del comienzo de un proceso de profunda renovación que tiene como antecedente la victoria de Lacalle Pou del año 2019. Junto con Ripoll y Ojeda -ambos en la franja de los 40 años- viene ahora el protagonismo de otro cuarentón, Martín Lema, en la carrera por la Intendencia de Montevideo.
El lema Coalición Republicana, nacido también el pasado domingo fuera de los grandes reflectores, completa la lista de las novedades que nos trajo la elección interna, como anticipo del tiempo que se viene.
Sólo resta que este proceso de renovación política y recambio generacional aterrice en el Frente Amplio. Pero para ello es necesario que algún cuarentón abandone el siglo XX y tome nota de lo que está sucediendo a su alrededor. El Frente Amplio y el Uruguay ganarán mucho cuando eso suceda.