Se elige entre una gestión ordenada de crecimiento y bienestar paulatinos y la promesa de un paraíso instantáneo mediante la redistribución de la riqueza
Sería incurrir en un grave error creer que el domingo se votará para elegir entre dos candidatos a presidente de la Nación.
Se está eligiendo entre dos fuerzas políticas con programas e ideas completamente diferentes, de las que ninguno de los dos postulantes podrá apartarse demasiado, pese a lo que pregonen durante la campaña.
El candidato de la Coalición simplemente intentará seguir los lineamientos y principios del actual gobierno, que han sido exitosos en los tres años finales de mandato, en los que se pudo remontar los durísimos efectos económicos de la pandemia. No sólo tiene razón, sino que no tiene la posibilidad de hacer algo demasiado distinto, salvo intentar consolidar y mejorar esta gestión – probablemente con logros no a la velocidad que se querría – en un proscenio internacional muy complicado.
La sensatez que pregona el Frente se verá si pierde
Su principal obstáculo es aguantar, neutralizar y vetar las embestidas de un Senado que tendría mayoría opositora (y con diputados conquistables) tendientes necesariamente a aumentar el gasto, el déficit, la deuda y los impuestos, esto último con distintas variantes. Se verá en ese momento si es cierta la súbita vocación del Frente Amplio de mostrar su sensatez.
El candidato del Frente, pese a sus promesas y a su casi bravata de que el presidente será él, difícilmente pueda desobedecer el mandato programático e ideológico de su partido. Para reiterar un concepto aquí esbozado, el plan frenteamplista es el mismo que intentó que se aplicara durante la pandemia: subsidiar a cuanta gente se pueda, aumentar el gasto del estado y el empleo público y financiar todo ese paquete con impuestos que gravarán el ahorro, el capital y el patrimonio, con diversos formatos. El mismo plan que el gobierno que ahora termina logró impedir.
Un frenteamplismo sin influencias moderadoraas
No tienen hoy, ni el Frente ni el país, la suerte de la influencia moderadora de Astori para impedir el facilismo de la izquierda que intenta acelerar “la distribución de la riqueza” sin siquiera ocuparse de ayudar a producirla, algo que toma siempre bastante más tiempo. El proteccionismo de las empresas del estado y de la “industria local” ha sido garantizado por Orsi, lo que también garantiza el encarecimiento del costo de vida y del costo de producción, ergo el freno de la exportación de valor agregado.
En cuanto a su promesa de “no subir impuestos”, que ha tomado distinto formatos en menos de 10 días, según sus declaraciones, más allá de que el candidato crea eso, es incumplible tanto por las propias necesidades de financiamiento que crea el programa como por lo esencial del concepto que culpa a la riqueza de la existencia de pobres, lo que hace que el aumento de impuestos y la creación de nuevos, sobre todo anticapitalistas, sea mucho más que un punto del programa, sino su principio fundacional filosófico y político.
Para ejemplificar, la promesa del debate de Orsi, “no aumentaré los impuestos”, en el discurso de cierre se transformó en “el tema impositivo no es primordial”, y luego “en el presente contexto mundial, no se debe gravar los capitales porque huyen velozmente”. O sea, para que se entienda, que de un compromiso formal, como el del debate, se pasa a un orden de prioridades o a una especie de comentario de café. Eso muestra la debilidad del postulante a primer mandatario ante la mayoría neomarxista de su partido.
¿Vetaría Orsi una ley de aumento impositivo?
Para ponerlo de modo más simple y brutal, un Orsi presidente jamás vetaría o amenazaría con vetar un aumento del déficit, el endeudamiento, la emisión o los impuestos legislado por el Parlamento. El postulante de la Coalición, sí.
Esa es una diferencia fundamental entre ambos candidatos, o mejor, entre ambos proyectos de país, no sólo en lo económico.No se vota para elegir un candidato. Se vota para elegir entre esos dos proyectos, dramáticamente diferentes.
Vote el electorado como le parezca, pero no en la creencia de que “nada cambiará demasiado, como siempre ocurre”. Y tenga presente lo que ha sucedido con las sociedades apuradas que eligen las soluciones instantáneas del reparto de riqueza mágico y urgente, de fabricación de moneda falsa para financiar las soluciones que siempre duran poco y las confiscaciones de ahorro, capital y patrimonio que supuestamente eliminarán la pobreza mediante aumentos de sueldos, subsidios y pensiones decretados por algunos burócratas infalibles.