Graziano Pascale
Los siete días que van del 28 de julio al domingo 4 de agosto del 2024 están llamados a ser la frontera entre dos épocas en la historia de América Latina. Aunque al momento de escribir estas líneas no se conoce el desenlace inmediato, y donde todo -absolutamente todo- puede suceder, algo sí se puede afirmar: nada volverá a ser como antes.
Con el derribo de decenas de estatuas en homenaje al comandante Hugo Chávez, a manos de miles de venezolanos que festejaban por anticipado la inevitable caída del régimen, se cierra una etapa en la vida de ese país, cuya suerte, que en algún momento pareció separarse del resto del continente por la riqueza petrolera de su subsuelo, acabó siendo la misma de la de los demás, signada por dictaduras, corrupción y pobreza.
Lo que sucedió es que se agotaron simultáneamente los dos factores que permitieron mantener en pie el régimen durante dos décadas: la colosal montaña de recursos para sostener un sistema asistencialista en lo interno y la compra de apoyos políticos en lo internacional; y la división de la oposición, ya sea por la combinación de los dos favoritos anteriores, como por la feroz represión que seguía a cada reclamo de transparencia y libertad.
Ahora la tiranía quedó expuesta. Y todos los que medraron con ella (la lista es larga y llega al Río de la Plata) están tratando de acomodar el cuerpo, tratando de evitar ser arrastrados por el colapso de la dictadura.
Un liderazgo a la altura
No es la primera vez que el régimen apela al fraude. Este columnista asistió a las elecciones del año 2012 (Chávez -Capriles), y puede dar fe del manejo sin escrúpulos de todos los resortes del poder estatal para torcer la balanza en su favor. Sin embargo entonces todavía funcionaba el mecanismo de compra de conciencias, y contaba el régimen con un aparato político partidario capaz de llenar las urnas de votos. Y si algunos votos faltaban, el Consejo Electoral se encargaba de subsanarlo.
Todos esos factores ser fueron debilitando. Pero el régimen, con un liderazgo absolutamente corrupto y dependiente del dinero sucio al igual que un adicto depende de la sustancia que consume, colapsó. María Corina Machado, una ingeniera industrial de 57 años que en el año 2011 fue elegida diputada con la mayor cantidad de votos en la historia de la Asamblea Nacional de Venezuela, supo que había llegado su momento. Y se puso al frente de un gran movimiento de restauración democrática, planificado al detalle por alguien que se ha formado profesionalmente para resolver problemas. La operación para poner a salvo las actas del escrutinio de cada centro electoral y publicarlas luego en un sitio web, ha sido la jugada clave, porque ha expuesto el grotesco fraude sin posibilidad alguna de negarlo.
Inmerso en un complejo ajedrez político, en el que muchas piezas son movidas al mismo tiempo por jugadores de gran influencia, el pueblo venezolano ahora mismo está a punto de generar un cambio brusco en la historia de su país. Son días históricos. El costo de ese cambio puede llegar a ser muy alto en vidas humanas, o puede ser ayudado por quienes hasta ahora se han llenado los bolsillos y tratarán de no quedar atrapados en esta trampa en la que voluntariamente ingresaron hace tiempo.
La operación en marcha es compleja, y a una semana del comienzo no resulta fácil predecir el cronograma de la transición. El cerco se ha estrechado en torno del régimen, y las opciones para una salida pacífica se agotan. Todo se reduce, hoy, a asegurar que un grupo de malhechores, que en un Estado de Derecho enfrentarían procesos penales con largas penas de reclusión por delante, encuentren garantías para seguir disfrutando en el exterior de su riqueza mal habida sin perder ni su libertad ni su vida.
Si se piensa bien, esa ha sido la salida clásica para las dictaduras personalistas que en el pasado enfrentaron su hora final de un modo muy parecido. Claro que hoy existen otros factores de peso, como el claro interés de potencias extra continentales por asegurarse una base de operaciones en América del Sur. Eso convierte a Venezuela en una suerte de pieza de cambio entre actores de primera línea, como Estados Unidos, Rusia, Irán y China, que juegan en el tablero mundial una partida que ahora mismo está sentando los pilares de un nuevo orden mundial, en el que el reparto de zonas de influencia sigue siendo la clave.
Este último factor puede inclinar la balanza hacia una salida más o menos pacífica, aún sin contar con la expresa voluntad de los lideres de la dictadura. Su ceguera, en cambio, puede complicar aún más las cosas.
La larga noche del pueblo venezolano está terminando.