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Contraviento

Breve crónica del viaje corto más largo de mi vida (una historia de tránsito y riesgos)

3 marzo, 2025

Jorge Martinez Jorge

Dicen que “los accidentes son lecciones que nos proporciona la vida para aprender de ellos” y en la mía propia, ello ha resultado ser una incontrastable verdad.

Hace cuatro décadas atrás, con muchas menos medidas de seguridad, y también, mucha menos cultura de gestión de riesgos, una querida amiga retornaba de Montevideo a Treinta y Tres. Muy cerca de su llegada, en un coche nuevo para la época, impacta contra la cabecera de un pequeño puente. Tras una dolorosa agonía en un CTI, fallece como consecuencia del traumatismo encéfalo craneano producto de golpear la cabeza contra el parabrisas, con tal violencia que resultó quebrado en mil pedazos. El error: no llevaba cinturón de seguridad puesto.

¿Se habría salvado de haberlo tenido colocado? Tal vez. Lo seguro, es que el no tenerlo, hizo que el accidente resultara de la mayor gravedad posible.

Desde entonces, un recorrido de cien metros en mi automóvil, se hace con cinturón puesto. Quien no se lo coloca, se baja. Punto. En toda circunstancia.

El propósito de la nota no es analizar las posibles causas de la tragedia del vuelco del ómnibus de la Empresa Núñez en la Ruta 8 y las cuatro muertes (al momento) producidas por el siniestro, sino relatar la experiencia personal que rodeó nuestro viaje por la misma ruta y sentido, unas seis horas después de acaecido el accidente. Porque, como se verá, ellas forman parte del -por así decirlo- “ecosistema” de tránsito vehicular en el país, profunda y profusamente analizado en @Contraviento.uy por Manuel Da Fonte, sino transmitir la experiencia de un conductor más que se ve siendo parte de una serie de circunstancias fortuitas, todas ellas, potencialmente coadyuvantes en los siniestros.

Como relatara ayer en mi cuenta de X (@jmartinezjorge) partimos con mi señora desde Maldonado hacia Treinta y Tres, aproximadamente a las 10:30 de la mañana.

Una hora después, detenido en una placita de Aiguá para tomar unos mates, un grupo de amigos en Whatsapp nos entera de la noticia. Con esa información, nos quedaba claro que el siniestro era importante, las consecuencias de gravedad y que, transcurridas unas seis horas de producido a escasos 60 kilómetros de allí, no había otra noticia ni aviso de corte de ruta o demoras.

Reiniciado el viaje, a escasos 10 kilómetros, rotonda mediante, ingresamos a la Ruta 8 con destino Treinta y Tres, sabiendo ya que el accidente se había producido alrededor del kilómetro en el kilómetro 226, es decir, unos 10 kilómetros después de Pirarajá.

Previsores, mientras intentamos obtener mayor información, nos volvemos a detener en Mariscala a almorzar.

Sin impedimentos aparentes, ni nada que nos indique lo contrario, una hora después reiniciamos el camino.

Para quienes no conocen esa zona y ruta, hay entre Mariscala y Pirarajá un Peaje antes del Río Cebollatí y junto a él un puesto de Policía Caminera.

Ni al ingreso de la Ruta 39 a la 8, ni en Mariscala, tampoco en el Peaje ni en el puesto de Caminera y tampoco a la entrada o salida de Pirarajá -tras una recta de 14 kms, le sigue otra recta de igual longitud- presencia policial alguna, ni de tránsito ni aviso o corte de ruta. Al parecer, el enorme tránsito norte-sur y sur-norte propio de un sábado, vísperas de Carnaval, se desarrollaba con total normalidad.

Así las cosas, a sólo kilómetros de donde cuatro uruguayos habían perdido la vida y decenas estaban heridos a bordo de un ómnibus del que no se sabía nada -ni su ubicación, ni si se había retirado o no- tocaba seguir con normalidad.

Sin embargo, apenas iniciado este tramo advierto la casi inexistencia de tránsito por la senda contraria y poco más adelante una fila de vehículos detenidos de no menos de 3 a 5 kilómetros, y allá, a lo lejos, un enorme bulto rodeado de otros múltiples vehículos. Ruta cortada: es el ómnibus que, 11 o 12 horas después, no ha sido removido.

