La novedosa iniciativa de Contraviento para reunirnos en paquetas veladas en X, los miércoles a las 21 horas, resultan inspiradoras. El tema central propuesto en el pasado encuentro virtual fue algo así como qué están haciendo, y qué hacemos, después de la debacle del pasado domingo 24 de noviembre.
Walter Raymond
En ese contexto, entiendo que habiendo vivido al mismo tiempo dos procesos políticos asimétricos, pero con muchos puntos de contacto entre sí (los de Argentina y Uruguay) puedo poner sobre la mesa de discusión una perspectiva que hasta ahora no ha sido mencionada.
La política en Uruguay está en un proceso de transición cuyo horizonte, sin dudas, es la Coalición Republicana, CORE, y esto ocurrirá más por necesidad que por convicción. Lo acontecido en la pasada elección presidencial fue apenas una cachetada, la primera de una serie de trompadas a recibir. Los motivos de tales futuros impactos entiendo que se podrían agrupar en dos aspectos: el institucional partidario y la actitud ciudadana.
Lo institucional partidario
El actual sistema político partidario está muerto, solo es que aún no se ha dado cuenta de ello. La comodidad de mínimos caciques proclives a acordar con propios y extraños repartos de espacios de poder y hasta conflictos de baja intensidad, como para simular enconos ante el público, es lo que se terminó.
Basta escuchar o leer la estrechez de las primeras líneas de dirigentes que salvo muy contadas y honrosas excepciones demuestran carecer de ideales. Por más que oportunamente exalten su férrea lealtad a históricas divisas y se embanderen un mes antes de cada elección, carecen de la convicción y fuego sagrado de los líderes que dicen venerar.
La realidad indica carencia de pensamiento propio y claridad sobre la organización del Estado y el rumbo que debiera tomar el país. Lo cual es, paradójicamente, su función primordial. Ninguno enuncia qué se debe hacer, quién, cómo y cuándo. Dirigentes que suelen declarar con medias palabras y generalidades como si abrigaran temores a decir algo inoportuno, o herir susceptibilidades.
Pareciera que la norma es acordar todo dentro de cuatro paredes, lejos de la gente, lugares donde suele no pasar nada para que nada pase. Quizás será por eso que hace demasiadas décadas que en el país está todo para hacerse. El tiempo y los acontecimientos les irán desdibujando.
La actitud ciudadana
Lo antes descrito podría estar ocurriendo porque los ciudadanos aún no hemos sido capaces de discernir entre adversarios y enemigos, y actuar en consecuencia. Adversario es aquel, que al igual que nosotros, considera al sistema democrático como la forma más adecuada de funcionar en sociedad.
Son aquellos ciudadanos que respetan las libertades individuales, la igualdad solo ante la ley y la división de poderes, todo esto consagrado en la Constitución Nacional. Son aquellas personas que consideran que la libertad, el trabajo y el libre comercio es el ámbito adecuado para que las personas pueden desarrollarse plenamente. Por supuesto, luego podemos discutir sobre cómo organizar el Estado, la asignación de prioridades y funciones, pero será compartiendo dentro del sistema democrático.
Enemigos son aquellos que utilizan el sistema democrático para encaramarse en el poder y anularlo. Enemigos, son quienes consideran a la libertad de las personas como un formidable escollo para la instauración del pensamiento único que utiliza al Estado como policía de la vida, trabajo y producción de las personas.
Ustedes podrán inferir que esta perspectiva fomenta una grieta en la sociedad. En efecto, así es. Una grieta lógica entre ciudadanos y totalitarios. Si no tenemos eso claro, nos podría llegar a ser muy difícil salir de esta situación. Ayudará, además, a los dirigentes que todavía escuchan a la gente, a encontrar un rumbo.