
Silvio Moreira
En estos días cercanos a las elecciones, pienso mucho en las fuentes doctrinarias del pensamiento político que circula en esta vasta penillanura.
Y no puedo evitar reflexionar acerca de las toneladas de papel, los montes enteros de eucaliptus que tuvieron que morir, los vastos cañaverales (ya que en Cuba se usaba para los libros papel de bagazo de caña) para que un sinnúmero de déspotas, criminales, ladrones y genocidas tuvieran sus palabras disponibles para el futuro luminoso que sobrevendría post mortem.. O al menos eso creían en su momento.
Pienso en los infinitos discursos de Fidel Castro, ante audiencias adormecidas durante horas porque su líder carecía de los más mínimos conocimientos de storytelling, un público que se despertaba a codazos de sus punteros para seguir como podía con esa catarata de palabras, que eran anotadas puntualmente para convertirse en recopilaciones, ensayos, colecciones y síntesis de sus discursos, de su pensamiento.
Otro tanto se puede decir de cada líder comunista vivo o muerto.
Pregunto: ¿alguien en su vivir cotidiano ha escuchado en cualquier ambiente laboral, social, deportivo, en la calle, en el ómnibus alguna frase como estos ejemplos que siguen?
-Che, te presto esta colección de discursos de Fidel, ¡están buenísimos!
-¿Terminaste de leer el breviario de Pol Pot que te presté? Dale que mi prima me lo pidió.
-“Diez consejos de Joseph Stalin para una vida positiva” me emocionó. Igual me pasó con “Ho Chi Minh para principiantes”.
-Acabo de escuchar el audiolibro de el Che Guevara… ¡Me sacó lágrimas!
No lo van a conseguir. No insistan. Nadie más hablará de ellos ni de sus escritos. Como era de esperar, no pasaron la prueba de la historia.
Nada de lo que hicieron tuvo valor relevante en la historia, y por tanto su opus póstuma no significa nada, no es de interés ni siquiera para los remotos y lejanos votantes de sus pretendidos sucesores.
El ser humano lee muchas cosas, de mucha gente que ha muerto, y muchos de ellos sin siquiera pensar la enorme trascendencia que dejarían esas hojas escritas. Pensemos en Kafka, por ejemplo.
La poesía, la filosofía, la ciencia, la teología… nos acompañan desde el comienzo mismo de la escritura, y toda esa masa de información nos es relevante porque nos define como especie. La necesitamos como componente de nuestra cultura para repetirnos en generaciones cada vez mejores. Ovidio, Dante, el Rey David, Bradbury, Poe, Vargas Llosa, Wilson, Batlle y continúe usted con la lista hasta el infinito… Serán prestados y represtados. Comprados deteriorados en las ferias, copiados en medios electrónicos. Porque son necesarios.
Son, casi sin quererlo, las burbujas de aire puro que oxigenan la fuente de la sabiduría. Sin ellas, lo que somos iría empeorando paulatinamente porque aquella “aqua genitrix” tendría cada vez menos vida para ofrecer.
Y volviendo a los que ya nadie presta sus libros, al revés de frescas burbujas de aire que renovaban y enriquecían, fueron -y me remito a la RAE- “ventosidades expelidas por el ano”. Toda su verba forzadamente gloriosa fue como un gigantesco e hinchado pedo que tomó volumen, ocupó espacios, generó molestias terribles, pero al final reventó y se disolvió en el fondo de la historia para no reciclarse ni volver.
Todos ellos fueron pedos en la historia: generaron ira todos los días. Resentimiento, dolor, migraciones, matanzas. Sus adláteres los vieron hincharse cada día más, y confundieron eso con verdadero crecimiento y mejoramiento social. Un día, por distintas razones, reventaron y se fueron rápido. Muchos fueron reemplazados casi instantáneamente por una flota de pequeñas réplicas que se tiraban pedos con igual furia, pero que se apagaban rápido. Y todos esos libros -manuales de la nada para nadie- empezaron a ser merecido alimento para mohos.
Todo esto es también una herramienta para decidir a quién votar. Vote a gente que tenga buenos libros leídos, que se formó en esa fuente oxigenada y viva de la pluralidad, del consenso, de las múltiples ideas navegando juntas para que se extraiga de ellas el mejor extracto: la democracia, con todos los problemas que aún pueda presentar. El voto a la democracia nos define y nos proyecta al futuro. Todo lo demás, usted ya lo sospecha: es un voto al pedo.