
Graziano Pascale
Desde su creación en 1971 hasta su última victoria electoral que lo catapultó nuevamente al gobierno del Uruguay, el Frente Amplio ha experimentado diversas transformaciones, hasta llegar a su actual configuración, en la que aquella vieja alianza de partidos de izquierda y dirigentes escindidos de los partidos fundacionales ha dejado lugar a una fuerza donde el peso mayor reside en los sindicatos y, en menor medida, en un grupo de tecnócratas formados en la Universidad de la República, sin mayor experiencia en el campo de la política tradicional.
El gobierno que encabezará Yamandú Orsi a partir del próximo 1 de marzo es la expresión cabal de esa transformación, ya que al frente de los distintos ministerios no fueron designados líderes políticos sectoriales, que por otra parte resultan difíciles de ubicar también en el propio Parlamento, donde la aplastante votación del MPP ha llevado al Palacio Legislativo a figuras de recambio generacional, sin peso electoral propio, impulsados por el liderazgo de José Mujica, el padre de la victoria del año 2024.
Esta situación es inédita. Luego del liderazgo personal del general Líber Seregni, que tuvo la virtud de mantener la unidad de la coalición cuando la llegada al poder era todavía una meta lejana, el Frente Amplio se apoyó en un triunvirato de hecho integrado por Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori, que plasmó la transformación del FA en la fuerza política hegemónica del Uruguay, pero sin apartarse del «modelo» tradicional que el país había conocido en los otro partidos, alimentados por corrientes internas apoyadas en liderazgos personales capaces de captar las diversas sensibilidades del electorado.
Todo cambió cuando Mujica impulsó al ex presidente del Pitcnt Fernando Pereira como nuevo presidente del Frente Amplio. Esa designación era el reconocimiento formal del peso propio que había adquirido el movimiento sindical como columna vertebral de la izquierda, un fenómeno fácilmente explicable por su poderoso aparato organizativo y el control absoluto sobre las actividades laborales en régimen de dependencia, así como por su peso financiero alimentado mensualmente por las cuotas de afiliación a cada sindicato que las empresas y las reparticiones del Estado descuentan de la nómina salarial y vuelcan luego a las arcas de los sindicatos o, incluso, las cuentas de algunos sindicalistas en ausencia de personería jurídica de los sindicatos.
Ese enorme poder organizativo y económico se puso de manifiesto en reiteradas oportunidades en los últimos años, cuando el pitcnt asumió el liderazgo en los procesos de recolección de firmas para derogar la LUC o la ley de reforma jubilatoria, que pese a no alcanzar los fines buscados logró mantener activo el aparato organizador, con un despliegue humano y económico en todo el país, que fue la antesala de la victoria electoral del pasado noviembre.
Así las cosas, el epicentro del poder pasará de la chacra de Mujica a la sede del pitcnt en la calle Jackson, donde el Partido Comunista es la fuerza gravitante, en un movimiento que habrá de consagrar a los jefes sindicales en las personas de mayor poder en el Uruguay, lo cual constituye un cambio cuyas consecuencias aún son difíciles de imaginar.
Todo lo demás será un gran decorado para la puesta en escena, empezando por el propio Parlamento, y terminando por los 34 cargos que el Frente Amplio ofrece a la oposición en los entes autónomos y servicios descentralizados, en un penoso regateo que no hará más que aumentar los sentimientos de frustración y desolación de los votantes de la Coalición Republicana.