De qué hablamos cuando hablamos de «refugiados»
Según la Convención de Ginebra de 1951, las Naciones Unidas definen al refugiado como “una persona que se encuentra fuera de su país de origen por temor a ser perseguida o a sufrir violencia, y que necesita protección internacional”. Y agrega que, “la persona debe tener motivos fundados para temer ser perseguida relacionados con la raza, religión, nacionalidad, grupo social u opiniones políticas de la persona; debe estar fuera de su país de origen y no poder o no querer acogerse a la protección de este. Además, si la persona no tiene nacionalidad, debe estar fuera del país donde antes vivía y no poder o no querer regresar a él”
Obsérvese y téngase en cuenta para lo que más adelante se dirá, que siempre se refiere a personas y nunca a grupos. O sea, la condición de refugiado es individual.
Un poco de historia, y de refugiados
A fines de 1966, poco antes de librarse la decisiva “guerra de los seis días” entre el joven Estado israelí contra una nueva coalición de países árabes, un treintañero Marcos Aguinis había comenzado a escribir su obra “Refugiados: crónica de un palestino”. Dicen sus cronistas que le habían aconsejado desistir del proyecto, luego de finalizada la guerra, convencidos que tras ella habría paz. No la hubo, naturalmente, y el autor argentino, cordobés, neurocirujano de nota, concertista de piano, sicoanalista, escritor y periodista, judío además, desoyó esos consejos y siguió adelante. Finalmente, en 1969 consiguió que se publicara.
Mal recibida por tirios y troyanos, es decir, judíos y árabes, porque a todos desagradó esa rara sensibilidad y equilibrio que aspiraba a un reencuentro, más que a una justicia absoluta e imposible, y la prensa no percibió su humanismo ejemplar ni su calidad literaria. Pasado el tiempo, la obra se ganó el favor de los lectores y la novela fue reimpresa muchas veces por diversas editoriales. (Extractado de la “Nota del Editor” para la edición de Sudamericana de 2009)
En la novela, Aguinis se pone en la piel de un refugiado palestino que, nacido muy pocos años antes de la partición y la guerra en el norte de la Palestina bajo Mandato Británico, y criado luego en un campo de refugiados del Líbano, es becado por Alemania para cursar una especialización como neurocirujano en Friburgo.
Allí llega con su traumática experiencia y la carga de victimismo con la que los líderes palestinos les han ido alimentando una inexistente identidad nacional previa en base a su condición de víctimas de una injusticia histórica.
Para su desconcierto, el joven médico conocerá otras realidades, otras víctimas y desplazados, fuera de su círculo cerrado en el que nació y fue educado.
El ser palestino como víctima única y eterna: otras miradas
A pesar de que se encuentra con una presencia importante de extranjeros, y que no son pocos los árabes palestinos que están en su misma situación, al punto de formar una Liga de Estudiantes Palestinos -que en muy pocos años más mostrarían lo que podrían llegar a hacer en su cruzada contra el sionismo internacional- el protagonista se encuentra trabando amistad con un veterano neurocirujano alemán, el Dr. Freytag. Este médico, viudo de su mujer y huérfano de sus hijos, es quien le informa de su propia experiencia como desplazado de la guerra.
Nacido en la Silesia, es uno de los casi 12 millones de alemanes que, terminada la guerra, se ven viviendo en un territorio que ya no es Alemania, sino que ha sido cedido a Polonia en pago por las tierras quitadas en el frente occidental, y que son violenta y perentoriamente expulsados, con lo puesto, hacia la Alemania Occidental recién nacida.
Ese largo y mortal éxodo se cobra casi un cuarto de los desplazados, dentro de los cuales están su mujer y sus hijos.
Habituado a escuchar desde su primera infancia la terrible tragedia del pueblo palestino -setecientos mil desplazados tras la primera guerra árabe-israelí- había incorporado el relato cultivado por los líderes árabes durante años, de que la de los palestinos era la mayor tragedia de la historia, de los que ellos eran meras víctimas, tal y como si la guerra con el naciente estado judío hubiera estado fijada por la inexorabilidad de un destino escrito con antelación.
