Saltar al contenido
Contraviento

La casta política como problema a resolver

28 mayo, 2025
La casta política como problema a resolver

Se ha popularizado desde Argentina el concepto de casta política. El concepto intenta describir el reiterado fenómeno de funcionarios que se eternizan en el ejercicio de la función pública. Esa prolongación, en muchos casos, puede llegar a corromper la función representativa original, convirtiendo a esos funcionarios en una especie de clase con intereses propios y muchas veces contrapuestos a los de la ciudadanía que supuestamente representan.

Los integrantes del genérico «la casta» tienen características distintivas comunes, como es la permanencia prolongada en cargos públicos (años o décadas), priorización de intereses corporativos y creación de redes inter partidarias que facilitan su perpetuación en el poder. Pero la casta política no tiene una ideología determinada. Es un factor de poder por sí mismo.

Esos intereses conllevan una desconexión gradual con las necesidades de quienes dicen representar. La natural actitud de defensa de la comodidad obtenida despierta en sus integrantes una natural resistencia al recambio y una feroz resistencia a todo cambio o modificación de lo establecido que amenace su posición.

Pero, ¿de dónde surge la casta?

Surge desde nosotros mismos, de la sociedad. Sus integrantes son en esencia emprendedores que vieron la posibilidad de desarrollo económico y personal en la política. De la misma manera que otras personas se dedican a la tecnología, a la medicina, a la verdulería o a la mecánica automotriz, entre otras actividades legales, la casta se dedica a la política.

Es fundamental tener en claro que una cosa son los deseos y aspiraciones personales, y muy otra las capacidades para ejercer la profesión o tarea preferida. De la misma manera que hay médicos con buen arte y otros que no, profesores interesantes u otros mediocres y porteros amables o brutos, entre tantas otras variantes, también hay integrantes de la casta que por sus cualidades personales nunca dejarán de ocupar los puestos más bajos del escalafón municipal o público.

Es que, al igual que en todas las profesiones y labores, no todos llegan. Aun así, esos integrantes de la casta han logrado un gran objetivo de mínima. Un empleo en el Estado donde no será despedido pase lo que pase, eso es significativo, y que se beneficiará de ventajas a las que no accede cualquier otro trabajador, como es cobrar su remuneración en fecha. Representan una fuerza electoral maleable y adaptable a los requerimientos de la casta más afortunada y encumbrada.

¿Enfermero o arquitecto?

Cada profesión tiene sus mentores y ejemplos que proyectan una cierta influencia en la decisión de cada persona. Todos conocemos agricultores, abogados o ingenieros cuyos familiares continúan o acrecientan lo obtenido por su referente. De manera muy similar, los hijos o familiares de integrantes de la casta política reciben la influencia y ejemplo de sus referentes. Es mediante la exposición pública, la ascendencia social, relevancia personal y nivel de vida más holgado que el promedio de la ciudadanía.

El apellido que les apadrina representa valor agregado de popularidad o reconocimiento público. Por lo que dependerá del desempeño y capital invertido por cada aspirante a casta para trazar un camino propio o profundizar lo hecho por su referente. Se podría inferir que no habría diferencias entre personas que trabajan y la casta, pero no es así.

No todo es tan simple.

Para ejercer cualquier profesión o desempeño se requiere amor por lo que se hace, estudiar, asumir riesgos y sumar algún éxito o logro en la tarea. Así es en la vida normal de cualquier persona.

Para ser parte de la casta, la vocación debe reflejarse de modo diferente. Se requiere ser oportunista y exhibir habilidades para fulgurar públicamente durante semanas o meses, para luego dar pasos al costado. Agrega valor ser persistente y mantenerse impertérrito ante críticas o reproches de sus votantes, seguidores o incluso de sus colegas. Suma el exhibir ductilidad moral para cambiar de ideas, de divisa política, de discurso e incluso de sexo, si ello fuera requisito, para continuar siendo parte de la casta.

Claro que no hay lugar para todos. La exacción que el Estado comete contra los ciudadanos a veces no es suficiente para mantener a tantos aspirantes. Por lo que la mayor parte de la casta se mantiene como silente masa de incondicionales de bajo perfil. Adaptándose a las demandas de los más encumbrados entre ellos. Es así que suelen aprovechar para fulgurar en momentos electorales y luego se apagan. Saben que hacer ruido, pero no incomodar puede significar en un futuro más o menos inmediato nombramiento, en el país o en el exterior, según sea el mérito.

Ante las observaciones desde la sociedad civil sobre sus improductivas funciones, se abigarran en sólido conjunto para defender su condición de casta. En esta defensa no hay divisiones de ideas o partidos, aunque públicamente expongan antagonismos irreconciliables.

El peso de la casta

Buena parte del peso del Estado sobre el ciudadano está en el costo de mantenimiento de la casta. Por lo que son vanas las inocentes propuestas de disminución de impuestos o de mejor administración de los recursos estatales. Nada que debilite su voracidad fiscal y buen vivir casi sin trabajar, prosperará mientras sea la propia casta la que dirija los destinos del país. En Uruguay, la casta, se visibiliza a través de las quizás unas 50 personas con mayor exposición y que están en la función pública y política recorriendo escritorios de organismos y bancas electivas. Pero son muchos más. De acuerdo a lo que hemos descrito aquí, consideremos entre 20 y 30 mil personas que son las que sostienen el andamiaje y la renovación.

[b]Sitio alojado en Montevideo Hosting[/b]