El mayor ataque contra la libertad de todos los tiempos. (No nos cuiden más, por favor)
La policía de París ha detenido sin ningún cargo ni acusación al CEO de Telegram arguyendo que su sitio no practica la selección y filtrado de contenidos que Francia considera obligatorios, aparentemente, de acuerdo a sus cánones de corrección o sumisión política.
Habrá que comenzar por repudiar sin cortapisas el procedimiento estalinista que está siendo usado en varios países de Europa, en especial los dos estados de propiedad musulmán, Francia y el Reino Unido, y también en el reino de Kamala. Consiste en presionar a las redes para que primero utilicen algoritmos para permitir o no la publicación de mensajes con cierto contenido en esos medios, en definitiva privados, y luego obligarlos a sancionar a los usuarios que los publican, y hasta a denunciarlos.
Inmediatamente después comienzan las presiones personales e impositivas y de interrupción del servicio, hasta que la red cede o desaparece de ese país. Lo que en castellano antiguo se denominaba censura, lisa y llanamente.
El sitio, o sus usuarios, es acusado, como hace algún diario ahora digital de Montevideo, de todos los males imaginables. Prostitución, pornografía, pedofilia, conspiración, odio, racismo, trata de personas, venta de drogas, chantajes, etc. Como si todo eso no hubiera existido antes de internet y como si todo eso no estuviese ocurriendo en la esquina de su casa, en cada barrio rico o pobre, en cualquier café, con la anuencia, el permiso y la protección de las justicias y las policías universales y aun en cientos de miles de sitios de Internet que no pasan por esta criba.
El mecanismo de siempre
En realidad se trata del mismo mecanismo de siempre: en nombre del miedo y el desprecio que ciertos actos causan en la sociedad, los estados, o los dictadores, se apoderan del derecho a espiar masivamente a las personas o de impedirles pensar o expresarse con relación a ciertos temas, pero luego se extiende esa potestad del estado a toda actividad o pensamiento humano, en nombre de descartar lo execrable.
Jorge Luis Borges, allá por 1940, lo expresó magistralmente en su cuento La lotería en Babilonia, que para algunos críticos envidiosos de la época fue una visión paranoica de la política, pero que hoy se ha convertido en una práctica habitual, consentida, normalizada y tolerada, como tantas otras distopias.
La imposibilidad de sobornar o comprar con pauta a los usuarios de las redes, aun con opiniones inducidas, erróneas, desordenadas, pagas, caóticas, horribles, acertadas, en definitiva opinión pública, hace que los políticos actuales, que carecen de toda vocación de grandeza, patriotismo, seriedad, honestidad e interés por la sociedad intenten domeñarla, prohibirla, usarla o torcer esa opinión de acuerdo a su comodidad o conveniencia.
Los algoritmos censores
Entonces recurren al apriete a los creadores o Ceos de las redes para que apliquen algoritmos censores a sus usuarios, con la amenaza de prohibir su uso. Ha pasado con X, el ex Twitter, con Tik Tok, el enemigo chino, con Facebook, que priorizó su negocio por sobre la libertad y la lealtad a sus usuarios. Algoritmos que hasta imponen un idioma.
¡Horroroso futuro de la humanidad si estará limitada, encorsetada, tutelada por una inteligencia artificial de pacotilla que la obligue a pensar de modo unánime, peor que cualquiera de las clásicas y conocidas obras que avizoraron este porvenir!
Para quienes creen que liberalismo es algo más profundo y abarcativo que no controlar los precios o no usar el dinero de los demás para repartir y repartirse, el concepto es simplemente final, agónico, esclavizante e infernal.
Los paranoicos conspiranoicos
Tratando de no ser paranoico, como sostenía Piglia de Borges, caben algunas reflexiones, comentarios y cuestionamientos. Como es harto conocido, la casi totalidad de estas diarreas controladoras se refieren al mensaje de odio de la extrema derecha. Donde “odio” es todo lo que implique no pensar como la consigna ordene, y extrema derecha es todo lo que no sea izquierda.