Ello a pesar de que sus padres y abuelos habían sido súbditos del Imperio Otomano por décadas, y luego habitantes de un territorio gobernado por el Imperio de Su Majestad británica, y que fue justo a ellos a los que se les ocurrió llamarle Palestina, como modo de diferenciarles de los pueblos vecinos. Dicho de otro modo, que nunca habían sido una nación, sino un pueblo asentado en un territorio.
Por el contrario, el Dr. Freytag le contaba, con una objetividad y desapego que nuestro protagonista no termina de entender, que aquellas tierras en las que habían nacido abuelos y padres, que efectivamente habían sido parte del Imperio alemán por generaciones, se habían perdido para siempre, como consecuencia de una guerra que ellos habían iniciado, y habían perdido.
No lo dice la novela, lo digo yo: tal como los árabes, en particular los palestinos.
Por el Dr. Freytag y otros alemanes, sobrevivientes de la guerra y del nazismo, se ve obligado a escuchar que, tras la guerra de Corea, sumaron tres millones y medio los desplazados desde el norte, refugiados en Corea del sur. Con él tuvo noticia por primera vez, de los cientos de miles, tal vez más del millón, de chinos que, escapando de la Revolución, encontraron refugio en el minúsculo enclave de Hong Kong. Pequeño territorio este, que China había acordado mantener bajo dominio británico.
Las escenas generadas por esa verdadera marea humana, invadiendo cada metro cuadrado de ese pedacito de tierra y luchando por su sobrevivencia en condiciones infrahumanas, dio origen a más de una película, y convirtió a Hong Kong en la ciudad más poblada del planeta por metro cuadrado. Y no, para ellos tampoco hubo retorno.
Ingrid Beickert era el nombre adoptado por la filóloga alemana, viuda de un médico alemán víctima de los nazis en represalia por su colaboración para la emigración clandestina de judíos. En su casa, templo del saber, donde desarrollaba tertulias a las que nuestro refugiado concurría acompañado de su amigo Freytag.
Allí fue donde conoció el enorme agujero negro que, respecto de la historia, había vivido. Recién entonces supo de los dos millones de rusos desterrados por el primer bolchevismo hacia Siberia, de los seiscientos mil turcos expulsados de Grecia, que Turquía pagó con el doble de griegos expulsados, tras la Primera Guerra mundial.
De la lectura de las memorias de Ingrid, se enteró nuestro refugiado de los cientos de miles de judíos expulsados de Irak, Siria, Egipto, Libia, Marruecos, también con lo puesto y con sus bienes confiscados, tras la creación del Estado de Israel y la afrenta de la derrota en la guerra perdida.
Recién entonces supo del verdadero papel de los británicos en esa tierra que llamaron Palestina, y que obtuvieron de la Liga de Naciones en 1922, con el Mandato de proporcionar un Hogar Nacional Judío. De cómo fueron esos ingleses los que amputaron la Transjordania de territorio palestino, y allí implantaron un Reino, el de Jordania, y pusieron en el trono a Abdallah, hijo del Sherif de La Meca, Hussein, inaugurando la Dinastía Hachemita que subsiste hasta hoy.
De allí supo que, hasta entonces, árabes instalados allí, en la futura Palestina desde siglos antes, y colonos judíos, asquenazíes escapados de los pogromos en Europa y sefarditas expulsados de la España católica, convivieron por largo tiempo en paz, compartiendo incluso las Joyas de la Corona: la ciudad de Jerusalén.
A pa esa semilla de odio y rencor plantada por los súbditos de S.M., nos ilustra in-extenso Julia Navarro en su monumental obra “Dispara, yo ya estoy muerto”.
A tal punto se halla desnudo nuestro refugiado, que el autor le hace decir que “las reuniones con esos alemanes sólo sirven para avivar heridas, o peor aún, para quebrar mi (el suyo) andamiaje espiritual, perfilándose una alternativa atroz: o la información recibida en su educación era insuficiente o, peor aún, en gran parte era falso”.
Es lo que les sucede hasta hoy mismo, siete décadas después a los porta-kufiyas, cuando se les pone ante el espejo.
«La guerra del retorno»: los refugiados como arma política
Con el título «La guerra del retorno» los investigadores, historiadores y periodistas Adi Schwartz y Einat Wilf publicaron en 2022 un ensayo que pretende demostrar -y lo consigue, digámoslo desde ya- de “cómo la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz”.
