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Contraviento

¿Usted cree en el calentamiento global?

11 diciembre, 2024
SpaceX sobre Patagonia.

Es habitual que se acuse a las personas que dudan o niegan la teoría del cambio climático o calentamiento global como terraplanistas, ignorantes o negadores de la ciencia. No obstante, y paradójicamente, quienes niegan a la ciencia no son precisamente los acusados. Veamos.

Walter Raymond

En primer lugar, precisemos que no se trata de una creencia. El calentamiento global es una teoría científica que a través del tiempo se transformó en un dogma científico. Si bien sus adherentes dividen a la sociedad entre creyentes e irredentos, el dogma científico nada tiene que ver con el dogma religioso.

Hablemos de dogmas

Desde la conformación de las primeras civilizaciones, y a lo largo de los milenios, pensadores, estudiosos, eruditos, filósofos y científicos han elaborado hipótesis y teorías que nos han ayudado a la comprensión del mundo que nos rodea. Es así que las hipótesis representan una explicación tentativa de un fenómeno. Un intento de explicar algo con cierta lógica y cuyas conclusiones se exponen ante colegas e investigadores para que sean analizadas y eventualmente observadas, corregidas o validadas por la comunidad.

Cuando una hipótesis logra acumular suficientes evidencias a su favor, se convierte en una teoría. Y cuando una teoría se mantiene a través del tiempo acumulando consensos, se transforma en dogma científico, el cual se mantiene inalterable hasta que el aporte de nuevos elementos trastoque su base argumental. A diferencia del dogma científico, el dogma religioso representa, según la primera acepción de la Real Academia Española; “un conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto”.

Marcando así la diferencia fundamental entre ambos dogmas. Uno, el científico, es producto de la evolución de la investigación. El otro es una postura filosófica ante la vida.

Ejemplo práctico de esta secuencia investigativa es la hipótesis de que el sol giraba en torno a la Tierra. Siendo Ptolomeo y luego Aristóteles quienes sostuvieron tal hipótesis que acumuló durante siglos evidencias a favor, transformándose en un dogma científico. Hasta que en el siglo XVI, Nicolás Copérnico, logró reunir suficientes evidencias y demostrar que en realidad es la Tierra y los demás planetas del sistema solar los que giran alrededor del sol. Hoy, cinco siglos después de Copérnico, y gracias a los notables avances tecnológicos y científicos que contribuyen a validar su teoría, estamos ante un nuevo dogma científico. Hasta que no surjan novedades. Así funciona la ciencia.

La cuestión del calentamiento

El científico sueco Svante Arrehenius, comenzó en 1895 a estudiar una posible vinculación entre la concentración de dióxido de carbono (CO₂) en la atmosfera y los avances y retrocesos de glaciares. Para tal fin tomó conceptos de John Tyndall (en 1859) y Eunice Newton Foote (en 1856), quienes investigaron evidencias de que la absorción atmosférica de la radiación infrarroja sería obstaculizada o bloqueada por moléculas de gases diferentes a los mayoritarios de la atmósfera; nitrógeno (78%) y oxígeno (21%).

Eunice Newton Foote, concluyó que tales bloqueantes serían el dióxido de carbono (0.042%) y el vapor de agua (de proporción fluctuante según las condiciones del momento). En tanto que John Tyndall incorporó al metano (0.000179%) como responsables de tales bloqueos y especuló en que esta absorción influiría, de alguna manera, en la temperatura media de la Tierra. 

Arrehenius concluyó en 1876, sobre la factibilidad de que una reducción del 50% en el (CO₂) podría significar que la temperatura del planeta descendiera entre 4 o 5 °C. De modo contrario, si los niveles de CO₂ aumentaran 50% ocurriría un resultado inverso, un aumento de temperatura entre 4 o 5 °C.  Incluyó en su hipótesis que la variación en la concentración de CO₂ atmosférico podría ser influenciada por la quema de combustibles (carbón y otros) en la entonces incipiente actividad industrial.

Recalculando

Se estimó que en 1876, época del trabajo de Arrehnius, la proporción de CO₂ atmosférico era de 290 partes por millón. En la actualidad es de 422, partes por millón y la temperatura promedio global habría aumentado desde entonces en 1,17 °C.  Lo que indicaría una relación directa entre aumento del dióxido de carbono atmosférico y temperatura promedio global, aunque no en la magnitud que fuera enunciada y se sostiene actualmente. Desde 1876, es decir, 148 años, se produjo un aumento del 45% en la proporción de CO₂ y 1,17 °C la temperatura promedio global.

Ante lo cual cobra fuerza la hipótesis de que el aumento de la temperatura promedio global no tendría relación con el aumento del CO₂, sino que sería un proceso natural de oscilación térmica del planeta considerando que hace unos 12 a 14 mil años que el planeta superó un prolongado e intenso período glaciar que perduró casi cien mil años.