«Cuando la verdadera voluntad del pueblo, es decir, la expresada en las urnas y plasmada en las leyes, se violenta de manera impune, los votos terminan dejando paso a las armas» Luis Del Pino (La Dictadura Infinita)
Ante cada acto eleccionario, aquí en la aldea uruguaya como en buena parte del mundo que aún elige regularmente a sus gobernantes, suele decirse y repetirse hasta el cansancio el más común de los lugares comunes. El de que, esa elección, constituye una cruz de los caminos ante la que se juega poco menos que la viabilidad misma de la nación.
Si bien es cierto que la historia reciente, sobre todo en nuestro barrio hispano donde la comedia política -sobre todo la electoral- se vive como drama, aunque más no sea para que no termine en tragedia, nos proporciona ejemplos donde, a la luz de lo sucedido después, tanto una opción como otra propició un desastre o, por el contrario, la elección se pudo ver luego a la luz de lo que permitió evitarse.
Que la Argentina nos ilumine
La Argentina, tan generosa en todo, incluso en ejemplos, nos brinda de los unos y los otros que bien pueden considerarse casos paradigmáticos. En 2019 los argentinos debieron optar por cuatro años más de un gobierno macrista, o el regreso del peronismo kirchnerista encarnado por la candidatura de Alberto Fernández, secundado e impuesto por la viuda de Kirchner.
Cartas vistas, cinco años después y con el ex todo aparcado en el “apestadero” político, aquella elección debería evaluarse como una oportunidad perdida por lo que debió evitarse: la increíble capacidad de daño de la que hizo gala el Frankenstein presidencial AF-CFK.
La pasada elección, bien puede verse bajo la misma óptica. La disyuntiva entre, por un lado, tirarse al vacío de la propuesta rupturista -sería más acertado calificarla de revolucionaria si no fuera porque la izquierda goza del copyright para su exclusivo uso y abuso- encarnada en el hombre que ama los perros. Y por el otro, la opción de renovarle mandato al ministro-emperador que de facto venía gobernando durante el último año y que había sido responsable de enviar al espacio un cohete argentino llamado hiperinflación.
El gobierno de Milei, no ahora que todavía se debate con su primer año de guerra, sino a su término, probablemente deba ser analizado no tanto por el quantum de sus logros a la luz de la pirámide de expectativas creadas, sino en comparación con el contrafáctico hecho de haber evitado el delirio suicida del massi-galmarinismo empoderado.
No solo de Argentina sufre nuestra hispanidad
Otros ejemplos abundan en América, todavía en desarrollo, pero que ya pueden ser una referencia de cuando el lugar común se convierte en axioma. Colombia nos ofrece uno de ellos.
En 2022, los colombianos se enfrentaban a uno de esos cruces de caminos. La de optar por la candidatura de un sorprendente Rodolfo Hernández -que podría, grosso modo, representar la continuidad del sistema- y la propuesta decididamente antisistema del guerrillero del ELN Gustavo Petro.
Probablemente los colombianos tendrían miles de razones para declararse hartos del status quo y por ello terminaron optando por una exigua mayoría –el 51,2%, número que se ha convertido en el fetiche de los “triunfos” electorales de la izquierda- en favor de la promesa paradisíaca del ultraizquierdista Petro.
Por estos días, donde se multiplican estadios repletos de gente coreando fuera Petro, mientras él va de escándalo en escándalo -lo del decoro republicano no casa muy bien con la memoria selvática de la guerrilla- se empeña en confiscarle a los colombianos sus ahorros previsionales.
Confiscar, incautar, expropiar, son sinónimos que el columnista emplea, para no caer en la tan chabacana como gráfica expresión del acto propuesto: robar, lisa y llanamente quedarse con lo ajeno.
Que es lo mismo que, en Uruguay, pretende imponer mediante un tramposo Plebiscito Constitucional el PIT-CNT (filial sindical del Frente Amplio) y sus cómplices políticos de la ultra-izquierda.
Lo mismo que hizo, años ha, el Kirchnerismo en la Argentina, con los fondos previsionales gestionados por las AFJP, y que en menos de lo que canta un gallo se los comió el ogro estatal, y que luego, con idéntico resultado, hiciera Arce en Bolivia.
Con Colombia rumbo al despeñadero, la pasada elección pudo haber sido la de votar para evitar el seguro desastre que la ensalada petrista a base a populismo, colectivismo y socialismo duro, prometía preparar, aunque, eso sí, en nombre de la sacrosanta “justicia social”. Comillas, comillas allí donde a estas dos se las vea juntas.
En el Imperio también votan, por ver si evitan
«Los esfuerzos por definir el interés de la nación presuponen un acuerdo en cuanto a la naturaleza del país cuyos intereses han de definirse. El interés nacional deriva de la identidad nacional. Tenemos que saber quiénes somos para determinar cuáles son nuestros intereses.» Samuel Huntington (La erosión del interés nacional estadounidense)
Al contrario de lo que sostiene una inefable infradiputada, uruguaya de nacimiento y ultraizquierdista por adopción, en los Estados Unidos no “votan tres viejas blancas, chetas, que deciden por millones”, porque siendo voluntarias, en las últimas elecciones -donde el Clan Obama-Clinton dispuso que los democrats votaran al senil Biden- votaron 155 millones de personas.
En esas elecciones, largamente sospechadas desde el inicio mismo del farragoso proceso del voto correo que tanto seduce a los democrats, hasta la interminable noche misma, donde la informática quiso votar también, se impuso el candidato de la izquierda -todavía no se sabía cuán ultra podría llegar a ser, como para ruborizar al propio Bernie, mire usted- con, adivine el lector qué porcentaje de votos. Pues sí: 51.3%. Como Lula-Bolsonaro. Meras coincidencias.
