
A un año del 7-O, 365 días de horror que sigue
«Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que nadie crea en nada. Un pueblo que ya no distingue entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal: un pueblo privado del poder de pensar».
Hannah Arendt
Cuando esta columna esté publicada en Contraviento, se estará cumpliendo un año, 366 días, 8784 horripilantes horas desde que el terrorismo islamista palestino, proveniente de la Franja de Gaza, desatara el pandemónium, matara, violara, incinerara, profanara a diestro y siniestro, para terminar llevándose a los rehenes. Un año, que en la vida de los coloraditos Bibas son casi toda su vida, enterrados cual gusanos. No los olvida Israel, no los olvidamos nosotros. No los abandona Israel, y tampoco los abandonaremos nosotros. Esta nota, aunque parezca referir a otra cosa, va al origen del horror y es nuestro modesto tributo al martirio de las inocentes víctimas del fanatismo homicida.
La red social “X” nos ha regalado una auténtica joya del debate político-filosófico con la controversia planteada entre el propagandista del wokeprogresismo proislamista español, Pablo Iglesias, y el Capitán (en Reserva) de las FDI, judío uruguayo, Roni Kaplan, quien es Portavoz en español de las Fuerzas de Defensa Israelíes, en torno a la campaña furiosamente antisemita del español.
Si el lector es usuario de esta red, le invito a visitar el sitio de @CapitanKaplan para leer íntegro este texto publicado por él en respuesta a los furibundos libelos antisemitas del activista político y mediático Pablo Iglesias, ex líder del casi desaparecido Podemos español, dueño de medios y operador en ellos, como presunto agente qatarí.
Sr. @PabloIglesias,
El proyecto post-modernista por el que abogas, tenía como objetivo crear una sociedad libre y abierta, que no critique la otroriedad del otro y que no persiga a individuos en nombre de una verdad absoluta.
Eso te llevo a tí y a muchos otros a ser…
— Roni Kaplan (@CapitanKaplan) October 3, 2024
Aunque la nota no aluda a la campaña política preelectoral uruguaya, sí tiene íntima relación con ella, en tanto el Sr. Iglesias es asesor principalísimo, tanto del Frente Amplio como de su presidente Fernando Pereira.
Un año atrás se abrían las puertas del infierno
“Nadie se levanta siendo nazi: la lengua se prepara como una lengua cómplice.” Adriana Harwicz (En Revista Seúl)
Para poner un poco de contexto, hay que recordar que el pogromo desatado el 7-O hace un año, fue planeado, coordinado y ejecutado por la organización terrorista Hamás. Que ésta gobierna, con mano de hierro, la Franja de Gaza desde mediados de 2007, dos años después que Israel abandonara territorio gazatí -en lo que se llamó la desconexión unilateral y que implicó el desplazamiento forzado de unos 7 mil colonos emplazados allí- y luego de la cruenta guerra desatada entre Hamás y la Autoridad Palestina (identificada con Al Fatah) conocida como la “Batalla de Gaza”.
Vale decir que, desde entonces, ese territorio antaño bajo control egipcio, y donde viven unos 2.2 millones de palestinos, es tierra libre de judíos, sueño del Führer Adolf Hitler y su fiel admirador, el Muftí Al-Husseini y propósito principal e inamovible de Hamás para todo el territorio, desde el río hasta el mar, otrora bajo Mandato Británico y antes dominios del Imperio Otomano.
El otro aspecto que hay que rescatar como elemento determinante en lo que habría de suceder el 7-O son las avanzadas negociaciones israelíes por los Acuerdos de Abraham. Por entonces se daba como un hecho que, a breve plazo, ese proceso iniciado en 2020 y que implicara la firma de acuerdos de normalización de relaciones diplomáticas y comerciales entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos, iban a ser seguidos por Arabia Saudita, principalísimo actor en el ajedrez de Oriente Medio.
Esos acuerdos enfrentaban la enconada oposición de Hamás, la más cauta de la AP, y el factor Qatar, acérrimo adversario del Reino Saudita por el liderazgo de la zona, y principal financiador -desde allí operaban los líderes de Hamás- y propagandista -mediante, entre otros, la cadena Al-Jazeera- por lo cual, es casi evidente pensar que uno de los propósitos principales del pogromo fuera dinamitar los acuerdos.
Lo que no se puede obviar es que la reacción del Estado agredido, Israel, iba a ser la que fue. Precisamente lo que Hamás precisaba: una invasión a Gaza, mucha destrucción, muertos civiles (¿hay civiles en Gaza?) y niños muertos, o que parecieren tales para vender a sus huestes en el exterior.
El día después, o el primer día del después
Lo que sucedió a partir de esa misma semana, tanto en Gaza, como en el exterior, principalmente en Europa y Estados Unidos, fue para nosotros -los que vivimos en tiempo real los atentados a la Torres Gemelas y las reacciones posteriores- una suerte de esperado déjà vu.
