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Contraviento

Sobre la Dacha de Yamandú y otras menudencias

9 febrero, 2025

Una dacha es una casa de campo típica de Rusia, históricamente asociada con el descanso, la agricultura y la vida fuera de las ciudades. Originalmente, el término «dacha» se refería a pequeñas propiedades rurales otorgadas por el zar a sus súbditos leales. Con el tiempo, estas propiedades evolucionaron hasta convertirse en residencias de verano para las clases altas y medias, especialmente durante los siglos XIX y XX.

En ruso arcaico, la palabra «dacha» significa «algo dado«, derivada del verbo «дать» [dat’] – «dar». Durante la Ilustración, la aristocracia rusa utilizaba sus dachas para reuniones sociales y culturales, que generalmente incluían bailes y fuegos artificiales, habiendo sido popularizadas mundialmente por “El jardín de los cerezos”, la obra de Chéjov.

Las veleidades del poder

Durante más de dos décadas del largo reinado del Zar Stalin, el georgiano Iósif Vissariónovich Dzhugashvili en el poder de la URSS residió en Kúntsevo, conocida como la dacha más cercana por hallarse a tan sólo 12 kilómetros del Kremlin en Moscú. Construida en 1933, en medio de un extenso bosque de abedules, su ubicación y doble cerco amurallado, la hacía prácticamente invisible -e inexpugnable- para un moscovita curioso.

Con posterioridad, Stalin dispuso construir un segundo piso, al que se lo dotó de ascensor, destinado a su hija Svetlana Alliluiéva quien -debido a la tormentosa relación con su padre- raramente lo habitó.

Por 1942, en plena Segunda Guerra, hizo construir un extenso búnker a 15 metros bajo tierra, que tenía la particularidad de contar con un doble sistema de pasillos, lo que aseguraba al Generalísimo que nunca se cruzara con su personal de servicio, siendo uno de ellos, de su uso exclusivo.

También, de su uso exclusivo era la carretera, cuya construcción fue ordenada por el Gran Jefe, que unía a Kúntsevo con el Kremlin, lo que le permitía desplazarse entre una y otro saliendo del aislamiento de la Dacha para bajar de su tanque con ruedas – blindado antibalas bautizado ZIS115 de 8 cilindros y 4 toneladas, copia del Packard Custom Super 8 americano- directo a las entrañas del Kremlin, donde, a menudo recibía a dignatarios extranjeros.

En aquél gran Imperio que nacía, donde nadie era dueño de nada, ni de su vida, nadie del pueblo llano sabría de esas manías aristocráticas y clasistas del Sumo Pontífice, El Padrecito Stalin, pero, de haberlo sabido, tampoco lo habría censurado, porque si él lo hacía, seguramente, sus razones tendría. Religión pura.

El Uruguay del eterno retorno

 

Apenas se conoció la noticia de que el presidente electo Yamandú Orsi había resuelto seguir viviendo en Salinas y que, por tanto, el Chalé “La contumancia” pasaría a ser la Residencia Presidencial nos asaltó un déjà vu que nos llevó a la segunda presidencia de Tabaré Vázquez, cuando éste, decidió transformar su chalet particular de la calle Buschental en el Prado, en la Residencia Presidencial oficial, y las controversias que tal decisión provocó.

Por entonces, la oposición de los partidos fundacionales centró su crítica, no solamente en la importante reforma que insumía la adecuación para que cumpliera el doble propósito -lo que implicaba cercos perimetrales, una importante infraestructura de seguridad física y electrónica, sino también el agregado de instalaciones para la custodia y una refacción general del añejo inmueble- que, por un monto apreciable para la época, sería solventado por el Erario. Y, a estar por la información obtenida en la web del Estudio de Arquitectos que realizó la obra, no se trataba de meros retoques, lo que llevó al reciclado de algo así como 2600 metros cuadrados con un costo millonario.

Pero, además, se argumentaba, tales mejoras quedarían a beneficio del propietario que, tras cinco años en el poder, volvería a ser un particular.

A ello se agregaba que, a pesar de no ser usada para su propósito, Suárez y Reyes, debería continuar siendo atendida y mantenida durante todo el quinquenio.