De vuelta, cero presencia policial ni de tránsito. De boca en boca, desde allá donde están los primeros hasta el final, donde está el cronista, se dice que una retroexcavadora está tratando de sacarlo de la ruta, que no ha podido, que podría demorar otras 2, 3 o más horas.

¿Qué hacer?

Dando por hecho que el 911 ha sido saturado con llamadas por este hecho, llamo al 108 de Caminera. Me atiende un operador de la Central en Montevideo que escucha atenta y respetuosamente mi relato, y me pide otros datos, ya que ¡desconocen el siniestro del que doy cuenta! O sea, Caminera desconoce lo que toda la prensa y medios digitales tienen en sus portales desde hace medio día.

No estando dentro de sus posibilidades más que registrar el hecho y reportarlo a sus superiores, me aconseja llamar al 08005000 del Ministerio del Interior, instrumentado para este tipo de situaciones.

Llamo allí, donde la grabación me informa que el servicio funciona de lunes a viernes, de 8 a 20, y que, podía enviar un email a x dirección. Mal día para accidentarse un sábado, víspera de Carnaval, me digo, mejor elegir un día de semana más amigable con la siniestralidad.

El Estado, ausente. Displicente y organizadamente ausente.

De forma más o menos anárquica, se establecen una serie de pequeñas asambleas que proponen esperar -qué le vamos a hacer- o tomar rutas alternativas, algunas tan locas como volver hasta Aiguá, desde ahí ir hacia Velázquez, luego Lascano, luego a Varela y desde allí retomar la ruta 8, no menos de 150 kilómetros adicionales. Algunos más racionales y con conocimiento de la zona, proponemos volver a la cercana Pirarajá, tomar a la derecha el Camino a Paso del Rey y por allí, hasta la ruta 14 que, en ese tramo une Zapicán con la Ruta 8 precisamente, unos 10 kilómetros al norte de José Pedro Varela.

Se produce entonces un maremágnum de coches que giran en redondo sobre la ruta, interrumpen a los que ya vienen, frenazos y hasta algún desquiciado que usa la banquina.

Llegamos a Pirarajá, la atravesamos, hicimos todo el camino hasta ruta 14 -bastante peligroso por lo angosto, camino de tierra con lluvias recientes, soportando tránsito en ambos sentidos -porque los que se trancaron en sentido inverso habían tomado la misma opción- para llegar finalmente a la ansiada Ruta 8.

También, en todo ese trayecto presidido por un anárquico uso de la libertad, el Estado ausente.

Llegados aquí, por fin rumbo a destino, el cronista debe admitir que ha cometido una injusticia diciendo que el Estado estaba ausente. En realidad estuvo siempre presente: en el cobro de peaje, el las decenas, cientos de radares contralores de la velocidad que nadie respeta.

Presente está, mal, pero está.

La irresponsabilidad nuestra de cada día

No somos especialistas en tránsito, no tenemos más capacitación sobre ello que el conocimiento de las normas y la experiencia de más de cinco décadas recorriendo rutas de todo el país, durante años a diario, miles de kilómetros.

Dicho sea esto, para sostener que es es un milagro que no haya más accidentes que los muchos que hay. Porque, así como el Estado solamente recauda, se muestra insensible a los malos trazados de rotondas -por ejemplo- o los miles de alcantarillas que terminan siendo muro de impacto de múltiples accidentes, los suicidas -potenciales homicidas- al volante hacemos lo nuestro.

Con la sensibilidad a flor de piel, luego de esa experiencia vivida, en el tramo Varela a Treinta y Tres, apenas 25 kilómetros, a unos 100/105 kilómetros hora, tengo delante a unos 50 o 100 metros una camioneta del tipo Saveiro roja, que circula de manera errática. De ir sobre la banquina, de pronto, comienza a correrse hacia el centro, doble franja amarilla, hasta que advertido por los que vienen en sentido contrario, pega un golpe de volante y vuelve a su carril.

“Va prendido del celular” le digo a mi señora. Aguardo una recta, pongo señal, cambio de luces, y acelero para adelantar. Al pasar, allí va el sujeto, joven pero no tanto, celular en mano derecha a la altura de los ojos, y mano izquierda al volante. Tal cual.

Regulo velocidad y lo vigilo por el retrovisor. Cuando unos minutos después, cruzo sobre ese corto puente que le costó la vida a mi amiga veo cómo, otra vez, en la bajada ingresando al puente el suicida-homicida, se cruza de senda.

Estamos en problemas.