Si el increíble golpe al corazón del Imperio por parte del yihadismo islámico, por entonces liderado por Al Qaeda y Osama Bin Laden, provocó discretas sonrisas e íntimas satisfacciones a no pocos dentro de los propios Estados Unidos, mucho menos disimulados lo fueron en buena parte de Europa y América Latina -siempre dispuesta a dar fe de su invariable antiimperialismo yanquee- y directamente provocó escenas de delirio en ese mundo islamista de donde había provenido el ataque.
Por una vez, los musulmanes, árabes, sobre todo, tan proclives al victimismo y la humillación, le propinaban un terrible golpe al símbolo de todo lo malo que Occidente encarnaba para ellos: el capitalismo, la avaricia, el ateísmo, la depravación y decadencia, y cómo no, el poder del «sionismo internacional». Si: las propias Twin Towers resultaban ser un símbolo del judaísmo tan genuino como el Muro de los Lamentos en Jerusalén.
Si las primeras reacciones eran las esperables, mezcla de compungidos rostros y palabras farfulladas con dientes apretados, apenas una semana después empezaban a mostrar su verdadero rostro. Desde las teorías del “montaje del Mossad para mostrar lo que nunca sucedió” hasta las teorías del golpe de falsa bandera como excusa para hacer lo que los sionistas mejor saben hacer: matar y destruir. Hala. Ahí estaba el cangrejo, apenas debajo de la piedra.
Desde entonces, la proliferación de kufiyas -tantas y tan rápido aparecieron que uno podría pensar que estaban allí, aguardando- y las pancartas pidiendo alto el fuego y paren el genocidio. No, no el de los kibutzim, sino el criminal bombardeo al hospital con más de quinientos muertos y miles de heridos, crimen de guerra que llevaría a Netanyahu y sus secuaces a La Haya. Que no fue Israel la del hospital, que fue un cohete de la propia Hamás, detalles, meros detalles.
Se había desatado el gran pogromo, la madre de todos los pogromos, la que se extendería por Europa y Estados Unidos, invadiría Campus universitarios de élite, coparía los medios sensibles a los petrodólares islámicos, y comenzaría el reparto de estrellas amarillas en forma de piquetes para todo aquel judío detectado.
El antisionismo de fiesta
“El antisionismo es el milagroso hallazgo -escribe Vladimir Jankélévitch- la providencial bonanza inesperada que reconcilia a la izquierda antiimperialista y a la derecha antisemita; el antisionismo da permiso para ser democráticamente antisemita”, citado por Raphaël Enthoven, en traducción de Alejo Schapire.
Lo que, durante décadas, en especial después de Nüremberg, era el viejo antisemitismo o la lisa y llana judeofobia, escondiéndose tras un políticamente correcto antisionismo (bueno, te decían, que no soy, no somos, antisemitas, solamente nos repele el sionismo invasor, opresor y supremacista, solo eso, ya ves, con los judíos todo bien) adquiría ahora carta de ciudadanía legal, avalado por la increíble arrogancia judía de provocar un genocidio palestino solamente para vengar un supuesto ataque contra israelíes.
Como si no hubiera bastado con el incalificable secuestro en Argentina del supuesto criminal nazi Eichmann, o el rescate de rehenes en Entebbe invadiendo soberanía ugandesa, para demostrar esa soberbia innata del judío.
Así, en tiempo récord y en un mundo donde todo se viraliza, la vieja judeofobia se volvió joven y rozagante, dispuesta a terminar la obra inconclusa con una solución final que se había postergado demasiado.
Tal es el trasfondo, sustrato y sustento, de lo que el Sr. Iglesias vomita respecto de Israel y los judíos, con total y absoluta impudicia, y que provocó la sonora respuesta del Capitán Kaplan.
El Capitán dispara
Así como el Estado de Israel ha ganado todas y cada una de las guerras que sus múltiples enemigos le han declarado desde 1948 hasta hoy, hay una en la que sistemáticamente viene perdiendo desde más o menos la misma época: la del discurso, la batalla dialéctica.
Tanto es así que, con los organismos internacionales cooptados por los petrodólares islámicos y la agenda del eje Moscú-Pekín-Teherán, con una Europa moribunda presa de su multiculturalismo decadente y unos Estados Unidos con demencia senil, el relato ha calado de manera transversal a países, estamentos e ideologías, convirtiendo al judío en el arquetipo del mal -otra vez- y su némesis el sionismo genocida, en la gran amenaza mundial.
Encaminada una victoria militar sobre sus múltiples enemigos, aunque cada vez más huérfana de apoyos firmes, a Israel se le aparece el vasto desierto de esta otra guerra, la ideológica, la del discurso.
Es por ello por lo que, la soberana paliza conceptual y ética que el Capitán Roni Kaplan le ha propinado al adalid de los débiles Pablo Iglesias, adquiere una dimensión de primer orden. Es aquí, en el campo de las ideas y de su correlato en el plano político, donde Israel jugará su futuro y su propia sobrevivencia en los próximos tiempos. Haría bien en poner muchos Kaplan a desnudar falsos profetas como el pequeño Iglesias y su cohorte de falsarios y oportunistas.
También de esta guerra, dependerá que el sacrificio de los rehenes, de los que no nos olvidamos ni olvidaremos -pero que muchos sí lo harán, como tantos ya lo han hecho- valga la pena.