Consciente de la fatal tendencia que nos ataca, de considerar unas ideas o argumentos bajo la óptica “ad hominem” de por quién ha sido dicha o escrita, nos adelantamos a ello. Sí, los autores son judíos e israelíes. Ambos, tanto Schwartz como redactor del diario “Haaretz” y Wilf, exdiputada por el Partido Laborista, son figuras de notoria filiación con la izquierda israelí y defensores del viejo sueño de los “dos estados”.
Dicho esto, el libro es un verdadero misil bajo la línea de flotación de las Naciones Unidas, en particular de su Agencia señera y estrella, la UNRWA, conocida así -actualmente, no así en su fundación, que lo fue para obras públicas y socorro– por su sigla en inglés que significa textualmente “Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados de Palestina en Oriente Próximo”.
Hablemos de la UNRWA y su larga historia
Adentrarnos en la génesis y larga vida de la Agencia, que es lo que el Ensayo hace, nos permitirá tomar consciencia del verdadero papel, semilla y abono de un conflicto interminable en tierra propicia para ellos, desempeñado por una agencia creada con mandato de un año, con un propósito específico -tan alejado en la actualidad del original como pueden estarlo la tierra del sol- y que se encamina a completar 75 años sin haber cumplido ninguno de los objetivos para los cuales fue creada.
Como fue señalado a vuelapluma en el capítulo anterior, el fenómeno del desplazamiento masivo de pueblos, grupos étnicos y religiosos tras la Segunda Guerra, tuvo un crecimiento brutal.
Esto llevó a la flamante heredera de la Liga de Naciones, la Organización de las Naciones Unidas, a que, en cumplimiento de uno de sus objetivos principales, la conservación de la paz y evitar el resurgimiento de conflictos, implementara Agencias especiales con estos cometidos.
Básicamente, se trataba de que sus estados miembros, participaran en la tarea de reconstrucción y reubicación y asimilación de refugiados en sus países de acogida, proporcionándoles soluciones habitacionales, salud y educación, así como oportunidades labores y legales para insertarse de manera definitiva en esas sociedades.
En relación con la explosiva situación de los refugiados chinos en Hong Kong, la tarea le fue encomendada al ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) consiguiendo que, en el término de unos pocos años, se reubicaran en distintos países como EE. UU., UK, Canadá, Suecia y Alemania.
Para atender la situación de los más de 3 millones de refugiados de Corea del Norte en territorio de la recién creada Corea del Sur, se aprobó en diciembre de 1950, la UNKRA (Agencia de las Naciones Unidas para la Reconstrucción de Corea), la que comenzó a funcionar en 1953 y, tras sólo 5 años de trabajo, dio por finalizado su cometido con la reinserción de la totalidad de los refugiados en su nuevo país.
La historia de la UNRWA, en cambio, habría de ser bastante distinta.
Hablemos de Musa Alami y la Misión de Estudio Económico
Musa, hijo de Faidi -quien a principios de siglo había sido alcalde de Jerusalén- pertenecía a lo que se podría llamar la aristocracia palestina de la época. Estudió Derecho en Cambridge, y a su regreso a Palestina, ingresó en la estructura del Mandato Británico como ayudante del fiscal general. A él y su familia se les consideraba cercanos al poderoso Clan Nashabishi (tal vez, debiéramos dedicar una nota a desarrollar el papel de los Clanes en esta historia árabe y qué habría pasado si hubiera primado este en lugar del Clan Hussein, de triste memoria) y fue fundador de la “Asociación para el desarrollo árabe”.
Tras la decisión británica de poner fin al Mandato -a la que se opuso duramente- y la partición, guerra y posterior derrota de los suyos, en la que perdió gran parte de sus propiedades, lejos de regodearse en el dolor y resentimiento, puso su talento y relaciones al servicio de empresas que posibilitaran a los campesinos palestinos una vida digna. Por entonces se entrevistó con el Rey Abdallah de Jordania, quien le cedió un terreno de 2 mil hectáreas cerca de Jericó y unos kilómetros al norte del Mar Muerto.