 

Una cantinela que se repite, por décadas

 

Años antes, abandonada por años, la anterior residencia oficial de Suárez y Reyes, propiedad del Estado con ese único y exclusivo fin -el de servir de residencia del presidente- cuando se decidió su utilización por parte del presidente electo tras el retorno de la democracia, la polémica se instaló, si mal no recuerdo, por el costo de su refacción a fin de volver a ser utilizada con su destino específico.

Tras la salida de Vázquez de la presidencia y la llegada a ella por parte de Luis Lacalle Pou y su decisión de volver a utilizar la Residencia oficial, la polémica se volvió a instalar, esta vez con el ex oficialismo -que había defendido la decisión de Vázquez- en la oposición, los argumentos se repitieron, pero en sentido inverso, y el costo de mantenimiento (principescos, diríase) formó parte de un discurso machacón que duró 5 años en los que se le criticó duramente.

Ahora, Orsi y su contumacia

 

Ahora, Orsi, que llega a la Presidencia tras un período como Secretario General y dos períodos como Intendente de Canelones -por lo cual suena bastante lógico que viviera en Salinas- decide hacer como Vázquez: instalar la residencia en su casa particular.

Solo que, en esta oportunidad, se agrega que, entre la Torre Ejecutiva en Montevideo, sede del Poder Ejecutivo que encabezará, y la susodicha finca canaria, hay 40 kilómetros de distancia y no menos de una hora (por tierra) de ida y otra de vuelta, a diario. Solamente un viaje diario durante los 5 años insumirá unos 110.000 kilómetros que recorrerá el vehículo presidencial, junto con los que integran la custodia oficial, que significará además que, el funcionario más importante y mejor pago de la república, vaya a “usar” más de 2600 horas en traslados.

Además, los argumentos de entonces, contrarios al uso de fincas particulares como residencia presidencial, se ven reforzados por la entidad de los trabajos a realizar sobre lo que, indudablemente, es una vivienda de características balnearias, y que, encima, acarreará importantes costos operativos, logísticos y de seguridad, por los constantes traslados, como se señaló antes.

Así que, como se ve, tras décadas, la controversia vuelve una y otra vez, y los criticados de ayer son los críticos de hoy, y Orsi decide, esta ver parecerse más a Stalin, retirándose a su Dacha privada lejos del centro del poder, que, a Vázquez, su antecesor frenteamplista en el poder.

Salvo que, usando esas mismas críticas -tiempo, riesgos, dinero- a su favor, decida ponerle aspas al automóvil y convertirse, de esa manera, en el Alberto Fernández uruguayo, su admirado “clase A” tan afecto al helicóptero.

 

En religión, los dogmas no se discuten y a los sumos sacerdotes, se les obedece

 

Nuestro Director, Graziano Pascale, se asombraba en su cuenta de X de las repercusiones a un inicial posteo suyo, referido al asunto desarrollado líneas arriba: la pertinencia o no de la reforma y adecuación de una finca particular, con cargo a fondos públicos, quedando luego a beneficio del propietario.

La catarata de insultos y descalificaciones -modus operandi de la feligresía de izquierda -dicho hasta el cansancio, una religión secular, pero religión al fin con liturgia propia, así como los de enojo e indignación -que suelen quedar en eso, meros berrinches virtuales- propios de lo que, por oposición a la izquierda debiera identificarse como derecha, pero no se anima a hacerlo- en más de cien mil interacciones se repartían en proporciones casi similares.

No es noticia. Es lo que le viene sucediendo a la sociedad uruguaya (cada vez menos sociedad y menos reconocible como uruguaya) frente a casi cualquier cosa, tanto sea el feminismo o el aborto, la baja de la imputabilidad o la edad de retiro, pasando por si fue penal o no el del clásico.

¿Cómo pensar que reaccionarán de otra manera, los adeptos a una religión, la de los pobres y desamparados, eternas víctimas de la desigualdad, que reciben la consigna de militar contra la inauguración de un Hospital allí donde están los que menos tienen? Y cumplen: militan con todo fervor contra un hospital.

¿Cómo pensar que tendrán otra actitud aquellos que son azuzados en su odio, macerado con el tiempo, para militar contra la compra de una moto, con recursos propios, del presidente cheto, pero estuvieron dispuestos a defender a capa y espada la compra de un avioncito usado que se auto percibía sanitario por parte del monarca del Prado?

