
Los gobiernos representan lo que una circunstancial mayoría de la sociedad anhela. No obstante, y dado que tales circunstancias suelen ser dinámicas, si se realizaran elecciones cada tres meses, cabría la posibilidad de tener distintos tipos de gobierno durante el año calendario.
Los plazos constitucionales acotan esta posibilidad. Es que ninguna sociedad resistiría ese estado de incertidumbre. Ni la clase política podría vivir en el estrés de quedarse sin ingresos al final de cada trimestre. No están habituados a lo cotidiano en la actividad privada.
Será por tal motivo que los sabios constituyentes previeron plazos adecuados para concretar las propuestas electorales. Estimaron, quizás en un exceso de indulgencia, que los ciudadanos serían analíticos y razonables al momento de elegir a sus representantes. A fin de que durante tal período ocuparse muy poco de la política y poner mayor dedicación a realizar sus vidas. No ocurre.
¿Qué quiere la gente?
La gente, como sinónimo de ciudadanos, aspira a vivir y trabajar en paz. Progresar en sus vidas, cumplir algunos sueños y hacer algún asado o ravioles en fin de semana. Es simple. Cierto que algunos más ambiciosos pretenderán pasar unos días de verano con la familia en algún balneario o que el 157 no dé tantas vueltas. Los más impetuosos, quizás, deseen concurrir a alguna cancha o comprar algo en El Chuy sin que la Aduana les haga problemas.
Es que en general «la gente», como sinónimo de ciudadano, aspira a desarrollar una vida tranquila y agradable. Postulado contradictorio con su empeño en elegir representantes que «encarajinarán»* sus vidas. No existen personas que en realidad aspiren a vivir en un estado de «revolución permanente». Es que el exceso de estrés mata.
Quienes promueven obstaculizar la vida y la economía de los demás mediante exasperantes paros, marchas e impuestos, lo hacen porque tales actitudes aportan puntaje para ocupar algún cargo en el Estado. Cualquiera sea, porque no se requiere calificación ni conocimientos, incluso en los más altos cargos.
El misterio de los intérpretes
Se sospecha que existen personas que interpretan las inquietudes de «la gente». Es más, algunos han sido vistos haciendo gala de tal sagacidad y atributos. Pero son efímeros. A poco de andar se enroscan como la serpiente a la vara de Esculapio. No atienden reclamos. En su lugar, exultantes, enarbolan un pálido empate como si fuera un campeonato. Y hay que conformarse, dicen. ¿Será que pedimos demasiado? Menor carga impositiva, mayor libertad de trabajo y contratación, justicia justa y menor dispendio estatal. Y sí, pensándolo bien, creo que se nos fue la mano.
Por delante tenemos un árido camino. No será sencillo transitarlo, siendo que aún ni hemos comenzado. Aunque puede ser un buen momento para demostrar que con menor carga impositiva, mayor libertad de trabajo, justicia justa y menor dispendio estatal, podemos estar mejor. Vaya uno a saber que es lo que pretenden las actuales mayorías circunstanciales.
*«encarajinarán». Neologismo popular relativo a la cuarta acepción del término carajo (RAE)