En muy poco tiempo y a pesar de su falta de experiencia y las grandes dificultades, su proyecto tuvo un notable éxito. Se encontró abundante agua, y a partir de ella, el asentamiento de campesinos que comenzaron a obtener grandes cosechas.
Una historia que pudo ser de éxito
Los cronistas occidentales que visitaban la zona y hacían el trayecto de Amán en Jordania hacia Jericó en Cisjordania, relataban con asombro maravillado aquel paisaje que surgía de la nada árida del lugar, convertido en un extenso vergel. Rodeada de extensas filas de pinos australianos, las parcelas surcadas por las tuberías que llevaban agua a cada rincón de ella se cultivaban más de 10 mil plataneras, unas 16 mil viñas, extensos plantíos de papas, cebollas, berenjenas y espinacas, trigo y cebada, delimitados por miles de cipreses. En sus instalaciones se criaban pollos de los que se llegó a tener más de 80 mil.
Los contactos de Alami le permitieron, en pleno auge de su granja experimental, le permitió la firma de un convenio con el gigante petrolero saudí Aramco, que fletaba un avión especial para una periódica carga de sus productos.
Por esa época, empleó miles de personas, todas palestinas, la mayoría de las cuales vivían en casas de ladrillos construidas allí mismo. Vale decir, gentes que, en la práctica, abandonaba su condición de refugiado para convertirse en personas con derechos y un futuro en sus manos.
Cuando el éxito es políticamente inconveniente
Tal cosa, que para Alami constituía un éxito del cual enorgullecerse, comenzó a ser mal visto por los clanes palestinos que empezaban a monopolizar un negocio mejor, el de centenas de miles de refugiados percibiendo ayudas por años. Tampoco a la UNRWA gustó mucho el éxito de Alami, al que los propios palestinos comenzaban a llamar el gran traidor y agente sionista encargado de evitar el regreso.
La retórica comenzó a subir de tono, el boicot al proyecto más duro, hasta que las tensiones estallaron y finalmente, en 1955 miles de refugiados provenientes de Jericó. Columnas de refugiados armados, se metieron en las oficinas de Alami, quien para su suerte estaba en Beirut, destrozando todo en la búsqueda de las pruebas de su colaboración con Israel, arrasando con todo bajo el fuego purificador.
Grupos de exaltados ingresaron a los dormitorios destinados a los niños huérfanos -que en Palestina se contaban por miles-, los desnudaron, pegaron, destrozaron sus pertenencias y maltratándolos al punto de quebrarle una pierna a un niño que tenía la otra enyesada. Otro grupo ingresó a los dormitorios de las mujeres con el propósito de violarlas, lo que fue impedido por policías jordanos llegados al lugar, los que, no obstante, no pudieron impedir que la totalidad de las instalaciones fuera víctima del fuego, en tanto los atacantes constituía una larga columna que regresaba a Jericó con su botín de pollos, gansos, enseres y todo cuanto se pudo trasladar.
Sólo la maldad del columnista podría encontrar alguna similitud entre esta salvajada, con la perpetrada casi 70 años después por Hamás. Queda a juicio del lector determinarlo.
Otro futuro pudo ser posible
El proyecto de Musa Alami murió, pero había demostrado que era posible construir un futuro para los refugiados, coherente con la Misión de Estudio Económico impulsada por EEUU y auspiciada por la ONU, encargada a Gordon Clapp a quien se pidió “facilitar la repatriación, reasentamiento e integración económica y social de los refugiados, en concordancia con el Párrafo II de la Resolución 194 de Naciones Unidas que establecía a texto expreso el propósito de “reintegrar a los refugiados en la vida económica de la zona, sobre la base de la autosuficiencia, dentro de un plazo mínimo de tiempo.
Ya en 1950 el Congreso de EEUU había declarado que “mientras el problema de los refugiados continúe sin solución, la consecución de un acuerdo político en Palestina se verá retrasado -eternamente- y los refugiados continuarán sirviendo como foco natural para su explotación política”. Profético.
Tan sólo 8 años después, esos EEUU que fungían como impulsores y principales financiadores de la iniciativa que reinsertaría a los palestinos en una nueva vida en sus países de acogida, comenzaba a aceptar, no solamente que todo había sido un rotundo fracaso, sino que, peor aún, se había cometido un error que llega hasta nuestros días.