La larga mano rusa
Desde que, junto con el nuevo siglo, en Rusia llegara al poder el oscuro ex espía de la FSB (ex KGB, ex NKVD, ex Cheka) Vladimir Vladimirovich Putin, los “cientistas políticos” encabezados por el enigmático Vladislav Surkov, el Kremlin se convirtió en el padre, faro y guía de una serie de conceptos que revolucionaron la política rusa, pero a partir de allí, la política mundial toda.
Desde esa cocina surgieron las “fake news” como arma de destrucción masiva de credibilidad. Fue allí que se acuñó el concepto de democracia administrada, que de democracia poco y muy mucho de control, cosa que ha permitido al Zar Vladimir mantenerse dos décadas en el poder sin despeinarse.
Desde entonces el modelo ruso ha sido exportado con inusitado éxito al mundo entero, lo que ha permitido a democracias otrora abiertas y regímenes autoritarios, converger en modelos donde se mantienen las formas, pero se pervierte la sustancia.
Que parezca democracia, que haya elecciones cada tanto -que controlaremos-, con partidos -algunos, los que permitamos- incluso de oposición -siempre que no aspiren al poder- e instituciones -justicia, parlamentos- que, debidamente controlados, otorguen una ilusoria división de poderes.
De los Padres Fundadores a los hijos fundidores
«El efecto de la doctrina socialista sobre la sociedad capitalista consiste en producir una tercera cosa diferente de cualquiera de sus progenitores. el «Estado de Siervos». Hilaire Belloch (The servile state»
A la otrora ejemplar y centenaria democracia estadounidense también le atacó la carcoma, por lo menos desde que, por evitar la llegada a la Casa Blanca del outsider proruso Donald Trump, el sistema en su conjunto -Partido Demócrata (que el nombre no os engañe), medios, redes sociales cooptadas, lobbies, universidades y un interminable etcétera- no dudó en ir a la cama, carentes hasta de paños menores, con cualquiera, de dentro o de fuera, que les asegurara que Trump no llegara nunca a la Presidencia.
Llegado que fue, al enemigo ni un vaso de agua, el establishment -de dentro y de fuera- declaró la guerra híbrida (otro concepto ruso, otra creación de Surkov y sus russkiboys) que incluyó la judicial. Al final, objetivo logrado, Trump fuera y enjuiciado.
Tras cuatro años de desgobierno en franca deriva socializante, manejado de manera más o menos explícita por el Clan Obama, ante la amenaza cierta de la vuelta de un incombustible Trump, otra vez el establishment moviliza todas sus tropas y pertrechos de guerra, en una elección por evitar.
En La Gaceta de hoy, el Eurodiputado español Hermann Tertsch publica su columna “Kamala y la realidad inventada del socialismo” https://gaceta.es/opinion/kamala-y-la-realidad-inventada-del-socialismo-20240819-1207/ en donde dice, con la contundencia que este columnista no tiene, la gran estafa que el Obamismo demócrata está dispuesto a perpetrar con el objetivo de impedir la vuelta de Trump al poder.
Uruguay: para elegir o para evitar, la alternativa de hierro
“Algunas veces los hechos se convierten en serios enemigos de la verdad” Amos Oz
Con estos ejemplos, una muestra apenas, lo que el columnista ha estado tratando de decir -de manera bastante desmañada, cabe admitir- es que, de las viejas democracias occidentales, del vox populi vox dei, de las que el espíritu y credo de Montesquieu era palabra sagrada grabada en piedra, poco y pocas quedan.
Pocas son las democracias a las que pueda llamarse de tal y donde el ciudadano, en esa calidad, pueda esperar que su voluntad sea respetada, sin que un oportuno apagón o misterioso hackeo, le estafen su opinión, convirtiendo a su voto en mero papel pintado.
Siendo así, nuestro país porfiadamente republicano, está llamado a expresarse los últimos domingos de octubre y noviembre. Y volviendo al principio de la nota, podemos afirmar que tal cita con las urnas constituye una auténtica cruz de los caminos: la que lleva a la preservación de la República, o la que nos propone poner rumbo a lo peor del continente, para el caso, lo que defienden sus candidatos, los de la ultraizquierda, la tiranía venezolana de la que, ahora inocultablemente, son socios.
Para peor, rehenes de la vocación antirrepublicana del Pit-Cnt, verdadero gerente ejecutivo de la oposición política, los uruguayos se ven enfrentados a la tan infame como demagógica propuesta plebiscitaria de la Seguridad Social.
Todos, incluso sus inescrupulosos impulsores, saben que es altamente inconveniente -en la versión políticamente correcta-, pero que es un auténtico intento de sabotaje institucional, del que, de salir aprobada, el país pagará la más dolorosa de las lecciones por décadas.
Lo que, en definitiva, la columna viene a sostener es que, en esta instancia, todavía los uruguayos tenemos las herramientas para escapar del caos que nos proponen, ejerciendo el voto con la convicción que el mejor aporte que podemos hacer a la República -y a las generaciones venideras a las que nos debemos- es lo que podemos y debemos evitar.
Para ello, bastará hacer oídos sordos a la demagogia plebiscitaria (simplemente no poniendo la papeleta con su voto) y votando republicano. Hay que escaparle al legítimo desgano y escepticismo, que solamente beneficia a los eternos partidarios del cuanto peor, mejor.
Hay que optar, y hacerlo por aquella opción que, de manera demostrable, tenga menor capacidad de daño. Nada menos.
En esta oportunidad, quizás como nunca, evitar es apostar a creer. No la perdamos. No habrá otra.