Silvio Moreira
(Una tímida apropiación momentánea del genial personaje creado por Aquiles Fabregat para la revista Humor).
Caminaba Eustaquio el Progresista por lo que vendrían a ser los fondos de la Plaza de Deportes Número 5, allá en las cercanías de la Curva de Maroñas. La noche, calurosa, presagiaba tormentas, y escondidos en el tupidísimo arbolado de esa zona montevideana, chotacabras y somorgujos piaban con veraniego frenesí camuflados en el ramaje.
Esos ululares no llegaban a los oídos de Eustaquio, que estaban ocupados por los delicadísimos Ipods de su resplandeciente Iphone 16 Pro Max. Nuestro protagonista acababa de cargar en Spotify una de sus playlist favoritas: “Dani Umpi Forever”. Eustaquio no pudo percibir que el ulular de las aves había cesado repentinamente como conjuradas por un maleficio o presintiendo una malignidad cercana. Lo cierto es que el silencio más pavoroso de pronto lo rodeó, y fue entonces cuando sintió en su hombro el peso demoledor de una manopla oscura, que aferró con extraordinaria y sencilla firmeza la totalidad de su hombro, deteniéndolo.
-Me vas a dar ese áifon o te pongo piyo, amistá.
La voz provenía de la continuación de esa mano, una mole morenísima que, desde más de los dos metros cero ocho, había expresado con inequívoca claridad su pretensión.
-Este iPhone 16 Pro Max recién llegado, lo he comprado con el fruto de mi trabajo como evaluador de políticas públicas intersexo en el departamento de cultura de la Intendencia capitalina, además de coworkings varios en tres empresas de IT, dos agencias de medios, y bajo ningún concepto consentiré en dejarlo bajo su custodia ni siquiera un momento.
Pero si vamos al caso… usted, querido amigo, es el producto cabal, la representación total, y el destino final de la desacertada política social, moral y cultural del gobierno del partido nacional, o si quiere de esta coalición fatal, disfuncional, antinacional, completamente artesanal, que no ha hecho otra cosa que generar una distribución sin equidad, agonal, mundanal y sin sensibilidad social, de modo que la accesibilidad a los recursos sea para todos los ciudadanos algo anormal, y nada funcional… Y que usted pretenda obtener el fruto de mi trabajo de forma tan banal, me entristece, me deja mal.
Sin soltar el abrazo mortífero a su hombro, el goriloide comenzó a saltar como un chimpancé frente a una canasta de frutas, ya que si bien no entendió absolutamente nada de lo que escuchó, la casual repetición rítmica y constante de determinadas sílabas hizo que su cerebro de mosquito interpretara esa cacofonía rítmica de forma erradísima: y como resultado llegó a los residuos de su corteza cerebral la peregrina idea de que su interlocutor hablaba con insistencia acerca de algo “anal”.
-“Esec (¡Berp!) sional” fue el término que salió expelido de la bocaza del moreno, haciendo una suerte de hiato, de pausa explícita entre “esec” y “sional” por la que se coló un eructo firme, seco, bravo, de una acridez y podredumbre socavantes.
-“Despué de lo que te boi aser bas a tener que conprar Ribotril abundante, piyo” –dijo el africano, y procedió metódicamente a convertir a Eustaquio en aquello para lo que los angloparlantes tienen una expresión muy lograda: rag doll.
Los cantos de somorgujos y chotacabras volvieron después de un silencio que pareció durar horas. Viraron, con las primeras luces de la mañana, a calandrias, gorriones y benteveos. Con dolor, Eustaquio el Progresista intentó ponerse en pie y vestirse, para lo que debió quitarse de entre las nalgas una rama de algarrobo que había sido colocada allí quizás a modo de bandera de victoria, de rodosiano adorno entronizado en un ufano búcaro, de marca territorial. Del iPhone no había huellas, y del moreno tampoco.
Eustaquio caminó unos pasos y los rayos del sol dieron de frente en su rostro. Parpadeó e intentó encontrar en lo más profundo de su ser quizás un vestigio de energía que lo animara a dar un paso más, y luego otro. No encontró nada. Solo dolor. Y quietud.
Hasta que de pronto, como la campana del fin de la pelea, como la tira de seda de la meta de una carrera, como la clarinada que anticipa a la tropa que viene a reforzar en la batalla, llegó claro aquello que necesitaba pensar y sentir.
“Qué nivel atroz de violencia machirula” -se dijo Eustaquio mientras limpiaba de su memoria RAM el amargo evento-. “Esto fue sin duda el corolario de 5 años horrendos, de un gobierno completamente de espaldas a las necesidades insatisfechas de la gente,” -siguió mascullando-.
“María Inés, Fernando, Fabiana, pronto llegarán para asumir en nuevas oficinas y ministerios, para aplicar a nivel nacional lo que ya se venía haciendo con fantástico éxito en el ámbito municipal. Son las personas idóneas, los verdaderos elegidos”. La frase entró directa, como una epifanía teledirigida a su centro límbico. Se fue el moreno, se fue el Iphone, pero esa vivencia atroz fue el final, el ocaso de un país que ya se iba y no iba a retornar. Eustaquio sonrió. Se subió los pantalones y empezó a caminar tambaleante pero feliz, hacia la luz del sol. Hacia ese porvenir que le habían prometido Yamandú y Carolina.