Folke Bernadotte y el pecado original
“El pecado original de introducir la idea de un [derecho al retorno] fue cometida, no por un político árabe, sino por un Conde sueco” (*), mediador de la ONU para el conflicto árabe-israelí.
Antiguo vicepresidente de la Cruz Roja en la Segunda Guerra, y presidente de ella a partir de 1946, este individuo fue el principal responsable, no solamente de eternizar el conflicto convirtiendo a los refugiados en perennes, sino además de introducir en la ONU la perniciosa idea que la Comunidad internacional se había equivocado con la Partición y debía buscarse la manera de volver atrás. O sea, lo que reivindicaba el mundo árabe-palestino: la disolución del Estado de Israel, leit motiv del conflicto hasta nuestros días.
La connivencia de Bernadotte con los árabes-palestinos fue la que posibilitó, y proporcionó a la ONU respaldo y argumentos, para perpetuar a la UNRWA como su operador en el conflicto. Ello a pesar de que, sin cumplir ninguno de sus cometidos originales y convirtiéndose con los años en una auténtica autarquía multimillonaria, pasó a formar parte del conflicto como organización de fachada del propio terrorismo palestino, expresado desde la retirada de Israel de Gaza en 2005, en el apoyo y cobertura política y mediática del grupo terrorista Hamás.
Un inesperado cierre o la UNRWA de luto por Sinwar
Esta columna, que ya se alargaba en demasía, tenía como propósito mostrar -y en la medida de lo posible, demostrar- varias cosas:
- Cómo desde el inicio, los países de la Liga Árabe utilizaron a los palestinos para intentar evitar la constitución del Estado de Israel;
- Cómo el fenómeno de los refugiados fue un evento múltiple, que afectó a muchos pueblos, que ni por asomo, por cantidad ni condiciones el palestino fue “la peor tragedia de la historia” como se encargaron de hacer creer al mundo, con resonante éxito;
- Cómo la UNRWA, creada como Agencia de obras públicas y socorro, creada para solucionar la situación humanitaria reasentando y reinsertando a sus 600 mil refugiados en los países de acogida, no cumplió nunca su cometido y se convirtió en parte del conflicto, haciendo de los hoy 5 millones y medio de “refugiados en cuarta generación” un fenomenal negocio;
- Cómo el concepto político del llamado “derecho al retorno” -nacido de la UNRWA y su director Bernadotte- se convirtió en el principal e insalvable escollo para conseguir un acuerdo de paz;
- Y, por fin, cómo la UNRWA se transformó, no ya en la cabeza del terrorismo palestino islamista, sino en su cuerpo mismo. La totalidad de los yihadistas, cuadros dirigentes y líderes de Hamás, Hezbollah y la Yihad Islámica pasaron por los centros de adoctrinamiento de sus “escuelas”. La baja de Amin Sharif, coordinador de Sindicatos de las Escuelas UNRWA de día, y terrorista de Hezbollah en la noche, relevan de más pruebas.
Demostrar todo esto, desde hoy no habría necesitado todo el desarrollo previo, y atenerse a los sucesos del día: la muerte de Sinwar que ha provocado el vergonzoso LUTO DE LA UNRWA, así como el hallazgo de documentación del guardaespaldas de éste, también abatido, que le certificaba como “teacher UNRWA” nos eximen de todo otro comentario.
Las Naciones Unidas, desprestigiada y desacreditada como está, debiera intentar salvar la ropa impulsando el cierre definitivo de la UNRWA, la investigación independiente de las personas involucradas en su manejo, y el corte inmediato de toda asistencia financiera, así como un Plan concreto para terminar, de una santa vez, con la condición de refugiados eternos por el solo hecho de acreditar descendencia de tales.
No hay excusas. Ni tiempo que perder. La paz, en camino tras los Acuerdos de Abraham dependerá de liquidar definitivamente esta Hydra venenosa que, cual Frankenstein, se ha escapado de las manos de sus creadores.
Es hora, y es ahora.
(*) Cita textual, Schwartz-Wilf “La guerra del Retorno” Pág. 50