Así, se censura y castiga en las redes todo comentario en contra de Palestina, pero no los comentarios en contra de Israel. Toda mención que se oponga al Islam, o a su despersonalización de la mujer, y al mismo tiempo se sanciona cualquier comentario que el algoritmo considere un ataque a la dignidad de la mujer. O se borra cualquier intento de defender la idea de que los hombres no menstrúan ni pueden parir. O de que niños de 8 años no están en condiciones de decidir hacerse tratamiento hormonal para “cambiar” de género.
En el Reino Unido se sanciona a los que protestan contra las salvajes acciones de los musulmanes, o defienden la ley contra una agresión insoportable del califato, que incita a la muerte. No es una censura contra el odio. Es una censura contra toda opinión que no sea de izquierda o woke. En ese marco se debe encuadrar este nuevo disparate.
¡Cuánto hay para censurar!
El término disparate no es arbitrario. Porque para ser coherente, se deberían espiar, filtrar, censurar y denunciar si así se manda, todos los emails, Sms, charlas telefónicas, hasta los celulares de las cárceles, incluyendo la apertura por intrusos de las antiquísimas cartas que, en otros tiempos de libertad, era sancionada con cárcel.
Ni hablar de toda la Internet profunda, con su buscador Tor incluido, donde se pactan los rescates, los complots, la trata y la droga, pero que no conviene tocar, por razones obvias. Ni mencionar tampoco a los intermediarios y testaferros de los políticos, o sus esposas, que cobran por favores no sexuales, lo que sería más barato y menos inmoral, como saben algunos países cercanos y otros europeos. ¿Deberían ser espiados en cada charla personal, como en el cuento de Borges?
Siguiendo con esta línea de extrema y fingida preocupación por los delitos e inmoralidades que se sostiene que se pactan por Telegram y que justifica el espionaje, (y que también se podrían pactar por Whatsapp) se deberían censurar y prohibir todos los sitios de apuestas y juegos, supuestamente legales o los que no oblan su contribución al sistema, por la adicción mortal en que están sumiendo a la juventud mundial. En vez de permitirse que auspicien las camisetas de los equipos de fútbol, un modo más de indoctrinar a sus esclavos adictos.
¿Censurar Tinder y Bitcoin?
También deberían espiarse y publicarse los contenidos de las páginas de citas, para evitar todas las infidelidades, las traiciones, las desilusiones, las estafas y la prostitución encubierta que pueden contener.
Otra buena idea sería censurar las plataformas financieras y de inversión, de cripto monedas con mecanismos misteriosos, como el Bitcoin, para evitar que la población pueda ser embaucada con alguna estafa piramidal o similar, siempre en aras de proteger al ciudadano e impedirle sufrir y hasta evitarle el trabajo de pensar y discernir. Todo vale para justificar la prisión del pensamiento.
Hace 20 años, en nombre de la lucha contra el financiamiento del atroz terrorismo contra las Torres se consolidó la aplicación de un sistema de control de activos que transformó a los bancos, abogados y contadores en auditores y delatores de sus clientes y a los clientes en mendigos de sus bancos y asesores y mártires estúpidos por 10,000 dólares. (por un millón, hablemos) Ahora, en nombre de miedos inventados se les quiere quitar a los individuos la facultad de pensar.
La justicia sólo puede investigar a las personas individualmente. No audita previamente el accionar de la masa para detectar culpables ni espía el comportamiento de los seres humanos para pescarlos en delito. Esa es una garantía básica desde Juan sin Tierra. Requiere de un juez para que un teléfono o una comunicación sea interceptada y revisada. No existe ni es aceptable una masiva censura o cedazo privado, impuesta y regulada por un gobierno central. Repugna a la mismísima idea de libertad.
Sólo una sociedad mundial previamente narcotizada y deliberadamente enfermada puede digerirlo o aceptarlo. Sólo un canalla puede concebirlo y querer imponerlo.