 

La imprescindible affectio societatis perdida

 

La progresiva desaparición de la affectio societatis mínima requerida para el funcionamiento de una sociedad de carácter nacional, es proceso que lleva desarrollándose, por lo menos, seis a siete décadas.

Hasta 1950, unidos los uruguayos por la gesta deportiva en Maracaná, se podía sostener que imperaba ese sentimiento mínimo nacional.

Chau Maracaná

 

Con la finalización de la Segunda Guerra mundial y la progresiva instalación de la insidiosa Guerra Fría, que demoró en llegar a costas sudamericanas, pero terminó llegando como era inevitable, el horizonte comenzó a poblarse de amenazadores nubarrones.

El inicio de 1959 con la entrada de los barbudos de la Sierra Maestra en La Habana, y lo que siguió con Bahía de Cochinos y la Crisis de los Misiles, constituyó un terremoto que tuvo epicentro en la isla caribeña, pero cuyas réplicas tuvieron la misma intensidad en la Plaza Independencia de Montevideo como en el Malecón habanero.

El año de 1962, comenzó con un hecho igualmente divisionista: la Conferencia de la OEA en Punta del Este que terminó con la expulsión de Cuba , cuyo régimen había ya adherido formalmente al sistema marxista-leninista soviético. A pesar de presidir la Conferencia y ser su anfitrión, Uruguay no pasó de ser uno de los 6 países que se abstuvieron.

Esa abstención, equivalente a pararse encima del Muro de Berlín -ni de este lado, ni de aquél- podría configurar, con bastante razonabilidad, el comienzo de un camino sin retorno: el de la división, primero política, luego social y más tarde cultural, en dos bandos irreconciliables.

La aparición, forzada, de una guerrilla urbana como los Tupamaros, fue el golpe de gracia para los últimos románticos exponentes y defensores de lo que, ya entonces, con desprecio, pasó a llamarse democracia formal o burguesa.

La resolución del enfrentamiento político y armado, con la derrota militar fulminante del MLN a manos de las Fuerzas Conjuntas creada por el, ajustadamente, llamado “Estado de Guerra Interno- y la política de una izquierda unida que, en 1971, reunió poco menos de un 18% de los votos, que derivó en una dictadura militar de más de una década. Esta, volvió a crear una irreparable grieta que, medio siglo después se mantiene intacta.

 

La responsabilidad social con el pasado

 

En el Siglo XVIII, el gran pensador británico Edmund Burke argumentó y desarrolló inextenso la idea de que las sociedades tienen la responsabilidad de conservar y transmitir las instituciones y conocimientos heredados de sus antepasados, como un patrimonio dado en herencia para ser transmitido a las siguientes generaciones.

Más acá en el tiempo, la gran filósofa Hanna Arendt enfatizó en la importancia de la continuidad cultural y la preservación de la herencia cultural para mantener una sociedad cohesionada.

 

Una invitación a pensar, juntos

 

La creciente y notoria divisoria entre tirios y troyanos, que se manifiesta en polémicas absurdas como las reseñadas al principio de la nota –que se habría clausurado definitivamente con una Ley que dispusiera la obligatoriedad del uso de la Residencia Oficial por parte del presidente electo- nos lleva a plantearnos una idea que, para ser justos y claros en su desarrollo, merecerá una nueva nota.

Planteada sucintamente consiste en que, en el marco de un agotamiento de las democracias y de los Estados-Nación, el Uruguay con sus 2 siglos de independencia, no escapa a esa realidad, y las señales de fatiga institucional y de modelo de convivencia, nos llevan a un proceso de creciente deterioro.

Ello, es parte de lo que, respecto de Occidente ya había predicho Spengler hace un siglo atrás: el ocaso de una civilización.

Vale la pena dejar de lado las peleas de tribuna futbolera, para despojarse de pasiones y excesos de razón, para pensar, desapasionadamente, pero con pasión, acerca de esta cuestión en la que, huelga decirlo, se juega el futuro de nuestras generaciones, con quienes tenemos la deuda de herencia recibida.